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Domingo 25 del Tiempo Ordinario, Ciclo C

 


El tema de hoy es la escala de valores del cristiano, en continuidad con los domingos anteriores

La primera lectura de hoy está tomada del profeta Amós 8,4-7. El profeta anuncia la justa ira de Dios contra los que abusan de los pobres, de los humildes, de los marginados. 

En todos los profetas encontraremos este rechazo contra los ricos y poderosos que no tienen piedad ni empatía por los necesitados y los pobres. Más de un católico tradicionalista y más de un evangélico que apoya las políticas de Trump, lo mismo que el gobierno de Israel no ve lo que está claro en las denuncias de los profetas. Si Elías, Amós, o Ezequiel, lo mismo que Isaías o Jeremías viniesen hoy día a Jerusalén, una vez más pronunciarían la condena de Yahvé sobre el gobierno israelita que no tiene compasión y que tiene el corazón endurecido. Y como en otro tiempo los profetas profetizaron que el pueblo pagaría por la insensatez (el pecado) de sus reyes, hoy de nuevo lo tendrían que hacer. Si los israelitas son infieles a Yahvé, pierden el derecho a la tierra.

Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces? Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. (Isaías 5,1-5) 

Pues bien, viña de Yahveh Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos. ¡Ay, los que juntáis casa con casa, y campo a campo anexionáis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país!  (Isaías 5,7-8)

Jesús repetirá esa condena de los profetas en la lamentación sobre Jerusalén.

Yo os aseguro: todo esto recaerá sobre esta generación. "¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa." (Mateo 23,36-37) 

San Pablo también denunciará la culpa del pueblo judío que les llevó a perder el derecho a la posesión de la Tierra Prometida.

Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios. Porque, como dice la Escritura, 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones.' (Romanos 2,23-24)

Piense el lector si no es cierto que el nombre de Yahvé es blasfemado a causa de la conducta del gobierno de Israel en nuestros días. Esto es lo que vino a recordarle Jesús a los fariseos, que la verdadera conducta conforme a la Ley implica el respeto al extranjero residente (Levítico 19,33-34) y lo mismo el respeto y compasión hacia los pobres e indigentes, el buen trato a los huérfanos y a las viudas. 

La tierra de Israel sólo le pertenece a Dios y Dios se la dio a Israel bajo la condición de fidelidad a la Ley. Cuando Israel no cumplió, Dios le retiró su favor y permitió que otros ocuparan la tierra. Algo así volveremos a ver en nuestros días.


Con el salmo responsorial de hoy (112,1-2.4-6.7-8) alabamos a Dios por todo lo que hace por nosotros. En particular recordamos que Dios «Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre». Es lo mismo que recuerda el cántico de María en el Magnificat, alabando a Dios que se acuerda de nosotros y nos rescata.


La segunda lectura de hoy está tomada de la carta de san Pablo a Timoteo 2,1-8. Propone que elevemos oraciones por los que están en puestos de autoridad «para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto». Esto puede tomarse en el sentido de que necesitamos gobernantes sensatos para que haya tranquilidad en la sociedad. También puede tomarse en el sentido de nuestra actitud y ánimo personal, cuando al rezar por los gobernantes que quizás son unos malvados, practicamos el amor al prójimo de manera incondicional, como buenos cristianos. Eso no quita que busquemos su conversión cuando eso es necesario. Igual, rezamos por lo gobernantes lo mismo que por todos los seres humanos, como continúa san Pablo en esta lectura, «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones». 


El evangelio de hoy está tomado de la lectura continua de todos estos domingos, del evangelio de Lucas y este domingo de Lucas 16,1-13. Nos presenta una parábola seguida de la explicación de Jesús.

La parábola refiere el caso del administrador de la empresa de un hombre rico. Su patrón lo llama y le anuncia el despido, porque no está administrando bien su negocio. El administrador entonces llama a los deudores de su señor y les ajusta sus deudas de manera favorable a ellos, de manera que cuando él se quede en la calle, ellos le favorezcan a su vez. Cuando el patrón se enteró lo alabó por su astucia. Jesús saca la moraleja de la parábola: «yo les digo: háganse de amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando les falte, os reciban en las moradas eternas». 

Jesús subraya la astucia, la treta astuta con que el administrador corrupto salió bien del percance en que se hallaba. Nos dice que esa misma actitud debemos tener al manejar los recursos con que contamos. 

Tradicionalmente se da por sentado que toda riqueza tiene un origen injusto, es «dinero de iniquidad». Los comentaristas bíblicos (sigo las notas al calce de la Biblia de Jerusalén) nos dicen que el administrador corrupto de la parábola de seguro que cobraba intereses usureros a los deudores de su patrono y los cobraba a nombre del patrón, pero se los echaba al bolsillo. O al menos se quedaba con parte de las ganancias para sí; o quizás añadía un cobro adicional para sí mismo, por sobre la tasa debida al patrono. Así, no fue que anuló la deuda justa que le debían al patrono, sino que solamente les condonó los intereses. Al condonarle los intereses dejó de beneficiarse, pero obtuvo un beneficio mayor, que sería encontrar empleo con uno de ellos al quedarse en la calle. 

Toda riqueza deriva de alguna astucia humana para hacerse de bienes valiosos. Pero qué más valioso que la vida eterna junto a Dios, en la justicia verdadera. Esto es lo que dice Jesús. Tengamos astucia al manejar las riquezas de este mundo. Es lo que ya venimos viendo durante los últimos domingos al leer el evangelio de Lucas. Vimos antes el ejemplo del que calcula si tiene suficiente fuerza para enfrentar el enemigo y al ver que no es posible va y propone acuerdos de paz; lo mismo, el que va a construir una torre. Hemos de calcular la manera con que vivimos y manejamos nuestro dinero de la manera que el administrador corrupto anticipó el futuro e hizo sacrificios (dejó de ganar intereses y «mordidas») con tal de salir bien más tarde. Para un cristiano esto significa no ser codicioso, dar limosna, favorecer a los pobres y necesitados, de manera que tengamos riquezas espirituales. 

En realidad el dinero no es de uno, igual que la tierra no es de los humanos. La tierra y su riqueza es de Dios y nosotros sólo somos administradores. El que no es fiel en lo poco (el que no es fiel en lo que no es de él) no podrá ser fiel en lo mucho (en lo que es más importante, que es la fidelidad a la Ley, a Dios, en el amor al prójimo, en la consideración de los necesitados). Como apuntado en domingos anteriores, está el que pasa horas ante el Santísimo pero luego no sabe lo que es ver a Jesús en el prójimo.

Ahí vemos eso de que hay que ser fiel en lo mínimo, en lo que no parece valer tanto. El que no es fiel en eso que parece una trivialidad en realidad no es fiel en lo mayor. 

«El dinero no lo es todo, pero ayuda», dice el dicho popular. Jesús con la parábola nos llama a calcular, a pensar nuestras vidas en su realidad, una realidad que incluye el manejo del dinero y las necesidades materiales naturales que son parte de nuestra existencia. Eso que parece ordinario es en realidad importante porque refleja nuestra verdadera actitud de fe, que es el corazón. De la abundancia del corazón brotan las buenas obras y de la fe brilla la luz de la misma manera que una vela emite luz. 

Hemos de subordinar nuestras necesidades e intereses a la Ley, es decir, a los principios del evangelio de amor a Dios y al prójimo. El dinero —la riqueza material— no puede ser el máximo valor en nuestra vida. 

Hemos de recordar que nuestra vida no es nuestra, igual que la tierra no es nuestra, igual que nuestra riqueza no es nuestra y que la verdadera riqueza es la que realmente nos llevamos al otro mundo al morir, la del corazón orientado hacia Dios. Ese corazón vuelto hacia Dios es el que nos lleva a querer el bien de los demás gracias  a nuestra fe en Jesús. 

Alguien podrá decir que las buenas obras no justifican, sino la fe en Jesús. Precisamente, de la abundancia del corazón nacen las maldades («Y [Jesús] decía: “Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre”») y de un corazón convertido a Dios por la fe en Jesús derivan todas las buenas obras.


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