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Domingo 21 del Tiempo Ordinario, Ciclo C

 


En la continuación de la lectura del evangelio de san Lucas este domingo vemos el tema del Juicio Final y la condena de los indignos.

La primera lectura de este domingo está tomada de Isaías 66,18-21. El texto refiere a unos hechos históricos particulares pero judíos y cristianos han visto ahí un anuncio universal mesiánico de los últimos tiempos. Isaías anuncia los tiempos en que Dios reunirá a los dispersos de Israel para traerlos de nuevo a Jerusalén. Refiere a los tiempos específicos en que los judíos volvieron del Destierro para fundar el segundo templo. Luego judíos y cristianos también lo han interpretado como referido a la fundación del estado de Israel en el siglo 20. 

Recordemos que entre el siglo octavo y séptimo antes de Cristo los asirios invadieron el territorio de Israel, dispersaron a la población y ocuparon sus tierras. De aquel desastre nacional sobrevivió el reino de Judá al sur. Pero un poco después, en el siglo sexto antes de Cristo, los babilonios conquistaron a los asirios y también ocuparon el territorio de Judá y también dispersaron a todos los judíos. Destruyeron el templo y se llevaron a muchos como esclavos. Todavía unas décadas más tarde, a finales del siglo sexto y comienzos del quinto antes de Cristo, los persas conquistaron a los babilonios y le permitieron a algunos judíos volver a Jerusalén y reconstruir el templo. 

Luego se habló de la «diáspora» (dispersión) para referirse a las comunidades de israelitas/judíos que se formaron en las grandes ciudades hasta hoy. Para los tiempos de Jesús ya el hebreo no se hablaba. Sólo los rabinos y los estudiosos lo manejaban con los textos bíblicos. Para esos tiempos los judíos de la Dispersión desconocían el hebreo, algo así como los italianos, suecos, ucranianos y otros grupos en Estados Unidos, cuando desconocen su lengua materna. En el siglo 20 el estado de Israel ha buscado resucitar el hebreo antiguo. 

El lenguaje de Jesús y sus discípulos fue el arameo (lenguaje común del imperio persa) y el griego (lengua común del mundo en que ellos también se movían). La biblia que manejaban los primeros cristianos era la traducción griega de los libros sagrados y esa es una razón por la que la Iglesia católica romana acepta esa compilación hasta el día de hoy. Los luteranos dejaron fuera de su biblia unos libros que quedaron fuera de la biblia hebrea que fue compilada por los rabinos unos setecientos años después de Cristo.

El texto de Isaías de la primera lectura de hoy se entiende en el contexto del grupo que volvió a Jerusalén para construir el segundo templo gracias a los persas. Isaías expresa la visión del momento en que todos los «israelitas» (judíos) retornen a Jerusalén desde la Dispersión. En realidad es un símbolo, algo así como decir que el Juicio Final tendrá lugar en el valle de Josafat (Joel 4,2.12), algo imposible ya que allí no caben los millones de personas que acudirían. Podemos conjeturar que el autor del texto de Isaías expresaba el deseo, la ansiedad, por la restauración del reino de Judá alrededor de Jerusalén, algo así como aspirar a que Puerto Rico sea república independiente y todos los puertorriqueños retornen desde el extranjero a residir a la Isla como en su casa, un sueño ideal de tiempos ideales.

Sobre ese trasfondo podemos visualizar la predicación de Jesús y la confusión en torno a su proclamación de la llegada del Reino de Dios. Jesús vino a instaurar el Reino de Dios, que sería, como dijo Isaías en esta primera lectura, el anuncio de la gloria del Señor y convocatoria a todos los pueblos para adorar a Dios. Pero el Reino de Dios no es un reino político y esto quedó claro también con su predicación.

El salmo responsorial (salmo 116) es uno de los más breves de todo el salterio: «Alabad al Señor todas las naciones,» cantamos.

La segunda lectura está tomada de Hebreos 12,5-7.11-13. Recuerda que todo buen padre reprende y corrige a su hijo para su bien y lo mismo hace Dios con nosotros. Todo buen padre tiene un amor incondicional hacia su hijo y lo mismo Dios con nosotros. «Dios reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos», nos dice. Así explica el sufrimiento que podamos llegar a padecer, como el exilio de los israelitas y judíos. Pero a la postre Dios nos tiene preparado el premio y por eso no caigamos en el desánimo. «Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura», nos dice. 

El evangelio está tomado de Lucas 12,22-30. Jesús usa la imagen de la puerta estrecha por la que deben entrar los que quieran ingresar al Reino. También usa la imagen de que hay que apresurarse, porque en cualquier momento el dueño de la casa (Dios) puede cerrar la puerta y nos quedaremos afuera. Puede que le llamemos y le supliquemos, pero él no nos reconocerá, porque no obramos el bien. 
Entonces Jesús usa también la imagen del Reino de Dios como un banquete. Puede que veamos a los patriarcas y los profetas sentados a la mesa con Dios y sin embargo nosotros quedemos excluidos. ¿Cómo? Por no haberle sido fiel a Dios, por no haber obrado el bien. Y entonces veremos que vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa del banquete con Dios. «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos», dice Jesús. 
Recordemos a quién les hablaba Jesús. Recordemos la polémica con los escribas y fariseos que seguían preceptos humanos pasando por alto lo principal de la Ley que se funda en el amor a Dios y el amor al prójimo como expresión del amor a Dios. Jesús le está diciendo a los judíos más observantes que están equivocados en su manera de tomar su relación con Dios y por eso quedarán excluidos del Reino. Por eso verán a los patriarcas y a los profetas en el Reino y ellos no podrán ir a sentarse a la mesa con ellos. Entre tanto vendrán muchos otros de «afuera» (del extranjero y de fuera del pueblo de Israel/judío) como los paganos que serán recibidos al banquete. Así los judíos que eran primeros en la historia de la salvación ahora serán últimos en la fila, si es que Dios decidiera dejarlos entrar al banquete. Esta interpretación es la que vemos en la nota al calce de la Biblia de Jerusalén a Lucas 13,22. 
Recordemos que Jesús confirma este mensaje en otros lugares de los evangelios, como en la parábola de los viñadores que no hicieron su trabajo y por eso Dios los castigó. Igual, en la parábola de la viña que sólo dio uvas malas y que por eso Dios decidió echarla al fuego. 
La viña del Señor era Israel y Judá, pero no le fueron fieles a Dios. Es lo que también vemos en la parábola de los dos hijos en que uno habló bien pero no cumplió y el otro habló mal, pero cumplió, de manera que el que cumplió fue merecedor del premio. En estas parábolas Jesús está diciendo que el pueblo de Israel, los judíos, no le han sido fieles a Dios y por eso Dios los rechaza para hacerse un pueblo nuevo con una alianza nueva en Jesús. 

De la misma manera san Pablo recordará a Abrahán, que en realidad fue un pagano incircunciso que fue llamado por Dios por pura decisión de Dios, no por mérito de Abrahán. Y Dios lo que le pidió a Abrahán fue la fidelidad y por eso lo premió. Pero a los israelitas que no fueron fieles, a esos los condenó con la anulación de su reino, lo mismo que la anulación del reino de Judá más tarde. Todavía Jesús hizo un llamado a la conversión y no escucharon, excepto un resto fiel. Por eso Dios permitió que los romanos arrasaran una vez más a Jerusalén y mandaran al exilio a todos los judíos. 
Dios llamó a su pueblo escogido, pero si el pueblo escogido no le fue fiel, qué iba a hacer Dios, sino rechazarlos, retirarles su apoyo. Ese es el lamento de Jesús cuando lloró sobre Jerusalén, porque rechazó el llamado de Dios. 
En san Pablo y en las cartas de Pedro y en otros lugares del Nuevo Testamento encontramos que Jesús es el nuevo templo de Dios. Igual, todos somos templos del Espíritu Santo en virtud del bautismo y de nuestra conversión en la fe. En ningún momento, ni Jesús, ni los apóstoles, ni los primeros cristianos, llegaron a plantear la restauración del reino de Israel como nueva ocupación territorial. El Reino de Dios, nos dice san Pablo, es paz y amor en Jesús. 

………………………………….

En estos días la terrible situación de los palestinos en Gaza clama al cielo. Creo que es apropiado asociar las lecturas de este domingo a esa tragedia que ahora mismo viven allí. Los israelitas de nuestros días todavía no entienden la interpelación que Dios les hizo y que les sigue haciendo igual que a todos nosotros. El reino de Dios es el reino de la empatía y del amor y de la consideración del prójimo. 
Un tiempo atrás una persona que yo quería mucho (hoy descansa en el Señor) me regaló la Biblia Scofield en una traducción al español. Hasta hace unas semanas no la había tocado. Entonces pensé regalar algunos de mis libros y la abrí, preguntándome qué tendría de particular esa edición de la Biblia. Vi que es una edición con abundantes comentarios que acompañan el texto. Pero de primera intención nada me llamó la atención. Entonces descubrí que fue un pastor en Estados Unidos que hizo esa edición en la primera década del siglo 20 y que sus comentarios han sido la base de muchas de las creencias sostenidas por los evangélicos fundamentalistas. Fue el que popularizó la tesis de la creación del mundo de manera que el mundo no tendría millones de años como dicen los científicos, sino unos miles de años según los textos bíblicos (ya los judíos así lo han planteado; basta notar su calendario tradicional; pensaría que se basó en ellos). 
Scofield fue también el que popularizó la idea de «las dispensaciones divinas», o las épocas del mundo según Dios interviene en la historia. Según su cálculo, que siguen muchos evangélicos fundamentalistas, estamos ya en la última dispensación, la última era, una vez que Israel reclame de nuevo el territorio de la «Tierra Prometida». Por eso es que muchos evangélicos fundamentalistas creen que están cooperando con Dios al apoyar el genocidio de los palestinos que permitirá el éxito de Israel y así piensan que están contribuyendo a la Segunda Venida de Jesús y el fin del mundo.
Pero, como apuntado, en ningún sitio del Nuevo Testamento habla de que Jesús y los discípulos se hayan planteado la recuperación territorial de Palestina. Recordemos que los israelitas/judíos perdieron el territorio por un castigo a sus infidelidades. Perdieron el derecho a la tierra para siempre, en términos bíblicos. Hoy día vemos que el estado de Israel no es un estado verdaderamente teocrático y no le es verdaderamente fiel a Yahvé según los criterios bíblicos, de manera que según el criterio de las Escrituras el estado moderno de Israel será castigado por Dios y una vez más los judíos tendrán que irse a la Dispersión — entiéndase esto dicho en sentido especulativo. No nos toca juzgar, como dijo Jesús; el Juicio es prerrogativa de Dios. 
En ese contexto es una blasfemia, que hayan cristianos fundamentalistas norteamericanos apoyando el estado moderno de Israel so pretexto de que en los últimos tiempos los judíos volverán a establecerse en la Tierra Prometida de la misma manera que una vez Josué y otros desplazaron a los canaanitas y filisteos, así. Valga recordar que el territorio de Gaza fue territorio filisteo en tiempos bíblicos. 

Recomiendo la lectura de Gary Burge, Whose Land, Whose Promise? El lector puede ir a la Internet para buscar este libro y los comentarios alrededor de esa publicación.

Invito a ver mis apuntes del 2016 (oprimir) para este domingo. 



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