El tema de este domingo es la predicación de Juan Bautista, que anuncia la llegada del Reino.
La primera lectura de hoy es de Isaías 11,1-10. Anuncia los tiempos de la restauración de Israel, tiempos ideales y utópicos, tiempos mesiánicos. Será cuando surja un renuevo del tronco de Jesé (un descendiente de David) que reinará y traerá la paz y la felicidad. Entendemos que este anuncio refiere a Jesús. En la ilustración arriba vemos a María con el Niño emergiendo del árbol genealógico de Jesé.
Con el salmo 71 respondemos a esa primera lectura y pedimos a Dios que se cumpla la promesa, que aparezca ese rey que traiga la paz y el consuelo, la bendición de todos los pueblos.
La segunda lectura de hoy es de Romanos 15,4-9. San Pablo nos invita a mantenernos firmes en la esperanza y con paciencia. Nos exhorta a vivir en paz unos con otros, a pesar de nuestras diferencias. Porque es natural que entre los humanos hayan celos, malos entendidos, diferencias de criterio. Roguemos a Dios que nos permita vivir en paz unos con otros gracias a la iluminación y la fuerza del Espíritu y de esa manera ya se estarán cumpliendo las promesas de la llegada del Reino. Este es el modo con que se prepara el camino, se allanan las colinas y los senderos para la llegada de la salvación.
El evangelio de hoy es de Mateo 3,1-12. Narra cómo Juan Bautista apareció en el desierto predicando la conversión, en vista de la inminente llegada del Reino de los cielos. Mucha gente acude y entre ellos se allegan unos fariseos y saduceos y Juan los recrimina y les llama «raza de víboras». Si no se convierten serán condenados. Les dice, «Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
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Adviento es tiempo de conversión. Si no sentimos necesidad de conversión es porque estamos ciegos. No nos damos cuenta de la diferencia entre lo que debería ser y lo que es.
Los fariseos y los saduceos no veían la necesidad de la conversión, como sucede hoy entre reverendos, pastores y religiosos. El éxito lo miden por la cantidad de seguidores y por la ausencia de retos a su manera de pensar. Si surge algún reto ellos tienen razonamientos para justificarse. Igual, tienen razonamientos para confirmar su superioridad frente a los que puedan cuestionar su manera de vivir y de actuar. Es lo que también se ve con el problema del clericalismo. El último que se da cuenta del problema del clericalismo es el mismo clérigo. Sin embargo es posible ser clérigo sin caer en el clericalismo. Y eso es lo que sucedió con más de un fariseo en tiempos de Jesús (como Nicodemo, y luego san Pablo), que descubrieron que podían ser fariseos al modo cristiano.
La verdadera conversión es la del corazón. Es aquella en que nos olvidamos de nosotros mismos para pensar en los demás. Porque si no nos volvemos a los demás, nuestra conversión a Dios puede ser una fantasía. Nuestra relación con los demás es un espejo de nuestra relación con Dios. El cultivo de una relación de consideración y amor al prójimo es el cultivo de nuestra conversión a Dios.
Vemos como la segunda lectura de hoy cuadra con esta propuesta. San Pablo está hablando de cómo Jesús aceptó hacerse humano (siendo Dios) y aceptó la circuncisión para llevarnos a ver que la circuncisión física no es importante, que lo importante es la actitud del corazón (la circuncisión del corazón). Pero esto no lo veían todavía algunos judíos ultra conservadores (con una ceguera parecida a la de los cristianos tradicionalistas y los evangélicos ultra derechistas y nacionalistas de hoy). De ahí las divisiones que afectaban las comunidades cristianas de entonces. Pablo entonces exhorta a ser comprensivos y a sobrellevarse en el amor cristiano.
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Uno puede preguntarse cómo es que uno se salva. Jesús no vino a condenar, sino a enseñarnos el camino al Padre; él es el Camino. Pero entre tanto también habló de la llegada del Hijo del Hombre, cuando los ángeles del cielo separarán a los cabritos (los malos) de las ovejas (los buenos). ¿No es que Dios se hace la vista larga de nuestros pecados si tenemos fe? «El justo vivirá por la fe [por su fidelidad],» dirá san Pablo (Romanos 1,17) citando a Habacuc 2,4. Por tanto, ser «cabrito», ser «oveja», no es asunto de los pecados, sino de la actitud del corazón. Las acciones en vida son un síntoma de lo que hay en la mente y en el corazón de la persona. Las buenas acciones derivan y manan de un corazón bueno y el corazón es bueno cuando es iluminado por el Espíritu, cuando recibe el don de la fe.
Dios ofrece ese don de la fe a todos, podemos pensarlo así. Algunos responden y otros no. Podemos recordar aquí la parábola del sembrador (Mateo 13,3ss).
Jesús nos reveló lo siguiente, que ya estaba implícito en las Escrituras. Yahvé no pide sacrificios, ni rituales; pide una conversión de corazón. Pide ser «buenos», antes que «justos». El mandato de preocuparse por los necesitados como los huérfanos y las viudas lo vemos en Ex 22,21-22 ; Dt 10,8; Dt 14,29; Dt 27,19, etc., y por quienes los profetas interceden, Jr 7,6; Jr 22,3. Ver por contraste Is 1,23; Is 9,16 ; Jr 49,10-11; Ez 22,7.
Israel fue infiel y dejó de responder a la oferta de la salvación. Por esa razón Yahvé abandonó a Israel a su suerte, víctima de sus enemigos. De ahí podemos interpretar que perdieron el derecho a la herencia, es decir, a la Tierra.
Quizás la parábola del hijo pródigo aplica aquí (Lucas 15,11ss). Israel fue como el hijo prodigó y echó a perder su herencia. Pero en cualquier momento podía volver al padre. Si hubiese vuelto al padre, si se hubiese convertido de su conducta, hubiera sido perdonado. Esto es lo que Jesús no se cansó de predicar. Pero como a Jesús no lo escucharon, Dios no tuvo razón para restaurarlos. De ahí el sentido de otras parábolas, como la de los viñadores (Juan 15,1-2), la higuera estéril (Mateo 21, 18-19), o la del banquete (Mateo 8,22; Mateo 22,11-13). Ya Israel no tiene derecho a la Tierra Prometida porque la herencia ahora le pertenece al nuevo Pueblo de Dios, a los cristianos.
La salvación es la de la conversión del corazón, lo que se demuestra en las obras, en la atención a los huérfanos y a las viudas, en la consideración de los demás, en la vida de cristianos en el seno de la comunidad cristiana, en el testimonio de la defensa de los migrantes, los pobres y los desarrapados.
Invito a ver mis apuntes para este domingo del año 2019 (oprimir).
Aclaro: parece que en mis reflexiones de años anteriores la (supuesta) inteligencia artificial enfatiza palabras y frases coloreándolas, algo que aparece automáticamente hecho por blogspot.

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