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Sobre el ecumenismo


La dificultad que algunos todavía hoy tienen con el ecumenismo deriva de pensar, por ejemplo, que si la verdad es una, cómo es posible que alguien diga que hay muchas verdades. De igual modo que Cristo es uno, así sólo puede haber una iglesia verdadera, indivisible y sin contradicciones. Es algo parecido a pensar que no es posible que muchos contables obtengan diferentes resultados de la misma suma.  

Pero la verdad de una realidad humana no es lo mismo que la verdad de una realidad matemática. El “número uno” está totalmente presente en la idea del “uno”. Pero con los seres humanos y la realidad humana no sucede lo mismo que con los números. Ser “un ser humano” no es algo que está totalmente presente en la realidad o la idea de cada individuo, cada Fulano. Esto es, la realidad “humanidad” no está totalmente presente en cada individuo humano. Cada individuo concretiza la naturaleza humana de una manera específica. Pero no se puede decir que haya alguien que es “el verdadero ser humano”. Nadie agota en sí las posibilidades de la naturaleza humana, o de todo lo que puede significar ser un ser humano.

Podemos visualizar la pluralidad de iglesias como la pluralidad de lámparas que hay en el mundo. Todas son distintas y ninguna es la verdadera lámpara; pero todas son lámparas. El fuego es el mismo y brilla de un modo distinto en cada lámpara. Las lámparas son muchas y distintas, pero también iguales en cuanto lámparas. La luz es la misma; la electricidad es la misma, si son eléctricas; aunque haya una pluralidad de bombillas diferentes o de lámparas diferentes. De la misma manera Jesús es uno y verdadero y el mismo siempre ayer, hoy y siempre. Pero la fe que es vida en Él se expresa o se concretiza de diversas maneras.

Nótese que el criterio de la fe, o de la verdad de una religión, no es su adhesión a unos conceptos o a unos postulados intelectuales abstractos. El criterio de la verdad de Cristo es Cristo mismo como revelación del Padre. Cristo es la verdad y nuestra vivencia de la fe es el criterio de esa verdad en nosotros. 

¿Es que entonces vamos a permitir que cada uno entienda a Cristo y la religión a su modo? ¿Qué pasó con el magisterio de la Iglesia? Esto es como decir, ¿Es que vamos a permitir que en el mundo haya una diversidad de lámparas? ¿Qué pasó con lo que es la definición de lo que es una verdadera lámpara? 

Otro ejemplo que podemos usar es el del color verde y de los tonos de verde. Cada tono de verde propiamente hablando no es el verdadero verde. Sin embargo, cada tono de verde es verde. Uno tonos verdosos son más verdes que otros que no son tan verdosos y tienen más de amarillos, o negros, o azules, aunque también sean verdes. 

Podemos decir que no hay un solo modo de ser católico. ¿Vamos a pedirle a las iglesias orientales católicas (melquitas, coptos, armenos, rumanos, búlgaros, ucranianos, maronitas y otras cuantas más) que pierdan su originalidad y se vuelvan todas iglesias romanas? Eso es como exigir que desaparezcan todos los tonos de verde, excepto un tono particular de verde.

De igual modo que ningún tono de verde tiene el monopolio sobre el “verdadero color verde”, así tampoco ninguna Iglesia cristiana tiene en sí la plenitud del verdadero cristianismo. Pero si una iglesia va a ser cristiana, tiene que por fuerza adherirse a la fe transmitida a nosotros por los evangelios y la predicación de los apóstoles que luego se ha perpetuado en la tradición al ser transmitida por generaciones. 

En ese contexto hay unas iglesias, las católicas y las ortodoxas (orientales, como bajo el patriarcado de Constantinopla, de Moscú, y otros patriarcados) que son más propiamente cristianas, al modo con que unos tonos de verde son más propiamente verdes. Ahora bien, ser cristiano implica fomentar la unidad entre los cristianos. Si alguien fomenta la división, es un cismático, no está actuando de una manera apropiada como cristiano. 

Nótese que los buenos cristianos, aunque sean de diversas religiones, se parecen mucho entre sí. Como pertenecen a una misma realidad, su conducta finalmente converge. Un buen protestante, por ejemplo, hace buenas obras (aunque crea que sólo la fe basta) y un buen católico es un hombre de fe (aunque crea que las obras son necesarias). Por eso es una pena que tengan que estar separados por unas definiciones conceptuales, cuando se parecen tanto, como se parecen los tonos de un mismo color.

A la luz de lo anterior es que se entiende la aspiración a la unidad de las iglesias. La unidad no impone uniformidad. Puede haber unidad en la diversidad, como hay unidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No tiene sentido aspirar a que todas las iglesias se conviertan en una sola iglesia, como no tiene sentido aspirar a que todos los tonos de verde desaparezcan y quede un solo tono. Entre tanto hay que reconocer que es la misma luz, la que permite que se den los diversos tonos de verde y de la misma manera es el mismo Espíritu Santo el que trabaja dentro de la diversidad de iglesias.

Al hablar de la unidad de las iglesias nos referimos a una unidad de diálogo y de solidaridad en la misma fe compartida, aunque esté expresada de diversos modos parecidos y distintos a la vez. Si las ideas tienden a separarnos, en la acción tendemos a unirnos porque en el fondo nuestra fe es la misma en la diversidad de expresiones. Por eso ha habido una tendencia a expresar el ecumenismo a través de acciones conjuntas a favor de las causas justas que preocupan a los seres humanos de nuestro tiempo.


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