El tercer domingo de Adviento es tradicionalmente un domingo de alegría, como se puede ver en las lecturas del Antiguo Testamento, lo mismo que el pasaje escogido de San Pablo.
Para este domingo 3° de Adviento hay un pasaje en el evangelio que me ha llamado la atención:
"El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
"-Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
"Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia."
Por lo general lo que llama la atención es la humildad de Juan: "No merezco desatarle la correa de sus sandalias". Juan es el que anuncia; él no se hace pasar por el Mesías, ni tampoco dirige la atención hacia su propia persona.
Juan anuncia la llegada del que ha de venir cuando menos lo esperamos, para poner a cada uno en su sitio, por así decir.
Pero lo que también puede llamar la atención es el tema del bautismo. Pareciera que en este pasaje Juan está anunciando el final de su bautismo de agua como señal de la conversión de vida.
Esto resulta interesante si uno se percata que Jesús nunca bautiza en los evangelios. Lo único que pide es que las personas tengan fe, lo que implica, claro, una conversión del corazón. Pero de todos modos, más de un personaje en los evangelios recibe el perdón de sus pecados sin que haya hecho nada en particular. Algunos llegan a demostrar la disposición para una vida... "cristiana". Otros solamente tienen el atrevimiento de acercarse a Jesús, a ver si pueden ser curados. Algunos reciben el perdón de sus pecados sin haberlo solicitado, y aun sin tan siquiera haberse confesado pecadores. Claro Jesús deja ver bien claro que el que le sigue debe revestirse de la actitud del publicano, mientras rechaza la actitud del fariseo.
Parece que Juan dice que el bautismo de agua termina y ahora llegará uno que traerá el bautismo "con Espíritu Santo y fuego". Más adelante, en Hechos de los apóstoles, Pedro se encontrará con una comunidad de poseídos por el Espíritu, que profetizan y hablan en lenguas. Cuando uno de sus acompañantes sugiere que los bauticen (con agua) de inmediato Pedro le dice que no hay necesidad, que ya ellos han recibido el bautismo del Espíritu. (Hechos 11:15)
Todo esto refleja una confianza en Dios. El que llega para aventar su parva y recoger su trigo en el granero y para quemar la paja en una hoguera que no se acaba, no representa una amenaza para los cristianos que viven siempre alertas, siempre recordándose la necesidad de estar preparados. Por eso la llegada del que ha de venir es motivo de alegría, y más aún cuando trae el bautismo del Espíritu. Los frutos del Espíritu son paz, serenidad, disfrute, alegría.
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