En la carta a los Hebreos, capítulo 5 encontramos:
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte (Hebreos 5,10)
Es lo que mismo que sucede con todos nosotros frente al peligro. Es lo que encontramos en el salmo 68:
Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.
-Salmo 68,2-22
Cuando llegamos a punto seguro, alabamos a Dios porque nos sacó del peligro.
Pero… ¿Y los que se ahogaron?
¿Dios se olvidó de ellos?
¿No eran importantes?
Probablemente así se sintió Jesús.
Es lo que sintió el pueblo de Israel y los judíos ante la desgracia nacional.
Es lo que expresa el salmista:
Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.
Así se sintió Jesús en la cruz.
Entonces cantó, recitó el salmo 22,
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
Dios mío, clamo de día, y no respondes;
Y de noche, y no hay para mí reposo.
La carta a los Hebreos continúa la anterior cita de su capítulo 5:
“Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.”.
¿Dios nos corrige a cantazos? ¿Y si somos inocentes?
Los fariseos pensaban que ellos eran los inocentes. La prueba de que los demás somos pecadores está en nuestra desgracia.
Por eso hay que huirle al fariseísmo como el diablo a la cruz.
Aquí llegamos al punto de esta reflexión.
¿La desgracia es resultado de la rebeldía, el pecado?
- En los evangelios nadie habla del pecado original (Adán y Eva).
- Jesús descarta el pecado como causa de las enfermedades y miserias.
- Los pecadores la pasan bien, y no se necesita ser justo para tener las cosas buenas de la vida.
- Vemos justos sufriendo inmensamente: hambrunas, injusticias; sobre todo en nuestros tiempos de la búsqueda de sensacionalismo en los medios de comunicación.
¿Dónde está Dios?
¿Es que Dios se tapa la cara para no enterarse?
Así lo vemos expresado en el salmo 10:
¿Por qué estás lejos, oh Jehová,
Y te escondes en el tiempo de la tribulación?
…el malo se jacta del deseo de su alma,
…Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude;
…Dice en su corazón: Dios ha olvidado;
Ha encubierto su rostro…
Si te olvidas de algo, es que no lo tienes muy en mente, no es importante.
Los olvidados: los pobres, los necesitados…
Como infantes abandonados, como ovejas sin pastor.
Quizás por eso en el cristianismo se promovió una fe infantil, de niños.
Una fe del que necesita que llegue la salvación.
Una fe no apta para adultos. Una fe para los que la salvación no llegará a la manera que esperan los niños.
Jesús propone una fe para adultos, con corazón de niño.
Veamos.
Uno sufre, también muere, por obligación.
Pero... Jesús no murió por obligación.
“Obediencia” para él quiso decir: aceptar libremente.
Aceptó libremente lo inevitable.
(Fue como los músicos en el Titanic. Se hundieron mientras tocaban música.)
Por ahí va el camino de Jesús.
Dios amó al mundo.
Amó tanto al mundo, que quiso vivir en él, como un ser humano.
Amó tanto al mundo, que aceptó los chismes, las tergiversaciones que llevan a la cruz.
Los cristianos también amamos al mundo.
Lo aceptamos.
Libremente nos abrazamos al mundo como Dios ama al mundo.
La salvación, la felicidad, no es algo “material”. Es aceptar libremente lo que hay.
¿Lo que hay?
El azar y la necesidad.
En el respeto de Dios.
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