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Tiempo Ordinario, Ciclo, Domingo 26




Primera Lectura
Libro de Amós 6,1.4-7. “Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaría,” anuncia el profeta Amós. “Os acostáis en lechos de marfil…coméis los carneros del rebaño…canturreáis…inventáis, como David, instrumentos musicales…y no os doléis de los desastres de José.” Por eso Yahvé enviará su castigo, vendrá la invasión de los asirios y a la cabeza de los cautivos irán estos que antes se daban la buena vida. “Se acabó la orgía de los disolutos.”
Si se hubieran acordado de José, ¿Dios no los hubiera castigado? Esto es, si hubiesen cumplido con su deber, qué importaba si comían y bebían y se se daban la buena vida. Lo que se critica es la irresponsabilidad, no tanto el vivir bien. Vivir bien no es malo de por sí; ser rico es algo bueno, por algo es deseable. 

En los últimos ciento cincuenta años surgió un nuevo tipo de puritano. Antes, los puritanos del siglo 17 veían el sexo como algo malo. Esto fue lo que llevó a los papas a declarar que el mismo placer sexual involuntario era pecado. En esa atmósfera de hostilidad contra la mujer como la Eva tentadora que lleva al pecado, se dieron los juicios por adulterio en Nueva Inglaterra. 
Luego ha surgido el puritanismo de la prosperidad. Como con el sexo, se condena lo que se desea intensamente. Si uno siente una atracción intensa por el estilo de vida de los prósperos, pero la vida del rico está muy distante, qué mayor placer que condenar a los ricos. Es el mismo mecanismo de los predicadores que se obsesionan con el tema del sexo.
Están los que se esfuerzan por hacer el evangelio compatible con la prosperidad, pero de manera burda y terminan idolatrando el dinero, al estilo de aquel obispo que cayó en una redada en un bar y dijo que estaba allí rescatando a las mujeres de las garras del demonio (era obispo de una iglesia por correspondencia). 


Cierto, hay una raya entre el vivir bien y la vida disoluta. El disoluto es el que sólo se ocupa de los placeres, sin pensar en los demás, sin pensar en las consecuencias. (¿No es eso, en el fondo, nuestra conducta colectiva como Humanidad respecto a la Naturaleza?)


Salmo responsorial
Salmo 146(145),7.8-9.10. Dios no se olvida de los pobres y necesitados. Con el salmista alabamos a Dios, que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos. Dios hace justicia.


Segunda Lectura
Primera Carta de San Pablo a Timoteo 6,11-16. Al finalizar su carta San Pablo exhorta a llevar una vida como buen cristiano, firme en la fe, el amor, la justicia, la paciencia, la delicadeza. En particular le exhorta a guardar “el Mandamiento”, que se puede interpretar como “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Pronto veremos la venida de Nuestro Señor Jesucristo, dice. Para nosotros esto es evidencia de la convicción de que la Segunda Venida era algo inminente.
En términos de la primera lectura y del evangelio de hoy esta segunda lectura reitera el tema del estar atentos a llevar una vida como Dios manda, sin que ello esté encontrado con el disfrute de las cosas de este mundo.


Tercera Lectura
Evangelio según San Lucas 16,19-31. El pasaje del evangelio de hoy presenta la parábola del rico epulón (fiestero) y Lázaro. El rico se la pasaba auspiciando banquetes mientras a la entrada de su casa estaba este pobre hombre, Lázaro, tirado en el piso, que parece que no podía moverse por sí mismo, “con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas”. Entonces mueren ambos y el rico va al mundo inferior (infierno, Hades, Sheol) mientras que Lázaro va al “seno de Abrahán”. En medio de sus tormentos el rico divisa al mendigo y le ruega a Abrahán que lo mande para que al menos le refresque la lengua con la punta del dedo. Abrahán le contesta que eso no es posible. El rico entonces le pide que envíe a Lázaro a la tierra, a casa de su padre para que prevenga a sus cinco hermanos, no sea que terminen como él. “Tienen a Moisés y los profetas: que los escuchen,” le dice Abrahán.  El rico insiste, “Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le contesta, “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.  

Entre los cristianos esta parábola se entiende como una exhortación a ver a Cristo en los mendigos. Cristo es el resucitado de entre los muertos que viene avisarnos para que cambiemos de conducta. 

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En Roma “epulón” era el título de uno de los sacerdotes cuya encomienda era organizar los banquetes. De ahí que “epulón” luego es cualquiera que organiza banquetes.
Llama la atención que en el evangelio el hombre rico se describe con manto púrpura y vestimenta de lino. Uno puede pensar que está describiendo a un funcionario romano. Otra posibilidad es que esté describiendo a un judío helenizado que llegó a cierta prominencia dentro del sistema colonial romano. Esto se me ocurre a mí, que no soy un estudioso. 
Uno piensa en muchas posibilidades. Fue una narración traída de la sabiduría popular de la época. Pudo ser una adaptación de esa narración helenística al contexto de Jesús. El rico epulón pudo representar a los romanos; Lázaro, a los judíos. Pudo ser un cuento sobre el destino de los judíos helenizados; o sobre los que cooperaban con los romanos, como los publicanos (entre ellos, San Mateo). El tema de la condena de los ricos fue una lectura posterior, a mi parecer. Pienso que la el trasfondo mental de la época de Jesús y los apóstoles no era el de un Reino que sacara del medio a los ricos, sólo por ser ricos. 
El problema de los ricos en el evangelio no es el hecho de que sean ricos, es la facilidad con que pueden olvidarse de su identidad judía y de su condición de judíos. Hoy día Jesús y sus discípulos pertenecerían a los conservadores ortodoxos judíos, que lamentan el laicismo subrepticio entre los hebreos. Ese laicismo es propiciado por los valores del Primer Mundo, de Occidente. 
Jesús entonces discute en ese contexto sobre la ley, los profetas, la observancia de los preceptos tradicionales. ¿No es válido curar el sábado? ¿Qué tal frotar las espigas para poder comerse los granos, el sábado? ¿Es pecado comer carne de cerdo, de veras? ¿Va uno al infierno por celebrar un fiesta de cumpleaños el Viernes Santo? ¿La circuncisión es tan necesaria? ¿Y el divorcio? ¿No eran los patriarcas polígamos, tenían varias mujeres? 
Era de esperarse que esto provocara controversia, confusión, discusiones. Pero todos estaban de acuerdo, igual que hoy día: un rico que vive desentendido de los sufrimientos de los demás es un ser despreciable. Su problema no es que sea rico, sino su falta de sensibilidad, su inconsciencia.
De nuevo, ser rico o no, es irrelevante. Baste que uno tenga algo que le falte a los demás, ya uno es rico, aunque pertenezca a los más desarrapados. Baste que uno de la clase privilegiada le falte algo, es un pobre respecto a eso que le falta.

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También está el tema del más allá. Uno fue al seno de Abrahán y el otro a las profundidades de la tierra, el Hades (griegos), Sheol (hebreos).
En aquella época el mundo tenía tres pisos: el cielo arriba (“Padre que estás en el cielo”), el mundo inferior debajo, la tierra en el medio. Para los griegos los dioses estaban en todas partes. En la literatura griega no encontramos la idea de que el mundo inferior fuese un lugar de castigo. En el mismo Antiguo Testamento hebreo tan siquiera encontramos una idea de que haya vida más allá de la muerte. La resurrección de los muertos no implica que el muerto estaba en un lugar de premio, o de castigo. 
Lo que encontramos en la literatura hebrea es lo mismo que entre los griegos, que el mundo inferior era un lugar donde habitaban las sombras de los muertos, nada más. Y esta idea es tardía entre los hebreos, más hacia la época de Jesús, bajo la influencia, claro, de los griegos. De ahí la controversia sobre la resurrección entre fariseos y saduceos.

En el Credo los cristianos de los primeros tiempos pusieron que Jesús murió en la cruz y “bajó a los infiernos”. En aquel tiempo esto quería decir: murió de verdad, no de apariencia. Al mundo inferior iban las sombras de los muertos, no podían ir a otro sitio. Si Cristo murió, tenía que por fuerza bajar al mundo inferior, de lo contrario no estaba muerto de verdad. 
Lo de bajar al infierno de Satanás con fuego y tenazas fue una idea medieval que siguió complicándose. Recuerdo leer par de libros de investigadores sobre el tema; el lector los puede encontrar con una búsqueda en internet. No fue sino a finales del primer milenio después de Cristo, que se consolidó la visión de infierno, purgatorio y cielo.

Para los romanos los espíritus, las sombras de los muertos, estaban en el mundo inferior y allí se la pasaban sin pena, sin gozo. Una vez al año (el Día de los Muertos) celebraban banquetes en honor a los muertos de la familia. Durante el banquete las sombras de los antepasados venían y se paseaban entre los presentes. No era una ocasión de tristeza. 
Posteriormente los cristianos trasladaron sus muertos al cielo y dejaron a otros para que fuesen torturados eternamente. Este tema merece un libro completo.

Entre tanto el hecho de que el rico epulón esté en el infierno en medio de torturas y fuego, sugiere que esa parte de la narración fue añadida.

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San Roque
En algún momento, uno piensa que en la Edad Media, surgió la devoción a “San Lázaro”, el hermano de Marta y María y que Jesús resucitó en Betania. 
Quizás fue en América que el Lázaro de Betania se confundió con el Lázaro de la parábola. La representación de San Lázaro se confundió con la de San Roque. 
Es que surgió la confusión con el personaje de Babalú Ayé, de las creencias afro religiosas de la santería.
Fidel Castro nunca tuvo problema con la santería afro religiosa y hasta parece haberla promocionado indirectamente, al proscribir el cristianismo (un católico por ejemplo, no podía obtener los mismos beneficios de otros ciudadanos). Añádese a esto el que muchos eran sólo cristianos de nombre, por lo que naturalmente recurrieron a una religiosidad popular que parecía compatible con la ideología oficial, sobre todo en los momentos de gran necesidad. 


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