Este domingo celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. De esta manera evocamos el triunfo final de Jesús cuando todos entraremos con él a la Nueva Jerusalén, la celeste. Podemos tener eso en mente al hacer la procesión con ramos antes de entrar al templo para la celebración del día. Una vez entrados al templo, se lee la primera lectura, de Isaías 50,4-7: «El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.» De esa manera el profeta Isaías quizás se refirió a sí mismo o también al pueblo de Israel, maltratado y humillado por los asirios y babilonios. Dice que descubrió (Dios le abrió el oído) que Dios no lo abandonaría, lo que también se aplicaría al pueblo. Esto también lo entendemos como profetiza
Unos griegos piden ver a Jesús En el evangelio de hoy unos "griegos" (probablemente unos "helenistas", o judíos helenizados de la Diáspora) piden ver a Jesús. Pero entonces Jesús no se dirige a ellos, sino que dice, "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado". Quién sabe (conjeturamos que) su espíritu está conturbado ante su inminente pasión y muerte. Más adelante dice, "Padre, glorifica tu nombre". Entonces se oyó una voz del cielo, nos dice el evangelio, "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Podemos pensar que Jesús en cuanto humano tenía que sentir angustia y miedo ante lo que sabía que se le venía encima a causa de la hostilidad de sus enemigos, lo que lo llevaría al sufrimiento y la muerte. ¿Cómo se vería esto? ¿No se vería como un fracaso? ¿Se vería como un desac