Este año la Epifanía, el 6 de enero, cae lunes. En Estados Unidos y otros países la Epifanía se celebra el domingo (el día anterior), mientras que en el mundo hispano la celebramos el lunes.
En la iglesias ortodoxas del Oriente Medio la verdadera fiesta de Navidad es la del 6 de enero, la de la Adoración de los Magos. «Epifanía» equivale a «revelación» y con esta celebración miramos a Jesús como revelación del Padre. Jesús se revela como Hijo de Dios a los Magos y lo mismo, en el bautismo en el Jordán y en el milagro de las bodas de Caná. En las iglesias orientales los tres episodios representan el mismo hecho, la epifanía o revelación de Jesús como «Dios con nosotros».
Veamos brevemente las lecturas del domingo 2° de Navidad (5 de enero). La celebración del segundo domingo de Navidad continúa con nuestra contemplación del misterio de la Encarnación de Dios en la persona de Jesús.
En el principio, al origen de todo lo creado, está Dios. En el principio no había nada, excepto Dios. Y con esa realidad única de Dios estaba el Logos, la mente de Dios que es también la Palabra, el Hijo de Dios y Sabiduría Divina. Es lo que vemos en la primera lectura del segundo domingo de Navidad el 5 de enero, con Sirac 24,1.
Luego con la segunda lectura de la carta a los Efesios (capítulo 1) de este domingo alabamos a Dios, que «nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales… nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor».
En el evangelio (Juan, capítulo 1) para este domingo recordamos de nuevo que «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres».
Ese que es Palabra del Padre, por medio del cual todo lo que existe llegó a ser creado, ese es el que ahora contemplamos en su asumir nuestra humanidad al nacer de Santa María Virgen. Porque «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad».
Ahora veamos brevemente las lecturas para el 6 de enero. En las lecturas para la celebración de la Epifanía se subraya que la salvación no es solamente para los judíos, sino para toda la humanidad. La primera lectura (Isaías 60) anuncia los tiempos en que Jerusalén será la ciudad principal del mundo. Sólo que no se trata de un imperio como los de este mundo (al modo con que Nueva York o Washington pueden verse como ciudades que son centros de poder hoy). Jerusalén es ciudad principal en sentido espiritual, porque por medio del pueblo judío llega el reino de Dios, un reino espiritual de todos. La Jerusalén de los tiempos mesiánicos representa al reino de Dios que Jesús predica en los evangelios, el reino de paz y justicia.
El tema de la incorporación de todos (con nosotros, los gentiles) se confirma en la segunda lectura (Efesios 3), «también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio».
Y esta revelación de la salvación a toda la humanidad está representada por la adoración de los Reyes Magos que leemos en la tercera lectura del evangelio de hoy (Mateo 2). Los Magos, "después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra".
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En nuestros días parece que estamos lejos de la paz deseada de los hijos de Dios. Algunos comentaristas cristianos proponen que, si es cierto que estamos plagados de males (en Puerto Rico y en nuestra América Central, por ejemplo, las gangas imponen su violencia y sus caprichos, sea por el tráfico humano, sea por el tráfico de drogas, sea por su simple poder militar y político), también es cierto que Dios no nos abandona. Quizás es que con nuestra mente limitada no vemos cómo Dios sigue activo entre nosotros, cómo el Espíritu de Dios sigue inspirando a mucha gente buena para que la maldad no se salga con la suya. Tengamos fe y confiemos en Dios y también, pensemos que si nos sentimos que las cosas nos van mal, a otros les va peor y eso no es excusa para quedarnos de brazos cruzados.
Dios es amor y en el amor encontramos a Dios. Esto es lo que Jesús subrayó: la Ley y los mandamientos se resumen en el amor al prójimo, porque el amor a Dios se confirma y se expresa en el amor al prójimo. Cuando uno piensa en el otro, ya los propios males no duelen tanto. Dios da fuerza para olvidarse de sí mismo y de los propios males. Cierto, que en la práctica esto es un proceso; no es algo que se da de manera instantánea. No es fácil olvidarse de los propios problemas para ponerse a pensar en los de los de los demás.
Puede que no podemos cambiar el mundo así porque así. No podemos contra fuerzas tan poderosas como el crimen organizado de las gangas, o, en el caso de israelíes y palestinos o de Putin y Ucrania, los grandes ejércitos con todo su armamento de tecnología sofisticada. Pero sí podemos influenciar dentro de nuestro entorno inmediato, entre nuestros familiares y amigos y vecinos. Si uno como individuo no puede contra el poder de las gangas y el poder de los políticos, al menos uno puede buscar sembrar semillas de paz entre los que tenemos más cerca. Y también, uno puede cooperar con la acción parroquial y con el trabajo de las iglesias que buscan socorrer a los humildes, a los migrantes, a los sin techo, a los pobres y necesitados.
Allí donde hay amor, allí está Dios. Ese amor no tiene que limitarse a la relación de uno a uno (lo que también es importante). También puede canalizarse a través de tantos grupos que pueden ser parte de la vida parroquial y que también pueden dedicarse a hacer labor social. Dice el viejo refrán que la caridad empieza por casa.
El Espíritu de Dios se mueve de muchas maneras.
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