Ir al contenido principal

Solemnidad de san Pedro y san Pablo

 

Catacumbas, siglo 4°

Hoy celebramos estos dos pilares del cristianismo en su primer momento, en sus orígenes, en el tiempo inmediatamente posterior a la predicación, muerte y resurrección de Jesús.

La primera lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos de los apóstoles 3,1-10. Narra la curación de un lisiado, en los primeros años después de la resurrección de Jesús. En aquellos primeros años los discípulos y apóstoles permanecieron en Jerusalén; «Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón» (Hechos 2.46).

Pedro y Juan ven a un lisiado de nacimiento a la entrada del templo. Pedro se detiene y le dice, «No tengo dinero, pero en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda». Y enseguida el lisiado se levantó y entró al templo brincando y alabando a Dios. Fue un ejemplo del gran poder de Dios al invocar el nombre santo de Jesús. Es lo que ya se vio antes en los evangelios, como cuando le dijeron a Jesús que habían unos que no eran del grupo de los discípulos que andaban expulsando demonios invocando su nombre (Marcos 9,38-39). 


«El cielo proclama la gloria de Dios», cantamos y alabamos con el salmo responsorial (salmo 18,2-3.4-5). 


La segunda lectura está tomada de la epístola a los Gálatas 1,11-20. Vemos que la primera lectura se dedicó a Pedro y esta segunda refleja la actividad misionera de Pablo. Mientras que Pedro se quedó con la comunidad de Jerusalén, Pablo emprendió los viajes misioneros a las diversas comunidades judías de la Diáspora. En el pasaje de la segunda lectura de hoy Pablo narra cómo recibió el evangelio directamente de su encuentro personal con Jesús y cómo de inmediato se dedicó a la predicación sin encomendarse a nadie. Sólo después de tres años subió a Jerusalén (la ciudad está sobre montañas) para encontrarse con Pedro y con Santiago, los dos dirigentes de la comunidad allí. 


El evangelio está tomado de san Juan 21,15-19. Narra un episodio en el contexto de una de las apariciones post pascuales de Jesús. Luego de desayunar con los discípulos a orillas del lago de Galilea, Jesús habla con Pedro. «¿Me amas?», le pregunta una vez y otra vez y una tercera vez. Pedro reitera su amor y adhesión a Jesús. «Apacienta mis ovejas», le insiste Jesús. Esta triple insistencia puede responder a la mentalidad semítica, de cuando se afirma y re confirma un contrato (recordemos la costumbre de discutir un precio y un acuerdo en la plaza pública todavía hoy entre los árabes). 

______________________________________

Pongámonos en el lugar de los apóstoles y discípulos. Lo lógico fue salir corriendo y negar cualquier relación con el líder humillado y ajusticiado en la cruz. ¿Tendría sentido salir a propagar una mentira? ¿A riesgo de la propia vida? ¿A riesgo de azotes, rechazos, maltratos? Todavía sería admisible que lo hiciera uno que otro fanático ciego. ¿Pero tantos apóstoles y discípulos a la misma vez, al punto de fundar comunidades judías con integrantes hebreos y helenistas (judíos de la Dispersión) y pronto con paganos (gentiles) también? Eso de por sí es una prueba de la autenticidad de aquella primera predicación, de la resurrección y del anuncio del reino de Dios entre nosotros. Recordemos cuando Juan Bautista mandó a preguntar y Jesús le mandó a decir, «Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso aquél para quien yo no sea motivo de escándalo!» (Mateo 11,4-6). En ese contexto podemos ver la sanación del lisiado en la primera lectura de hoy.

En aquella primera predicación lo que se pide es creer e invocar el nombre de Jesús. Invocar a Jesús es como invocar a Dios, de la misma manera que Jesús le dijo a Felipe que verlo a él era ver al Padre (Juan 14,9). Así, en aquellos primeros tiempos los cristianos se distinguen por ser los que invocan el nombre de Jesús, como en Hechos 4,12, «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.». Es lo que también vemos en Hechos 9,14.21. Es lo que dice Pablo en Romanos 10,9: «Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo».

Vemos la invitación a invocar el nombre salvador de Jesús en Hechos 22,16 cuando Ananías le dice a Pablo, «Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre». Sin invocar el nombre de Jesús el bautismo queda incompleto. 

****

El cristianismo evolucionó en su expresión social después que Jerusalén fue arrasada y que el templo fuera destruido en el año 70 después de Cristo. Los cristianos de la comunidad de Jerusalén se fueron a la dispersión junto a los judíos. Los romanos prohibieron la presencia de judíos en Jerusalén y la rebautizaron Elia Capitolina. Más tarde la colonia romana también desapareció, pero la ciudad no volvió a ser judía. Entre tanto el cristianismo llegó a ligar su destino a los poderes laicos, a los poderes imperiales, de la mano del emperador Constantino.

La idea de que la predicación de Jesús ha de desembocar en una sociedad de valores cristianos es lo que luego inspiró a los cristianos de la Iglesia como institución religiosa oficial en el Imperio romano. Esa idea prevaleció hasta las postrimerías de la Edad Media y la aparición del laicismo y la modernidad. Esa aspiración a un estado confesional es lo que añoran algunos católicos que recuerdan los tiempos de España bajo Franco. 

Pero no es lo mismo un estado confesional y una sociedad de valores cristianos. Uno puede preguntarse si la España de Franco y los estados confesionales de los musulmanes son tan distintos en el diario vivir de las sociedades laicas. Promover el reino de Dios no equivale a promover leyes. Uno no vive la fe o la moral por imposición de otros o por creencias ciegas, como los fariseos.

Una cosa es el estado; otra, los ciudadanos. Por su misma naturaleza, la moral y la religión no pueden imponerse contra la voluntad de las personas. Las decisiones importantes en la vida asociadas a la moral y a la religión a menudo se dan en medio de la ambigüedad. Otra cosa son las certezas abstractas (filosóficas, lógicas, científicas). Y todavía otra cosa son las leyes con las que buscamos ordenar nuestra vida pública. El orden de la experiencia y de la vivencia de la fe no es el mismo que el orden de las leyes y de las verdades abstractas. 

Para un cristiano no tiene sentido entrar en los juegos de poder y en las luchas de poder en este mundo. Esas luchas de poder corrompen, como corrompieron la institución eclesiástica a través de la Edad Media. Esos juegos de poder parecen ser… cosa diabólica. Jesús no llegó a este mundo para entrar en esos juegos de poder.

Con la pasión y muerte de Jesús en la cruz a los discípulos se les abrieron los ojos para entender que no se trataba de un reino como los de «este mundo», sino un reino en el sentido del estilo de vida, en la manera de entender y llevar la vida.

El Reino está ya presente en la vida asociada a los hermanos, cuando uno entra a formar parte de la comunidad de los que comparten la fe. La vida de fe en el seno de la comunidad cristiana es ya el comienzo del Reino en cuanto es la convivencia en el amor, en nombre del Señor, de Jesús. De la experiencia personal de la fe espontáneamente pasamos a la vida de la comunidad en la fe, lo que es ya un compartir en el Reino en este mundo. La fe traduce el amor a Dios en el amor al prójimo, lo que a su vez se expresa también en la vida en el seno de la comunidad cristiana.

Para el cristiano vivir ya en el Reino es vivir orientado hacia Dios y el prójimo como miembro de una comunidad cristiana en que lo importante es la buena voluntad y en que «obras son amores y no buenas razones».

Esto ya lo vemos proclamado desde los primeros tiempos del pueblo de Israel. «Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Éxodo 19,5-6).


«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.» (Gaudium et spes, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, §1)

Nuestra santificación se cumple en nuestro caminar en solidaridad con los afanes y esperanzas de nuestros contemporáneos. No es que queremos hacernos los simpáticos, como dicen los tradicionalistas. Lo que hacemos es traducir el amor de Dios al amor al prójimo y al amar al prójimo descubrimos que hacemos causa común con sus inquietudes frente a lo que no anda bien en este mundo, en esa sociedad. Por eso nos solidarizamos con la búsqueda de un mundo mejor como en el caso de los males ecológicos, los males de la injusticia social, los males sociales en general. Para ser buen católico hay que ser buen cristiano. 

Está el caso de Pío XI y Pío XII, que condenaron el comunismo ateo allá en las décadas de 1930 y 1940. Pero no dieron suficiente énfasis a la condena del fascismo, o a la doctrina social católica. Al condenar el comunismo se pasó por alto el sufrimiento de los pobres y oprimidos para el que el comunismo era una respuesta. Los documentos de la doctrina social católica estaban ahí, pero la actividad misionera de la Iglesia no se asociaba a esa predicación de la justicia o de la defensa de los pobres contra el egoísmo de los poderosos. Al contrario, la Iglesia se asoció con los poderosos y se dio el escándalo de ver dictadores sanguinarios recibiendo los sacramentos de manos de los obispos. Para los clérigos era más importante todo lo asociado al clericalismo. Con el Concilio Vaticano II se buscó reenfocar la actividad misionera de la Iglesia. Defender la Iglesia no es defender el clericalismo y el fetichismo de las prácticas tradicionalistas. Defender la Iglesia es defender la vida de fe en el amor al prójimo en la Iglesia.

Hemos de dar nuestro testimonio respetando al otro en todo lo que él es, en su dignidad humana. Si los cristianos no respetamos al otro en su dignidad humana; si no defendemos al otro en su dignidad humana; entonces no podemos pretender llamarnos cristianos. 

Ser cristiano en su sentido primordial es ver en Jesús el Enviado del Padre, la Palabra del Padre. Ver a Jesús es ver al Padre, reconocer en él, el amor del Padre y a través de él, la voluntad del Padre para con nosotros. Ese reconocer a Jesús como expresión del amor del Padre nos lleva a amar al prójimo. «En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano» (1 Juan 3,10). 

Dios es amor y ese amor se demuestra en la persona de Jesús y en que Jesús nos amó hasta el extremo de su Pasión y su cruz. Por eso los cristianos reconocemos que nuestra experiencia de Dios y nuestro reconocimiento de Jesús implica el amor al prójimo.

El eje de nuestra vida de fe es el mismo de aquellos primeros cristianos de los primeros tiempos de san Pedro y san Pablo, el de la vida en el seno de las pequeñas comunidades (como en el modelo de las comunidades de base preconizado en el barrio San Miguelito en Panamá en la década de 1960-70). Ahí está el futuro de la Iglesia, en esas pequeñas comunidades de base con la parroquia como «comunidad de comunidades». 

Nuestra fe cristiana no es una verdad abstracta al modo de una idea abstracta, sino una verdad vivida, una vivencia. «En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos: si se aman los unos a los otros.» (Juan 13,35); «Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.» (1 Juan 4,16).


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Mandatos bíblicos inaceptables

  Dios guió al pueblo de Israel a la Tierra Prometida y allí les dio todo aquel territorio para que sacaran a todos los habitantes de allí y lo ocuparan y lo cultivaran y lo hicieran suyo. En Norteamérica, más de un cristiano anglosajón vio la toma de posesión de los territorios indios de la misma manera, al modo bíblico. Era la voluntad de Dios. Cuando los habitantes del territorio no se quitaban y resistían había que atacarlos y exterminarlos  por completo (Deuteronomio 2,34; 7,2; 13,16; 20,16; Josué 11,12). Cuando Dios ordena a Saúl que extermine a los amalecitas (1 Samuel 15,9ss) y Saúl no cumple, Dios le retira su favor. Hay otros ejemplos parecidos. Hay otros ejemplos de la destrucción completa de ciudades, además de otras costumbres bárbaras. Hay otras disposiciones repudiables para nosotros. Si entre los vencidos un israelita veía una mujer que le agradaba podía perdonarle la vida y retenerla para sí (Deuteronomio 21,10-13). Más tarde, si ya no le agradaba, podía despe...

Domingo 2 de Cuaresma, Ciclo C, año 2025

  El tema del evangelio de ese domingo es la transfiguración de Jesús El domingo pasado contemplamos a Jesús como ser humano en este mundo, que fue sometido a las tentaciones igual que nosotros. Fue tentado con el hambre (las necesidades biológicas), el orgullo (necesidades psicológicas) y la tentación de cuestionar o retar a Dios (tentaciones de lógica y teología, como preguntarse si Dios se acuerda de nosotros, cómo es que existe el mal). Esto último se implicó cuando el diablo le dijo que se tirara desde lo alto del templo, que en la Escritura está dispuesto que Dios enviará sus ángeles para protegerlo y Jesús le dijo que no se debe tentar a Dios. En todo eso se implica lo que debe ser la actitud de todo cristiano, que es la que Jesús nos presenta, la de confiar en Dios, en medio de la sobriedad (el manejo juicioso de nuestras necesidades biológicas) y la sencillez de un corazón que no es vanidoso ni engreído. Este domingo contemplamos a Jesús en su divinidad.  Igual que vi...

Pablo, Marcos y Bernabé

Rafael Sanzio, San Pablo predicando en Atenas El 11 de junio se celebra la fiesta de San Bernabé. Se dice que Pablo pudo evangelizar a los gentiles "a través de la puerta que abrió Bernabé". Luego de su conversión, Pablo vino a Jerusalén, pero no fue bien recibido por los hermanos, que no se fiaban de él por haber sido perseguidor de cristianos. (Hechos 9:26–28) Bernabé fue el que buscó a Pablo y entró en conversación con él, desarrolló amistad con él, y lo trajo a la comunidad de los demás hermanos, consiguiendo que confiaran en él. Pablo, Bernabé y Juan Marcos se fueron juntos en un viaje de evangelización. Pero a mitad de camino Marcos se separó de ellos y se volvió. (Hechos 13:13) Los Hechos de los Apóstoles no dan la razón que hizo que Marcos retornara. Es posible que fuese algo completamente normal y explicable. Pero también pudo ser el resultado de un buen altercado con Pablo, que de seguro era bastante fogoso. En una ocasión más tarde Pablo y Bernabé...