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El instinto moral, Parte 2

Científico de "la revolución verde" que alimentó
a más pobres que Madre Teresa de Calcutta

El español Ramiro de Maeztu dijo, allá por la primera mitad del siglo 20, que un cristiano podía desprenderse de toda su riqueza y dársela a los pobres, pero ahí terminaba todo. Mejor era fundar una fábrica y darle de comer a muchos empleados por años venideros.

Le recuerdo a mis lectores mi ensayo publicado en este Blog el 17 de enero de 2008 sobre "El instinto de moralidad". Igual que con aquel ensayo, los siguientes párrafos están basados en lo que plantean Steven Pinker, Richard Restak y homólogos.

Desde hace ya tiempo, alrededor de unos treinta años o más, se ha observado que los que tienen accidentes y se les afecta el área frontal del cerebro, pierden sentido de sus emociones y de su moralidad. De haber sido antes personas muy correctas, luego del accidente son irresponsables y hasta peligrosos en algunos casos.

Se ha podido demostrar que en casos psicopáticos como los que torturan y matan viciosamente o son simplemente malvados, se trata de cerebros defectuosos desde nacimiento. Algunos llevan la maldad de forma innata, de verdad. No son capaces de simpatizar con los demás, ni tener sentido de responsabilidad, ni conciencia del mal que provocan.

En los años de la década de 1970 se dio el caso de una chica que tuvo la idea, para ella algo chistoso, de apuñalar a las compañeras de clase cuando entraban al baño. Para suerte de todos sólo lo hizo una vez (si mal no recuerdo) y lo importante es que era hija de un psiquiatra que permitió que se le hiciera un experimento. Se le intervino en su cerebro con agujas eléctricas y se le quemaron unas células específicas. Al salir de la operación ya era la chica más dulce y bondadosa que se pueda imaginar.

Claro, esto presenta dos puntos retantes.

1) Si el cerebro se deteriora físicamente, o si se altera físicamente, la manera de pensar cambia, hasta puede suceder que ya uno no pueda pensar, punto.

Eso se ha podido constatar en muchos, muchos casos. Pregúntele a su neurólogo favorito.

Ni siquiera hay que intervenir directamente con células. Basta con la química del cerebro, los elementos químicos que entran en juego con el cerebro. Pregúntele a su drogadicto más cercano. O al psiquiatra de la esquina y al farmacéutico, de paso.

Eso pareciera implicar que pensamos con el cerebro, no con el espíritu o alma propia. El cerebro físico, las células físicas, son la base para nuestros pensamientos y nuestras emociones. Si esas células se alteran, se alteran nuestras ideas y sentimientos.

Claro, uno puede seguir creyendo en el alma. Pero también véase que la idea del alma material es algo típico de los griegos, y de Aristóteles en particular.

2) No sólo los pensamientos, sino que la moral pareciera surgir de nuestro cuerpo, de nuestro cerebro.

Eso no invalida la moral como tal. Pasa lo mismo cuando un borracho, alterado su cerebro por la química del licor, dice la verdad. Qué importa de dónde viene, la verdad es la verdad. Los juicios sobre la moralidad de la conducta puede derivar de la química del cerebro o del área frontal del cerebro; otra cosa es si lo que se plantea vale o no.

Aquí termina esta consideración, por ahora.

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