Lo primero que viene a la mente es la injusticia perpetrada por los que tomaron esa decisión. Pero, ¿se hizo con malicia, con indiferencia, por egoísmo? Podemos conjeturar que no hubo intención de cometer injusticia.
Con la disolución del Westernbank y del Eurobank y de un tercero que ahora no recuerdo, era de esperarse que los bancos compradores (Banco Popular de PR, Scotiabank y BBVA) se iban a encontrar con sucursales de más, las que naturalmente tendrían que cerrar, aun por acatamiento a los reglamentos federales de los EEUU.
En algunos casos las sucursales eran contiguas, como la del Popular y el Westernbank en la parada 18, lo mismo que en Plaza Las Américas. No tiene sentido tener sucursales contiguas de esa manera.
Lo que el periodista no se pregunta es si de veras todos los empleados de las sucursales cerradas fueron despedidos. Es de conjeturar que tal cosa no sucedió. Un buen administrador, un presidente de un banco, querrá quedarse con lo mejor del talento de las sucursales adquiridas y que deberán ser liquidadas. Es mejor despedir los irresponsables o los menos capaces conocidos para hacer espacio para los de probada experiencia y capacidad.
Siempre recuerdo el caso de una secretaria en la Facultad de Estudios Generales, Decanato Académico (cuando yo era decano asociado) que era una total incompetente y que además faltaba a menudo y cuando no, llegaba tarde. En adición, no sabía escribir, ni poner acentos, de manera que era imposible hacer como hacía antes en la rectoría de Colegios Regionales, que con darle la idea general a la secretaria era suficiente y ella se encargaba del resto de la redacción.
Pero volviendo a la incompetente del decanato en Río Piedras: no sólo no sabía, sino que pretendía saber y se ponía a corregirme los acentos y lo que hacía era ponerlos donde no iban, de manera que tenía que devolverle las cartas continuamente y tenía que pasar trabajo para que no pasara algún escrito que llevara a alguien a pensar mal de mí. El colmo fue cuando le facilitó a un profesor una carta confidencial de la decana, que, de hecho, todavía estaba en la etapa de borrador.
En la industria privada aquella secretaria no hubiese durado un día, pero en la universidad del estado se le toleró durante demasiado tiempo. Otro caso parecido fue el de la que faltaba continuamente por un problema con la espalda, pero siempre venía al trabajo con zapatos de tacos altos.
No dudo que en la empresa privada se dan casos parecidos, sobre todo cuando se trata de bancos con una cantidad enorme de empleados. Pero al momento de una transición como el de la compra de un banco por otro, llegan los ajustes de cuentas. No necesariamente se despiden los empleados a capricho, sobre todo si se quiere que la empresa se mantenga competitiva en la arena de los negocios. Uno de los grandes bancos en Europa y Estados Unidos es... japonés.
Pero más importante que lo anterior es lo siguiente. Cuando en Estados Unidos los bancos tropiezan con dificultades, la reacción no es pensar que hay unos poderosos que están manipulando lo que sucede para beneficio propio y con la mala intención de fastidiar a los pobres y a los pequeños empleados. La reacción, según uno ve en la prensa de allá (gracias a la Internet), es la de preocuparse por la salud fiscal de la nación. Entre tanto, en Puerto Rico, no se ve que los periodistas encuadren, por ejemplo, este tema del cierre de sucursales bancarias, dentro del tema de la salud económica del país.
Como en nuestra América hispana y en la España de hace cien años, seguimos dentro de los esquemas mentales que llevan a culpar a los ricos por las miserias de los pobres. No tenemos una visión de que todos estamos en el mismo bote y que si no juntamos hombro con hombro todos, la prosperidad o la miseria económica de nuestra sociedad no se resuelve sola.
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