En la carta a los Hebreos, capítulo 5 encontramos: Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte (Hebreos 5,10) Es lo que mismo que sucede con todos nosotros frente al peligro. Es lo que encontramos en el salmo 68: Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello: me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente. -Salmo 68,2-22 Cuando llegamos a punto seguro, alabamos a Dios porque nos sacó del peligro. Pero… ¿Y los que se ahogaron? ¿Dios se olvidó de ellos? ¿No eran importantes? Probablemente así se sintió Jesús. Es lo que sintió el pueblo de Israel y los judíos ante la desgracia nacional. Es lo que expresa el salmista: Estoy agotado de gritar, tengo ronca la garganta; se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios.