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Preparando a una mujer para ser apedreada hoy día, por adúltera. La foto es real, no se trata de una escena de alguna película. |
Tradicionalmente se habla de la caridad. “Hay que tener caridad,” decían, cuando alguien se molestaba y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, hasta la venganza. Era como decir, “Hay que soportar el mal”.
Cierto, está en los evangelios – la indicación de amar a los enemigos. (Lucas 6,35)
Lo que me preocupa: a lo que voy en esta reflexión.
Amando a tu enemigo, deseas que sea un hermano.
No amas en ese hombre lo que es, sino eso que tu quieres que sea. Así pues, cuando amas a tu enemigo, amas a un hermano.
-San Agustín, Comentario sobre la 1ª carta de San Juan, § 8,10.
El peligro que se corre con esto es lo que Schopenhauer señaló como “espíritu de venganza” que pueden tener algunos de los pobres y minusválidos, los pequeños de alma, los mezquinos.
El cristianismo ha atraído muchos como esos.
Más de un pastor cae en el vicio, en el placer morboso de condenar y denunciar. Lo mismo sucede con más de un activista social por la defensa de los humildes.
Mi suegra citaba lo que probablemente era un viejo refrán español aprendido a su vez de su abuela, “Boca no criticó aquello que no gustó”.
Está el caso del que ve un auto nuevo y va, lo guaya, sólo por ser nuevo. Y si puede, lo choca con su tartana. No se le ocurre la posibilidad de trabajar, montar un negocio, algo así, para tener un auto igual.
Cierto, esto también sucede en el mundo de familias acomodadas. La envidia se encuentra en cualquier lugar.
Es fácil ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
El error de amar a los enemigos con pena por sus debilidades y su condición maliciosa que les lleva al pecado es dejarse a la espalda el hecho de que estamos en el mismo mundo y ocupamos el mismo espacio y habitamos –estamos– en la misma realidad. Al verlos “desde arriba”, los vemos como los fariseos. Así, podemos caer en un orgullo ciego.
Podemos cegarnos al hecho de que nosotros estamos “abajo” con ellos – nosotros también. Podemos dejarnos a la espalda que somos humanos y pensarnos dioses. Nos podemos llegar a creer que el hábito de monja, cura, pastor predicador nos separa de veras de este mundo y que no somos como las ovejas que pastoreamos. Esa es lo que le sucedió a los fariseos.
Queremos conducir al otro al buen camino. Como si nosotros fuésemos los únicos en saber cómo vivir una vida que resulta del encuentro con Jesús y los evangelios. Es que hay muchas manera de responder a esa experiencia.
Entre tanto no respetamos a los enemigos, a los que buscamos como ovejas perdidas.
El primer paso para abrirle los ojos es respetar al otro como es. Puede que el otro es el que ve algo que nosotros no vemos.
Luego, en el segundo paso, si lo respetamos, entramos en diálogo y vemos que habitamos en el mismo barco, que compartimos con él nuestra condición de humanos.
Al compartir, el otro puede escucharnos y decidir, actuar por su cuenta.
Él es el responsable de su vida. No nos toca a nosotros vivirla por él.
A nosotros nos toca apuntar al horizonte, al ideal. Y decirle que también nosotros estamos de camino, que quizás él está más cerca de Dios que nosotros, quién sabe.
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Jesús en las bodas de Caná, por Jan Vermeyen Encontrado en la página de New Joy Lutheran Church |
Es que un anunciador del evangelio no predica. No anuncia “desde arriba”, sino que comparte “abajo”.
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