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Domingo 10 del Tiempo ordinario, Ciclo B

Isaac Van Osten, El paraíso. Adán y Eva están a la distancia, derecha.
La primera lectura para este domingo está tomada del libro del Génesis, capítulo 3, versículos 9 al 15. Narra el momento en que Adán y Eva se esconden entre la maleza cuando Dios llega paseándose por el Edén como un hacendado que voltea la finca. Dios los llama y ellos le dicen que tienen miedo a salir porque están desnudos. De inmediato Dios sabe que comieron del fruto prohibido. 
El fruto prohibido no fue una manzana, porque en la región de Iraq (donde tradicionalmente se ubica el Edén) no hay manzanas. Eso recuerda la representación de Jesús como un alemán de ojos claros y cabellos rubios. Pero eso no es importante, porque lo importante es el punto del relato.
Dios puso una regla y los seres humanos desobedecieron. 
Cuando Dios reclama, cada uno se canta inocente. Adán le echa la culpa a Eva; Eva a la serpiente. 
De inmediato surgen puntos a meditar.
  • En el Edén no hubo taquígrafo, secretario, testigos. No se pretende narrar una historia que sucedió al pie de la letra. Tiene sentido asumir que se trata de un relato simbólico. 
  • El pecado original no fue comer de la fruta, sino desobedecer a Dios. 
  • Querer comerse una fruta es algo muy natural. Pero Dios pone una orden “contra natura”, como decían los escolásticos medievales; prohíbe dejarse llevar por la inclinación natural. 
    • No es que Dios se contradiga y proponga algo contra su propia creación. 
    • El punto aquí no es Dios, sino su ley. En el mundo las cosas son como son y eso de por sí no las hace ser buenas en términos morales. Pueden ser buenas, admirables y bellas en cuanto bien hechas. Otra cosa es nuestra acción, lo que hacemos. 
    • ¿Qué hace que una acción sea mala o buena? No es la razón la que determina eso, al menos para el judío y el cristiano. La ley de Dios es la que establece la moral.
  • Visto desde afuera esto termina siendo peligroso. Intentar razonar con un fanático religioso puede ser como hablarle a la pared. 
    • Todo estaría bien si el fanático religioso se quedara en su círculo de creyentes. El problema es que se empeñan en que ellos tienen la verdad y que todos los demás tienen que someterse a la ley de Dios. 
    • En el Concilio Vaticano II los obispos españoles le votaron en contra al Decreto sobre la libertad religiosa porque no se le pueden otorgar derechos a los que están en el error. Quizás eso de “A Dios rogando y con el mazo dando” fue una consigna en la guerra santa contra los moros. 

El salmo responsorial (Salmo 130(129),1-2.3-4.6.7-8) es un verdadero canto responsorial en respuesta a la primera lectura, el relato de la Caída original. Es el canto que tradicionalmente se conoce como el “De profundis”, “Desde lo profundo clamo a ti, Señor”. 
Si tienes en cuenta las culpas, Señor, 
¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón, 
para que seas temido.

El relato de la primera lectura expresa el concepto del pecado original. Todos estamos inclinados a pecar y todos vivimos en escenarios de pecado todos los días. El justo peca a diario y el que diga que está exento de pecado, miente. 
Si Dios fuese a darle a cada uno lo que se merece, “¿quién podrá subsistir?”. 
Pero Dios perdona. Jesús sólo tendrá que recordarnos esto: Dios perdona. Jesús también tendrá que recordarnos que el perdón provoca el agradecimiento (como en la parábola del que pidió misericordia, al que mucho se le perdona, mucho ama). Es lo que indica el salmo cuando dice, “para que seas temido”. Temer a Dios es respetarlo, tomarlo en consideración, algo que no necesariamente implica miedo a su ira. “Lo cortés no quita lo valiente.”

La segunda lectura corresponde a la Carta II de San Pablo a los Corintios 4,13-18.5,1. En ese pasaje encontramos el tema de la resurrección y nuestro destino en el cielo. 
“Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno,” dice Pablo. Estamos en este mundo como nómadas beduinos y “Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña -nuestra morada terrenal- es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo”.
En efecto, creemos firmemente que “que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado”. Como dice Pablo en otro lugar: si esto no es cierto, vana es nuestra fe. 
Esto cuadra con el tema del pecado humano y el perdón de Dios. Dios es misericordioso y nos concede su gracia salvadora. Esta es la Causa de nuestra alegría, título tradicional de la Virgen María en cuanto ella fue la primera redimida y por tanto la primera que fue invadida por el Espíritu Santo en el primer bautismo de fuego. Así ella prorrumpió en la alabanza a Dios que conocemos como el Magnificat. Y gracias a que ella estuvo dispuesta a jugar el papel que le tocó en la llegada de Jesús al mundo, ella es la causa de nuestra alegría por ser perdonados gracias a nuestro propio consentimiento a la experiencia de la fe.


El evangelio de hoy corresponde a San Marcos 3,20-35. Durante el año del ciclo B leemos el evangelio de Marcos en una lectura continua a través de los domingos del Tiempo ordinario. 
El pasaje para este domingo presenta dos cuadros o escenas. En una Jesús está en polémica con los escribas. En la otra, su madre y sus hermanos vienen a llevárselo porque creen que está loco, “fuera de sí”. Esto se da sobre el trasfondo de las multitudes que se aglomeran alrededor de él.
Los estudiosos nos dicen que el evangelio de Marcos es el más antiguo que tenemos. Está hecho de un hilvanar de anécdotas que de seguro pasaban de boca en boca en una tradición oral. Los primeros que conocieron a Jesús contaron una anécdota; otra anécdota; una tercera, así sucesivamente. Nótese, por ejemplo, que Marcos repite la anécdota de que llegaron los familiares de Jesús para llevárselo. De seguro el compilador (Marcos) respetó dos versiones del mismo relato y las incluyó a pesar de la repetición.  
Al comenzar la lectura, Jesús vuelve “a la casa”. En los dos capítulos anteriores de Marcos nos enteramos de que está en Cafarnaúm, a orillas del mar de Galilea. Parece que allí comienza su predicación, junta el grupo de los Doce, comienza a hacer prodigios y las multitudes vienen a ver aquel portento. 
La predicación de Jesús enseguida provoca polémica con los escribas y fariseos. Posiblemente corre la voz de que esos milagros que hace es porque anda poseído de un demonio. O quizás está loco. 
En las primeras líneas de la lectura de hoy llegan los parientes a llevárselo porque creían que estaba “fuera de sí”. Esto es, podía estar endemoniado, porque para aquel entonces no existía nuestro concepto de “locura”. Cierto, “fuera de sí” implica que algunos decían que no estaba en posesión de sus facultades mentales. El latín de la Vulgata (traducción de San Clemente en el siglo 4°) propone que estaba “furioso”. Y es que cuando estamos furiosos como que asumimos una identidad distinta a la habitual. 
En ese lugar Marcos intercala la conversación con los escribas, en que Jesús se defiende de la alegaciones, la difamación que quizás se había promovido contra él. Si él expulsa los demonios porque él está poseído de los demonios…eso no tiene sentido. 
Entonces Marcos vuelve a intercalar la anécdota de los parientes de Jesús. Y Jesús aclara: mi madre y mis hermanos son todos ustedes, que escuchan la Palabra de Dios y la obedecen. Así, la tercera lectura enlaza con la primera, con el relato de la Caída original.
Valga concluir estos comentarios al entrar también en el tema del pecado contra el Espíritu Santo. En la polémica con los escribas Jesús menciona que la blasfemia contra el Espíritu es un pecado imperdonable, no tiene perdón de Dios. 
Uno puede pensar que esa blasfemia consiste en no reconocer a Jesús como enviado de Dios, poseído del Espíritu Santo. Sí, era un poseído, pero no del demonio, sino del Espíritu Santo. Como Jesús anuncia el reino de la gracia y el perdón de Dios, no reconocer a Jesús equivale a blasfemar contra el Espíritu Santo. 
En el contexto histórico podríamos pensar que Jesús, como sucedió cuando la emprendió contra las mesas de los cambistas en el templo, aquí se impacientó con los escribas que insistían en decir que él era un poseso de Satán. Es como haberles echado una maldición.
Vemos que el tema de este domingo se puede resumir en el perdón de Dios que Jesús representa y anuncia. 



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