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Cuaresma


El Buen Pastor, representación de las catacumbas.

Como todo lo que presento en mis “Reflexiones”, aquí unas ideas que cuadran con la teología tradicional, aunque su propósito no es teológico, ni deben enmarcarse en el marco de la teología. Son parte de un camino que termina, pero no acaba. Mira nuestra fe en la medida que podemos evocar la fe de los primeros cristianos, aunque sea imposible mirar fuera del campo de visión establecido por nuestra época. Cierto, que no podemos entender el contexto, el trasfondo mental de los primeros discípulos.

El evangelio, la Noticia, lo que motiva nuestra alegría: es que con la sola persona de Jesús ya Dios dice que no hay pecado, no hay culpa, él no guarda rencor, no está resentido con nosotros. Sólo espera un cambio de vida en nosotros, lo que es de esperarse de alguien que se entera de esto.
La bondad, la misericordia, el perdón de Dios es anterior al suplicio de la cruz. 


Si no hay ley, no hay culpa, dice san Pablo. Si no hay culpa, no hay que azotarse y arrodillarse sobre piedras para pagar por nuestros pecados. Si no hay préstamo, no hay deuda. Si no hay ofensa, no hay para qué andar de saco y cenizas.
¿Entonces da lo mismo pecar, que no pecar? Es decir, me estás diciendo que no hay pecado, para empezar. ¿Y las buenas obras, la limosna, nuestra propia misericordia para los que nos ofenden, la oración? ¿No tienen sentido?
Es que el estilo de vida y las buenas obras vienen como consecuencia de la fe, como resultado de caer en cuenta que nos ha llegado la salvación, que nos ha tocado el amor de Dios. Es la conducta que adviene cuando nos enamoramos. El enamorado pierde el sentido del tiempo y lo que hace por la novia no le parece un sacrificio. Claro, la novia no espera que sea un masoquista, a menos que se trate de una relación anormal. 
Jesús dice: Dios no condena, no pide sacrificios, no pide “penitencia” en el sentido tradicional. Es asunto nuestro corresponder al hecho que Dios nos ama, de salida. 


No es que había que pagar para que el resentimiento de Dios pudiera ser satisfecho. Eso sería poner el asunto en términos de “ojo por ojo y diente por diente”; “me la hiciste, pagarás”. Eso sería pensar a Dios al nivel de las chiquilladas.
Por eso Jesús dice que la ley no es tan importante, cuanto aquello en que se resume la ley: el amor a Dios que se expresa en el amor al hermano. Es lo que subrayó san Juan. En esto nos sorprendemos, en que Dios nos amó primero. No hay que hacer nada para que Dios nos ame, al modo con que los hijos no tienen que hacer nada para que nosotros como padres les tengamos cariño, amor. 


¿Y la Pasión, y la muerte en cruz? 
Es un enseñarnos el camino. 
Jesús es el camino. Y por donde fue Jesús, por ahí vamos. Él tampoco sintió que había que dejarse fastidiar y ser crucificado, como en el Huerto de los olivos. Podía haberse escapado, si esperaba que lo vendrían a buscar. 
No dijo, “Qué bueno es sufrir para complacer al Padre”. 
Dijo, en paráfrasis, “Bienaventurados los que están dispuestos a entregar su vida a causa de los hermanos”. No es necesario entregar la vida, pero ciertamente estaríamos dispuestos a dar nuestra vida por el bien de los hermanos. Ese es el Camino de Jesús. Fue el caso de Maximiliano Kolbe, que se ofreció a ser fusilado para que otro viviera.
Como la cruz no fue necesaria (la teología tradicional también lo reconoce) por eso Jesús recordó el salmo 22, “Dios mío, por qué me has abandonado”. No es fácil verse en el Camino.
Jesús dijo, “Yo soy el camino”. Equivale también, entre otras cosas, a decir, “Si no amas a tu hermano, a quien ves, cómo dices que amas a Dios, a quien no ves”. Por eso es que el cristianismo, el seguimiento de Jesús luego de escuchar la Buena Nueva, se expresa a plenitud en la comunidad cristiana. 
Es que donde hay seres humanos juntos, siempre habrán roces, conflictos, rivalidades, etc. Y… Por tanto, vivir con los hermanos en comunidad confirma nuestra fe.


Por eso el énfasis de los primeros cristianos (en los primeros doscientos años) no fue en la cruz (lo vemos en su arte, como en las catacumbas) como un sacrificio, sino en los banquetes (eucarísticos) y en la oración. El ser cristiano, la consecuencia de la fe, del encuentro con Jesús y de caer en cuenta de la Buena Noticia, se expresa en la relación al hermano. La verdadera oración no nos pone en relación con la cruz, sino con los hermanos en comunidad.
Vemos que los primeros cristianos hablaban de la Presencia Real de Cristo, no en el pan, sino como Jesús presente en la comunidad como Cuerpo Místico en que todos juntos celebran, alaban, suplican, dan gracias por la historia de la salvación al modo del seder judío. En la oración eucarística de Adai-Mari ni aparecen las palabras de la consagración del pan y vino. 
¿Cómo se define la salvación? En que Dios nos amó primero y no requiere de nuestros sacrificios para estar de buenas con nosotros. Es como un padre que sólo espera a que el hijo venga a la casa, a estar junto a los hermanos.

¿Y la resurrección? Como el milagro de Lázaro salido de la tumba, como los milagros en vida de Jesús, son un testimonio, un signo de que el Reino de Dios está entre nosotros.


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