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Goya, Marqués de San Adrián |
Un soldado se pregunta, “¿El teniente es un muchachito que no sabe un pepino de la vida y me va a dar órdenes a mí, un veterano de dos guerras?”
Esas dos preguntas tienen mucho sentido en una sociedad corrupta, en que los puestos de honor y privilegio se adquieren por recomendaciones y conexiones con los grandes del gobierno, de los que tienen el poder. Tienen mucho sentido para los que tienen que sufrir bajo la autoridad de mequetrefes, de incompetentes, que tienen esos puestos sólo por su apellido y su clase social.
Qué no decir de las niñas engreídas de esa clase de los privilegiados. Hay un paralelo claro entre esta situación y la de los franceses bajo la aristocracia de los reyes como Luis 15. También se parece a la situación del imperio de Austria o de Rusia, antes de la Gran Guerra de 1914.
En una sociedad corrupta comen los corruptos, y los honestos que se los lleve el diablo.
En una sociedad corrupta las cosas se consiguen, no por mérito, sino a la fuerza.
Esto sucede tanto bajo el capitalismo, como bajo el socialismo.
Cuando se da bajo el socialismo duele más, porque se supone que una sociedad socialista sea una sociedad sin clases o privilegios por apellidos y conexiones.
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Un ciudadano se dice, “No es justo que el médico cobre tan caro por verlo durante cinco minutos. Él tiene una mansión lujosa y yo… “
En una sociedad corrupta los médicos compran su diploma. A veces saben menos que el paciente.
Pero en una sociedad normal, los médicos se pasan años estudiando, antes de poder ejercer su profesión. Algunos llegan a ser tan buenos que pocos otros médicos saben tanto como ellos, o son tan hábiles como ellos. Uno prefiere ponerse en manos de un cirujano que estudió y practicó su profesión, que en las manos de uno que se compró el diploma.
Por eso es que un buen médico tiene derecho a cobrar por cinco minutos de su tiempo.
Por eso es que un buen oficial del ejército tiene derecho a sus privilegios.
Lo mismo sucede con el capitán del barco, cuando sabe lo que tiene entre manos.
Hay derecho a privilegios cuando uno se los gana. Al menos, esa es la idea.
Esto es, no tiene sentido decir que no deben haber privilegios. Eso es una conclusión apresurada, sólo porque se vive en un país en que los privilegios se consiguen por medios que no son legítimos.
No es lo mismo, el privilegio que uno se gana por mérito, que el privilegio que se consigue por mi nombre y mis conexiones.
No es lo mismo, el privilegio que uno se gana por mérito, que el privilegio que se consigue por mi nombre y mis conexiones.
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Nadie se fija en los millones que tienen y que ganan los cantantes o los peloteros, o los futbolistas.
Otro ciudadano se pregunta, “¿Cómo es que los traficantes de droga pueden vivir tan bien, qué lo justifica?”
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¿Cómo resolver el problema de la corrupción? Por lo pronto, ni modo. La corrupción es parte de la condición humana, como el pecado original.
Pero sí se ha visto que los humanos pueden comportarse según los escenarios. En Suiza, nadie sería capaz de comprar un diploma de ingeniero, mucho menos pretender ejercer con ese diploma. Adquirir privilegios a la fuerza es impensable. Eso no significa que los suizos sean santos.
Al otro extremo está la China. Quizás el principal secreto chino es la tradición popular de las “buenas costumbres”, aunque se observen hipócritamente. Lo importante no es lo que piensen; lo importante es el respeto a los escenarios. Eso es uno de los elementos importantes que le han permitido a los chinos llegar a tener tanto éxito económico.
Por contraste, baste ver los cuadros de Goya, de los aristócratas españoles y sus esposas, inclusive los del rey y su corte. Todos se ven como huecos de cabeza y muchos tienen una sonrisa típica de los niños bonitos que no tuvieron que preocuparse de su dinero… aunque estuviesen al borde de la pobreza. Lo importante era el escenario, el ideal de los que consideran que el trabajo es una humillación, de los que anhelan vivir de sus rentas dándose la buena vida.
En ambos escenarios es importante aparentar lo que se piensa es el ideal de vida. Cada escenario cuadra o no cuadra con las exigencias de la realidad. En la medida que el escenario corresponda, entre otras cosas, con las necesidades básicas, santo y bueno. Si no cuadra, peor para la realidad, como diría un comisario estalinista.
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