En esta semana en el domingo 27 de enero de 2013 se lee un pasaje del apóstol San Pablo que sirvió de base para la encíclica "Mystici Corporis" de SS Pío XII allá por finales de la década de los años 1950. El redactor de aquella encíclica se basó sobre todo en este pasaje en que el apóstol habla sobre la comunidad cristiana como encarnando el cuerpo místico de Cristo.
Claro, en época de Pablo no había una visión de todos los cristianos como conformando todos el cuerpo de Cristo. Ser cristiano en la práctica implicaba pertenecer a una comunidad, no a una especie de multinacional religiosa que encarna el cuerpo de Cristo.
También habría que tomar en cuenta, pienso, que Pablo produjo esta idea del cuerpo de Cristo (que creemos que es una realidad que él descubrió) en el contexto de estarle hablando, dirigiéndose, a los corintios (el pasaje es de I Corintios 12:12).
Parece que los corintios estaban en medio de unas fuertes controversias sobre las obligaciones impuestas de la Ley mosaica y de otras obligaciones parecidas. También parece que había que hacerlos caer en cuenta de la acción del Espíritu Santo que se expresa en los carismas y en ese mismo contexto, debían reconocer que nadie es superior a otro porque tenga o no un carisma o por esta o la otra razón. Para los cristianos no tiene sentido practicar la acepción de personas. Tanto honor se le debe al obispo, cuanto al feligrés más tosco y paleto de la congregación.
En ese contexto entonces podemos visualizar lo que dice Pablo: la comunidad local encarna el cuerpo de Cristo. Cristo está presente en el cuerpo de la comunidad reunida, tanto como en las especies sacramentales de pan y vino. Es como caer en cuenta que el Espíritu Santo habita en cada uno de nosotros y a la postre, somos habitáculo de la Santísima Trinidad, tanto como el sagrario de la Iglesia.
Por esto podemos conjeturar que en aquellas primeras comunidades cristianas había un gran sentido de la presencia de Dios en el culto, de Cristo presente de múltiples modos al momento de la reunión. Cada feligrés era un "otro Cristo", tan presente como en las especies de pan y vino.
Así se justifica el énfasis que puso el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la liturgia, sobre el imperativo de que la comunidad juegue un papel activo y consciente en el desarrollo del culto. Su participación es también la expresión de su carisma y de su sacerdocio particular.
Ojalá más y más católicos fuesen cayendo en cuenta de esto para que fuesen cayendo o desapareciendo los elementos que impiden esa visión de comunidad orante que experimenta la vida de la fe y que entonces se lanza a las obras de misericordia y a la promoción del Reino de Dios en este mundo.
Es de eso que Jesús habla en el pasaje del Evangelio con el que se comienza la lectura del evangelio de Lucas a través de éste y de los siguientes domingos. Así es como Jesús comienza el anuncio de la llegada del Reino, de la liberación de los pobres y de los cautivos.
(El punto de arranque para estos apuntes fue el comentario a las lecturas del día que se encuentra en http://ncronline.org/node/42816.)
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Claro, en época de Pablo no había una visión de todos los cristianos como conformando todos el cuerpo de Cristo. Ser cristiano en la práctica implicaba pertenecer a una comunidad, no a una especie de multinacional religiosa que encarna el cuerpo de Cristo.
También habría que tomar en cuenta, pienso, que Pablo produjo esta idea del cuerpo de Cristo (que creemos que es una realidad que él descubrió) en el contexto de estarle hablando, dirigiéndose, a los corintios (el pasaje es de I Corintios 12:12).
Parece que los corintios estaban en medio de unas fuertes controversias sobre las obligaciones impuestas de la Ley mosaica y de otras obligaciones parecidas. También parece que había que hacerlos caer en cuenta de la acción del Espíritu Santo que se expresa en los carismas y en ese mismo contexto, debían reconocer que nadie es superior a otro porque tenga o no un carisma o por esta o la otra razón. Para los cristianos no tiene sentido practicar la acepción de personas. Tanto honor se le debe al obispo, cuanto al feligrés más tosco y paleto de la congregación.
En ese contexto entonces podemos visualizar lo que dice Pablo: la comunidad local encarna el cuerpo de Cristo. Cristo está presente en el cuerpo de la comunidad reunida, tanto como en las especies sacramentales de pan y vino. Es como caer en cuenta que el Espíritu Santo habita en cada uno de nosotros y a la postre, somos habitáculo de la Santísima Trinidad, tanto como el sagrario de la Iglesia.
Por esto podemos conjeturar que en aquellas primeras comunidades cristianas había un gran sentido de la presencia de Dios en el culto, de Cristo presente de múltiples modos al momento de la reunión. Cada feligrés era un "otro Cristo", tan presente como en las especies de pan y vino.
Así se justifica el énfasis que puso el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la liturgia, sobre el imperativo de que la comunidad juegue un papel activo y consciente en el desarrollo del culto. Su participación es también la expresión de su carisma y de su sacerdocio particular.
Ojalá más y más católicos fuesen cayendo en cuenta de esto para que fuesen cayendo o desapareciendo los elementos que impiden esa visión de comunidad orante que experimenta la vida de la fe y que entonces se lanza a las obras de misericordia y a la promoción del Reino de Dios en este mundo.
Es de eso que Jesús habla en el pasaje del Evangelio con el que se comienza la lectura del evangelio de Lucas a través de éste y de los siguientes domingos. Así es como Jesús comienza el anuncio de la llegada del Reino, de la liberación de los pobres y de los cautivos.
(El punto de arranque para estos apuntes fue el comentario a las lecturas del día que se encuentra en http://ncronline.org/node/42816.)
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