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San Ciprián de Cartago



Pareciera que fue en los primeros siglos del cristianismo que se demostró de manera más auténtica lo que significa nuestra fe. Esto fue a lo que nos llamó el Concilio Vaticano II, a recuperar un sentido más auténtico de nuestra fe. Es lo que nos ha vuelto a recordar Papa Francisco.

En los primeros tiempos había un prejuicio contra los cristianos, como el que se tenía contra los judíos. Así que no sólo hubo persecuciones, sino que los cristianos tenían que vérselas con el prejuicio negativo contra ellos, que podía afectarles en su vida diaria y en sus gestiones con el gobierno o con los poderosos.

Pues bien, para mediados del siglo 3° hubo una gran epidemia en el Imperio romano y muchos se enfermaron y muchos murieron. Fue en este tiempo cuando más llamaron la atención los cristianos, porque ellos socorrían a los enfermos y enterraban a los muertos sin importarles su vida pasada o su religión. Les llevaban comida, los limpiaban y les recortaban el pelo. Y aun les daban una bendición para que se recuperaran. 

Es decir, al momento de socorrer a los enfermos o de tener que enterrarlos, no discriminaban contra alguien por haberse suicidado o por haber sido anteriormente un funcionario sanguinario y corrupto o un prestamista sinvergüenza que oprimía a los pobres. Tampoco distinguían entre los de una religión y otra. (Siempre recuerdo cuando el obispo de Ponce decretó que no se podía enterrar cristianamente a Isabel la Negra por haber sido una prostituta famosa.)

Una de las características de los fascistas y de los socialistas radicales (o estalinistas, que para los efectos son fascistas) es creerse que ellos lo saben todo y que desde esa verdad que ellos conocen y los demás no, pueden juzgar a todos. Hasta se creen que pueden dirigir y manipular la economía de un país, sin importarle los fracasos de estas ideas, como cuando Franco pensó que España podía practicar la autogestión económica y desentenderse del resto de Europa, con las consecuencias sabidas, allá por los 1940 y 1950. Está el episodio tragicómico de los comisarios soviéticos que declararon saboteadores y contrarrevolucionarios a los campesinos porque no habían podido lograr cosechas de naranjas en Polonia... Porque cuando se tiene la verdad, todo el que se oponga, aun la naturaleza, es un contrarrevolucionario. Y es fácil echarle la culpa a los demás y decir que todo es causa de los judíos y la banca internacional, o de los Estados Unidos y los inversionistas de Wall Street. Es fácil discriminar.

Pero Jesús tampoco discriminó. No vino a juzgar y a condenar. Por eso se sentó a comer con ladrones, publicanos y prostitutas, lo mismo que siempre favoreció a los pobres. Y de seguro les rió los chistes y pasó unos ratos buenos. Pero también, me parece, todos los que trataban con él se veían como lo que eran, seres con muchos defectos y pecados. Y por eso tratar con él no necesariamente les hizo perder la fe, sino que por lo contrario, les llevó a la conversión de vida.

Cuán distinta es la conducta de esos obispos y cardenales que comen y beben y hasta le dan la comunión a los corruptos, los abusadores, las prostitutas públicas. No entienden el ejemplo de Jesús. Y entre tanto compensan su mala conciencia con las campañas “por la vida” y contra la pornografía. Y se desviven por que se cumplan las disposiciones del Derecho Canónico o de la moral ciega, como también lo hacían los fariseos. 

El obispo San Ciprián de Cartago es un ejemplo de cómo era la cosa en los primeros siglos del cristianismo. Como obispo supervisor de la comunidad cristiana en Cartago, San Ciprián fue un gran líder en el trabajo con los afectados por la epidemia, lo que le trajo prestigio, cosa que él aceptó sin inflarse de orgullo. Él simplemente estaba haciendo lo que se supone que un obispo hiciera.

Entre tanto por las mismas fechas fue electo el Papa Esteban como obispo de Roma. Este fue uno de los papas que no entendían su oficio y más bien veían el beneficio económico del puesto, o el prestigio y el poder que el puesto le podía dar sobre otros obispos. En ese contexto San Ciprián tuvo unos desacuerdos con el papa Esteban al intentar hacerle ver que San Pedro no fue un “gobernante” sobre los apóstoles, sino que fue sólo símbolo de unidad y “el primero entre iguales”. En esto, le dijo, el obispo de Roma es un colega con los otros obispos en el colegio de los obispos. San Pedro no fue de una clase superior a la de los otros apóstoles y de la misma manera ningún obispo está por encima de otro obispo. 

Es lo que el Concilio Vaticano II buscó recuperar y que ahora papa Francisco a Dios gracias nos comienza a recordar.

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