He estado trabajando sobre una historia de Vaticano II. Hoy he decidido compartir algunas de las ideas que estoy trabajando.
La Iglesia y el mundo
En sus comienzos la Iglesia no rechazó la sociedad, sino que fue la sociedad romana de los primeros tiempos, la que comenzó a perseguir la Iglesia. Igual que los judíos, los cristianos se acomodaron y se adaptaron a las diversas sociedades sin ánimo de condenarlas.
Con las persecuciones, sin embargo, se acentuó la diferencia entre cristianos y paganos, como el monoteísmo, la observancia de un calendario semanal y festivo un tanto distinto, la abstención de la comida ofrendada a los dioses y la veneración del emperador como una divinidad. Los cristianos en su vida y su manera de ser no eran tan distintos de sus contemporáneos, como tampoco lo eran los judíos. Pero al igual que los judíos, fueron vistos como extraños y merecedores del repudio y persecución de la sociedad. En específico el que se rehusaran a venerar a los emperadores como divinos fue visto como una insubordinación de carácter político.
En la Carta a Diogneto se dice que los cristianos viven en el mundo, pero a la vez es como si no vivieran en el mundo.
El hecho es que los cristianos nunca fueron “revolucionarios” en el sentido de militar activamente en contra de la sociedad de su tiempo. Seguir a los cristianos no implicaba la transformación de aquel mundo y San Agustín buscó explicarlo en su tratado sobre La ciudad de Dios.
En cierto modo la historia se repitió en la época moderna, a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa – esto es, que la Iglesia fue repudiada o vista como enemiga de la nueva sociedad emergente. Pero en este caso los eclesiásticos desarrollaron a su vez un rechazo militante de esa nueva sociedad.
Así las cosas, hasta Vaticano II y hasta nuestros días, hubo y hay predicadores que asumen una actitud de hostilidad, una actitud de adversario frente al mundo contemporáneo. Como resultado, se predica en la línea apologética: hay que demostrar que los habitantes de este mundo son unos infelices dominados por sus pasiones, mentalmente confundidos y provocadores de todos esos males que aquejan la humanidad. Dan por sentados estos predicadores que la humanidad será feliz cuando se someta a los dictados del Vaticano y a los pronunciamientos de los papas (no necesariamente al Evangelio).
Vaticano II redescubrió la verdadera actitud cristiana. Jesús no se dedicó a anatemizar o a condenar a la sociedad de su tiempo, ni a sus contemporáneos. No se dedicó a lamentar lo equivocados que estaban los líderes de su tiempo. Denunció a los fariseos, sí, pero sin despreciarlos o asumir él una actitud de superioridad farisaica, que es lo que encontramos en la Iglesia (vaticana), según se da en estos predicadores. No describió con gusto el descarrilamiento de los confundidos y desorientados, es decir, de los pecadores. Más bien se lamentó que eso sucediera. Tuvo compasión de los pecadores y eso no se expresa regodeándose en descripciones despreciativas.
Jesús se dedicó a buscar las ovejas descarriadas del pueblo de Israel. Entonces, como el Buen Pastor, no las empujó y las trajo a patadas y empellones al rebaño, sino que con amor se las echó al cuello para devolverlas al redil. Esa fue la actitud de SS Juan XXIII. Esa no era la actitud hasta entonces.
El escándalo del cristianismo dividido
Otro de los grandes temas del Concilio fue el ecumenismo, como lo propuso el Buen Papa Juan. Desde los comienzos del cristianismo se ha dado este escándalo, de las divisiones y los chismes y los bochinches entre los cristianos.
A menudo tales divisiones se han dado entre los “puros” y los “liberales”; los de la línea dura y los de la línea más tolerante, desde los mismos comienzos del cristianismo.
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