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Mostrando las entradas de mayo, 2014

La fe y la caridad

“La violencia nada engendra, sólo el amor es fecundo,” decía José Miguel Agrelot a través de su personaje, el profesor Pulula. Agrelot era mejor conocido en Puerto Rico por su personaje Don Cholito.  Me acordé de esto, que él decía a manera de un chiste sabio, cuando se me ocurrió que muchos cristianos hoy día todavía tienen la mentalidad del siglo 12. Piensan que ser cristiano es ser algo así como un cruzado, empeñado en una “santa cruzada”. Piensan que a los infieles y a los herejes (y todos los que no piensan como ellos) sólo hay un modo de tratarlos, a fuego y espada.  Uno se pregunta, ¿Cómo es que desde la fe cristiana se llega a la conclusión de que hay que hacer la guerra?  (También escribo esto hoy, cuando en Estados Unidos y Puerto Rico se conmemora el fin de la Segunda Guerra Mundial y todos los que murieron en el campo de batalla.) Es como decir, que para algunos cristianos, igual que para los fanáticos religiosos, no hay derecho a estar equivocado. Si uno se equi

El Concilio de Trento no fue tan "tridentino"

Resulta que el Concilio de Trento no fue tan "tridentino". Estuve leyendo el libro de John O'Malley sobre la historia de Trento y resulta muy interesante descubrir que los padres de ese concilio no fueron tan "tradicionalistas" como los nuestros hoy día.  En Trento los padres conciliares nunca decidieron por su voluntad y parecer. Tenían que seguir las directrices que le llegaban del papa, el emperador de Alemania, el rey de Francia o el rey de España. Las votaciones entonces no resultaban de una verdadera reflexión teológica, sino de un juego político de poderes. En ese sentido el Concilio Vaticano II fue un concilio más auténtico, quizás el más auténtico de la historia. El emperador Carlos V, por ejemplo, recomendó que se aboliera el celibato del clero, se le diera la comunión bajo ambas especies al pueblo y otras medidas parecidas. Pero en ese momento el papa Paulo IV, el papa Carafa, famoso por su carácter fuerte, odiaba a los alemanes y a los Habsbu

Las clases privilegiadas

Goya, Marqués de San Adrián Un marinero se pregunta, “¿A qué viene que el capitán de este barco tenga esos privilegios que él tiene?” Un soldado se pregunta, “¿El teniente es un muchachito que no sabe un pepino de la vida y me va a dar órdenes a mí, un veterano de dos guerras?” Esas dos preguntas tienen mucho sentido en una sociedad corrupta, en que los puestos de honor y privilegio se adquieren por recomendaciones y conexiones con los grandes del gobierno, de los que tienen el poder. Tienen mucho sentido para los que tienen que sufrir bajo la autoridad de mequetrefes, de incompetentes, que tienen esos puestos sólo por su apellido y su clase social. Qué no decir de las niñas engreídas de esa clase de los privilegiados. Hay un paralelo claro entre esta situación y la de los franceses bajo la aristocracia de los reyes como Luis 15. También se parece a la situación del imperio de Austria o de Rusia, antes de la Gran Guerra de 1914.   En una sociedad corrupta comen los corru