Los que quieren imponer leyes a nombre de la religión y promueven legislar la moral religiosa para imponerla a todos los ciudadanos recuerdan a los fariseos de tiempos de Jesús.
En abstracto las cosas pueden verse en blanco y negro. Pero en concreto las cosas no se ven tan claras. La realidad es gris.
«¿Porqué tus discípulos comen con las manos sucias?», le preguntaban los fariseos a Jesús (Mateo 15,2). El comentario fue ocasionado por una ocasión particular. De seguro que los discípulos se lavaban las manos por uso y costumbre. Pero en un momento dado estaban comiendo sin lavarse las manos, en violación de la ley de los fariseos. A los fariseos no les importaba la situación que justificaba la excepción a la regla.
Hay ocasiones en que se justifica comer con las manos sucias.
Hay ocasiones en que se justifica matar a una persona, qué remedio.
Hay ocasiones en que se justifica violar la ley, qué remedio.
Súmmum ius, summa iniustitia, dijo Cicerón. Si se aplica la ley con demasiado rigor se termina en la injusticia. Si se inventan leyes para cada detalle, si se multiplican las leyes, terminamos todos como delincuentes. (Por eso conviene que los estudiantes de primer año universitario lean a Cicerón. Por eso la universidad no ha de verse como una institución vocacional.)
Los fariseos se la pasaban pensando cómo aplicar la Ley de Dios y así se la pasaban inventando leyes para obligar a los demás.
Pero como no es lo mismo en abstracto que en concreto, lo que parecía lógico en teoría luego resultaba en un requisito infernal para la gente.
De esa manera ser un buen observante para los fariseos terminó siendo uno que cumplía las leyes de Dios al dedillo. Ese personaje nunca existió, porque sólo tenía sentido en abstracto.
Por eso Jesús vino a liberarnos de esa esclavitud a las leyes, vino a liberarnos de los fariseos obsesionados con las leyes.
«No he venido a abolir la Ley,» dijo Jesús (Mateo 5,17). Vino a enseñarnos que hay que saber interpretar la Ley en el sentido humano. Por eso dijo, «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Marcos 2,27).
Recordar que en Éxodo 31,17 Yahvé dijo, «Guardad el sábado, porque es sagrado para vosotros. El que lo profane morirá. Todo el que haga algún trabajo en él será exterminado de en medio de su pueblo.»
De ahí la gravedad de encontrar a Jesús trabajando, curando en sábado. Debía morir apedreado. (Números 15,32) Jesús no sólo tocaba a los leprosos y a los muertos y a los enfermos (lo que implicaba impureza), sino que hacía trabajo en sábado. Había razón suficiente para condenarlo.
Los fariseos decían de Jesús, «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado»» (Juan 9,16). Podemos imaginarnos lo que diría Jesús del aborto. Seguramente no sería lo que dicen algunos fariseos modernos.
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