Este domingo celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. De esta manera evocamos el triunfo final de Jesús cuando todos entraremos con él a la Nueva Jerusalén, la celeste. Podemos tener eso en mente al hacer la procesión con ramos antes de entrar al templo para la celebración del día. Una vez entrados al templo, se lee la primera lectura, de Isaías 50,4-7: «El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.» De esa manera el profeta Isaías quizás se refirió a sí mismo o también al pueblo de Israel, maltratado y humillado por los asirios y babilonios. Dice que descubrió (Dios le abrió el oído) que Dios no lo abandonaría, lo que también se aplicaría al pueblo. Esto también lo entendemos ...
Carlos Ramos Mattei