El domingo pasado Jesús se nos presentó como el Buen Pastor. Este domingo Jesús dice, "Yo soy el camino al Padre".
En la primera lectura los primeros cristianos en Jerusalén (antes del año 70 cuando los romanos destruyeron el templo) ven la necesidad de nombrar diáconos ("servidores") como un ministerio específico dentro de su comunidad. Estarían encargados de atender las mesas y socorrer a los huérfanos y a las viudas y a los necesitados, administrando el pote común.
En el salmo responsorial aclamamos a Dios y su misericordia para con nosotros.
En la segunda lectura san Pedro nos recuerda que todos conformamos el cuerpo místico de Cristo como piedras vivas del templo santo de Dios. Todos participamos en el sacerdocio santo de Cristo en virtud de nuestro bautismo. En aquellos primeros tiempos los recién bautizados asistían al culto con la túnica blanca bautismal. Es la misma que hoy sigue usando el celebrante de la misa, el alba. Dice el apóstol, "Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa".
El pasaje del evangelio se sitúa en la Última Cena. Jesús le habla a los discípulos de la Casa del Padre, a donde todos se dirigen. Tomás pregunta que cómo van a saber del camino. Jesús le dice, "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí." Felipe le dice que les muestre al Padre de una vez. Así, Jesús les aclara: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre".
Nuestra fe no se fundamenta en verdades y doctrinas, sino en el encuentro con Jesús, que nos muestra el camino al Padre.
¿Se trata de algo poético, de palabras bonitas? Póngase a traducir ese amor el cristiano y verá que no es cosa de palabras bonitas. Es como estar enamorado. Obras son amores y no buenas razones. Ahí encontramos el enlace entre la primera lectura y el evangelio.
Invito a ver mi apuntes del año 2020 (oprimir).
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