Jesús nos trajo el bautismo del agua y del Espíritu. El Espíritu es el que conmueve nuestros corazones para reconocer a Dios y responder con nuestras alabanzas y con nuestras obras.
Sucede que, preocupados con los asuntos que nos apremian, no reconocemos a Dios a nuestro alrededor, como cuando vamos de prisa y no vemos a Jesús en el necesitado que encontramos o que se cruza en nuestro camino.
Algo parecido se da cuando no vemos a Jesús en el hermano en la iglesia cuando, en vez de ver una persona, vemos alguien que no está de acuerdo con nuestras ideas. Pasa lo mismo en la calle, con los que son miembros de otra ideología y los tratamos como extraños o como enemigos.
Me ha sucedido a veces en alguna oficina de gobierno o en alguna oficina médica que las secretarias y el personal me maltratan o hasta se muestran hostiles, algo escandaloso cuando se trata de un trabajador de la salud en su actitud hacia un paciente. Quizás tienen problemas personales y los proyectan en el trato a los prójimos. Aunque sean cristianos de no faltar a la iglesia los domingos, sus dificultades personales o sus convicciones (o sabe Dios qué otro asunto) no permiten la iluminación del Espíritu para ver que quien no ama a su hermano, no ama a Dios, o que nuestra relación a Dios se concretiza en la actitud y el trato a los demás. De qué vale tener arrebatos místicos ante el Santísimo si luego no sabemos relacionarnos a los demás.
El Espíritu está ahí, y se nos da. Demos paso a la acción del Espíritu.
De nuestra parte hemos de responder a ese movimiento del Espíritu que nos lleva a amar a Dios y al otro con que nos topamos a diario. Propongo, pienso, que hemos de facilitar esa acción del Espíritu mediante el cultivo de la actividad de comunidades cristianas comprometidas con la justicia en este mundo. Esto puede ser parte de la agenda de las actividades que dan vida a una comunidad parroquial.
Un cristiano no mira por encima del hombro al que no piensa igual o al que no es cristiano o pertenece a otra iglesia. Jesús no miró así a los publicanos y a las prostitutas, así.
En el Espíritu no tiene sentido mirar a los demás «desde arriba», como si fuésemos unos privilegiados o superiores por ser «cristianos de primera clase» mirando desde arriba a los «cristianos de segunda clase». No tiene sentido ser fariseos, cuando Jesús lo denunció de manera tan explícita. No tiene sentido, esa actitud de superioridad que a veces y sin querer se puede dar en más de un cristiano.
Encontremos el rostro de Jesús, el rostro de Dios, en los demás, particularmente en los necesitados. Recordar: un necesitado no es sólo el mendigo en la acera. El necesitado que es Jesús que se me presenta puede ser el cliente que debo atender, el amigo que pide un favor, así. Un millonario con un auto averiado a la orilla de la carretera es también un pobre necesitado, es también Jesús que sale a nuestro encuentro.
En el Espíritu hemos de facilitar la llegada del reino de Dios a este mundo con nuestra actividad comunitaria en este mundo, enfocada a la búsqueda de la justicia en el amor.
Que el Espíritu venga en nuestra ayuda.
Comentarios