El Papa Benedicto XVI inauguró un sínodo de 200 cardenales y obispos de todo el mundo, para evaluar la falta de interés por la Biblia en el mundo contemporáneo. Los valores de la cultura moderna, dijo el pontífice, son los que llevan a proclamar que Dios está muerto, y que el hombre es el único arquitecto de su destino y el maestro de la creación.
Habría que aclarar unos detalles en torno a los pronunciamientos del Papa. El tema de la muerte de Dios no se menciona en los medios desde hace alrededor de cuarenta años. Ya no se dice que “el hombre es…”, sino “la humanidad es…”.
Vaticano II aclaró que la predicación del evangelio no implica condenar la modernidad, sino el anuncio de la buena nueva de la salvación. En este sentido mal comenzó el sínodo de obispos sobre el tema de la Sagrada Escritura, cuando el Papa expresa una actitud poco evangélica.
Lo tradicional, desde el siglo 19, es denunciar la sociedad secular, o la sociedad laica. En la sociedad laica el criterio principal no es la Escritura o la fe, sino las necesidades materiales. “Si Dios no existe, todo está permitido,” dijo Dostoievskii en su novela, Los hermanos Karamazov. En un barco que va a la deriva los pasajeros sólo van a pensar en sus propios intereses. En medio de esa emergencia el predicador –la Iglesia – recordará que lo digno para un ser humano es no dejarse llevar por sus pasiones, o por la irracionalidad. En un barco a la deriva hay que pensar y actuar de acuerdo al criterio de la verdad y Jesús es la verdad, el camino, y la vida. Con Jesús, la nave llegará a buen puerto.
Hasta ahí todo bien, desde el punto de vista teórico. Pero otra cosa es el punto de vista, no sólo pastoral, sino el del criterio evangélico. ¿Cómo predicó Jesús mismo? Porque en su época también la sociedad estaba en una gran necesidad de iluminación en medio de las tinieblas del error. Por eso, no es asunto de tomar como criterio la posición de la Iglesia en la época premoderna. Vaticano II invitó a ir más atrás, al criterio primero del evangelio mismo.
En la medida que no cuadra con el modelo evangélico, el modelo de relacionarse al mundo de los cristianos tradicionales es deficiente. Está bien promover una sociedad más cristiana, pero el modelo de una sociedad cristiana no es el periodo medieval, ni la España de Franco, por ejemplo.
No somos nosotros los que solamente hemos descubierto esto. Baste leer a San Francisco de Sales, en plena época de la Contrarreforma contra los Protestantes. Véase también el ejemplo de San Francisco de Asís. Y el ejemplo de Nuestro Señor, que desde la cruz pudo decir, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
El modelo de predicación evangélica lo encontramos también en la parábola del hijo pródigo. Como el padre del hijo pródigo, Dios nuestro padre no nos condena a nosotros pecadores, ni condena a los que consideramos peores pecadores que nosotros. El hermano del hijo pródigo no se dio cuenta y por eso intentó protestar, como protestaron los viñadores que fueron contratados desde el amanecer y que recibieron la misma paga que los que fueron contratados al atardecer.
¿Cómo vamos a condenar si el primero que merece ser condenado somos nosotros mismos? Si no nos reconocemos tan débiles e inclinados al error y la equivocación como los demás, entonces nos convertimos en fariseos. Ese fue el caso, como sabemos de la parábola del fariseo y el publicano. Viene al caso también la parábola del buen samaritano, que supo amar al prójimo como no lo supieron hacer los doctores de la ley que pasaron por allí. Es en este sentido que el evangelio es necedad para los sabios de este mundo.
Pero si nos hacemos sabios de este mundo, entonces nos entra el deseo de condenar y nos olvidamos que Jesús vino a cumplir lo que ya aparece en el Viejo Testamento: “Misericordia quiero y no sacrificios”(Miqueas 6:8).
El verdadero cristiano entonces buscará el diálogo con el mundo, aunque aspire a una sociedad de criterios cristianos. Lo que evangélicamente inquietó a Jesús y nos debe inquietar a nosotros, no es condenar y poner en evidencia al pecador, sino dialogar con los demás para atraerlos al Reino. Es más importante predicar el Reino, que denunciar el error.
También hay que reconocer que tampoco está claro, qué podría ser una sociedad de criterios cristianos. Alguien pudo pensar que tal sociedad sería una sociedad de corte marxista. Pero luego hemos visto que el sistema capitalista satisface las necesidades materiales de los pobres de una manera más efectiva. Eso, a pesar de sus defectos indiscutibles. No es que el capitalismo sea la solución para una sociedad más cristiana, pero sí es un hecho que en la sociedad de corte marxista se pasa más hambre y necesidad y hay menos libertad de culto y pensamiento religioso.
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