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Domingo 14 del Tiempo Ordinario, Ciclo C

 


El evangelio de hoy narra el envío que Jesús hizo de setenta y dos discípulos, a los que envió de dos en dos,  para que fueran a llevar la buena noticia de la llegada del Reino por toda Galilea.


Jesús designó setenta y dos discípulos para que salieran a todas partes en Galilea para anunciar la llegada del Reino de Dios. Salieron a expulsar demonios y a curar enfermos a nombre del Señor Jesús. A la vuelta le cuentan a Jesús, maravillados, cómo efectivamente cumplieron su misión. Jesús les dice, «Vi a Satanás caer del cielo como un rayo». Es como decirles que no se sorprendan porque ha llegado el fin del poder de Satanás en este mundo. 

En Apocalipsis 20,10 se dice que el Diablo fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, para ser atormentados día y noche por los siglos de los siglos. No es verdad que «el diablo anda suelto», porque fue expulsado de este mundo. Y aun si estuviera por ahí, los cristianos tenemos poder sobre él en nombre del Señor Jesús, como en el evangelio de hoy. 

En las notas al calce a la lectura del evangelio de hoy la Biblia de Jerusalén comenta que el número setenta y dos simboliza el número de las naciones paganas a ser evangelizadas por los cristianos. La Galilea en sí era territorio pagano en tiempos de Jesús. La buena noticia de la llegada del Reino se le predica a todos. 


Lo que narra el evangelio es anticipado en la primera lectura de hoy, tomada de Isaías 66,10-14. Es la profecía de los últimos tiempos, cuando volvería Dios a restaurar la suerte de Israel. Esto fue lo que los setenta y dos discípulos salieron a anunciar, que Dios no se había olvidado de su pueblo y que ya el Reino estaba aquí entre nosotros. Sólo que, como sabemos, el Reino no es de tipo político, sino comunitario, el de la vivencia de la fe en el seno de la comunidad cristiana. El Reino de Dios ya está con nosotros.


Eso mismo es lo que cantamos con el salmo responsorial (65,1-3a.4-5.6-7a.16.20). Aclamamos a Dios por la maravilla de su amor, «sus temibles proezas» en favor de nosotros. 


La segunda lectura sigue la lectura continua del texto de la carta de san Pablo a los Gálatas (6,14-18). Siempre cuadra con el tema de la proclamación del Reino y la derrota de Satanás. «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo», dice Pablo. El eje de nuestra vida no es la circuncisión, es decir, las acciones y los rituales y las cosas. El eje de nuestra vida es Cristo, que vino para traernos vida, para comunicarnos vida, para enraizarnos a él como la vid y los sarmientos y hacer una criatura nueva de cada uno. Lo que cuenta es esa nueva criatura que somos, dice Pablo. Esto es lo que también anunciamos cada uno, anhelando que otros también puedan participar de esta alegría mesiánica.

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Podemos ver en qué consistía la misión de los discípulos: curar enfermos, ofrecer la paz y anunciar la llegada del Reino. Al curar enfermos, se descubrieron expulsando demonios en nombre del Señor Jesús. 

Con la evolución histórica del cristianismo esto de anunciar el Reino, ofrecer la paz, conjurar enfermedades y demonios, fue haciéndose algo reservado a unos funcionarios con facultades y autorización para hacerlo. Pero en realidad es algo que compete a todo bautizado, a todo cristiano. Todos estamos llamados a ser misioneros. Es que en eso consiste vivir en el Reino. Eso es lo que quiere decir que todos somos la Iglesia.

El Reino no es una realidad mental porque entonces podría ser una fantasía, una especie de locura o histeria subjetiva. La autenticidad del Reino se constata en la vida comunitaria. En la comunidad se concretizan nuestras ideas y nuestra experiencia de Dios en Jesús. Al ver esto también entendemos lo que es el concepto de la sinodalidad según las propuestas del Concilio Vaticano II.





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