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Domingo 19 del Tiempo Ordinario, Ciclo C

 


En el evangelio de hoy Jesús nos exhorta a estar preparados para la llegada del Señor

Las lecturas de hoy continúan el tema del domingo pasado. Las cosas de este mundo son bienes pasajeros, porque un día fallecemos y todo se esfuma. Cada uno es como un soplo que se disuelve en el aire. Somos como las plantas y las flores que florecen y luego se marchitan y desaparecen. La vida es como un sueño y las cosas y los bienes por los que nos afanamos se hacen sal y agua entre las manos. 

La primera lectura está tomada del libro de la Sabiduría 18,6-9. Recuerda la noche de pascua, del paso del Señor en Egipto, cuando los hebreos fueron liberados de la esclavitud mientras el ángel del Señor exterminaba a los primogénitos de los egipcios. «La noche de la liberación les fue pre anunciada a nuestros antepasados,» dice. El pueblo esperaba con ansia esa liberación que Dios ahora efectuaba. Eso es un anticipo también de la situación de nosotros, los cristianos, que esperamos la liberación al momento de la muerte.

Con el salmo responsorial (salmo 32) nos hacemos eco de nuestra esperanza: «Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo».

La segunda lectura está tomada de la carta a los Hebreos 11,1-2.8-19. «La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve,» nos dice. Por la fe confiamos en Dios que nos rescatará de esta vida pasajera. Vendrá a nuestro encuentro el día que menos nos imaginamos (como le sucedió a los egipcios) y lo importante es que nos encuentre con la misma fe de Abrahán, que vivió como extranjero y peregrino en este mundo. De la misma manera somos peregrinos y tenemos fe que Dios puede resucitarnos como resucitó a Jesús, nuestro Sumo Sacerdote.


El evangelio está tomado de Lucas 12,32-48. «No teman,» dice Jesús, «porque al Padre le ha parecido bien darles el Reino». Sin obligación alguna de su parte Dios decidió por cuenta propia darnos el cielo, darnos el Reino. Por eso hemos de tornar nuestro enfoque en esta vida hacia Dios.

«Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón», nos dice. Nuestro corazón debe estar orientado hacia Dios, antes que dejarse llevar de un afán por las cosas de este mundo, cosas que son pasajeras.

«Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla,» nos dice Jesús. No perdamos el sueño por cosas que ahora están y mañana no estarán. Mejor preocuparnos por hacer el bien para que cuando Dios venga a nuestro encuentro, el día de la muerte, no nos sorprenda pensando en banalidades, sino que nos encuentre con ánimo recto, preocupados por el bien. 

Jesús entonces cuenta una parábola. Somos como los sirvientes de un amo que se marchó y un día volverá. «Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor,» nos dice. Más adelante añade, «¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo».


En las vidas de los santos vemos cómo se repite esa respuesta espontánea al llamado de Jesús, de vender todo y abrazar una vida de pobreza como en san Francisco de Asís y tantos otros. En este sentido la vida de los religiosos —como los franciscanos y los capuchinos— es un testimonio de cómo debe ser la vida de un cristiano, como se supone. Pero, como sugerí en unas reflexiones a las que referí el domingo pasado (2015, «Cuando los monjes viven mejor que los pobres») puede darse el caso que los monjes y las monjas vivan en condiciones materiales que no parezcan tan pobres. Si eso es así con la vida religiosa de los consagrados, qué no decir del cristiano común que no ha hecho voto de pobreza. 

No me mal entienda el lector. Aquí no se trata de decirles a los demás cómo vivir su vida. Cada cual que se haga responsable de su propia vida. Con estas reflexiones no pretendo enunciar verdades, sino proponer puntos de partida para la reflexión personal. 

Tradicionalmente se ha hablado que lo más importante es la actitud que uno tiene hacia la posesión física de bienes. Uno puede poseer riquezas materiales con espíritu de pobreza (de desprendimiento). De la misma manera alguien puede ser materialmente pobre pero con un espíritu obsesionado por las riquezas. Lo importante es dónde está nuestro tesoro, dónde está nuestro corazón. 

Si nuestra mente está orientada hacia el amor a Dios y al prójimo, entonces nos serviremos de los bienes a nuestra disposición con esa actitud de no darle tanto valor a las cosas pasajeras y estaremos dispuestos a compartirlas con otros y también simpatizaremos con las necesidades de los demás. Si nuestro espíritu es esclavo de las cosas materiales, entonces no estaremos tan dispuestos a compartir o a trabajar por el bien de los que no tienen tanto.

El que vive obsesionado por el valor de las cosas materiales, aunque sea pobre y aunque sea rico, nunca tendrá suficiente y siempre necesitará más, más. El que es desprendido y «pobre de espíritu» necesitará poco, casi nada, como san Francisco que supuestamente dijo que aun ese poco que le hacía falta, lo necesitaba muy poco.

Somos administradores y no dueños de los bienes a nuestra disposición. Jesús termina la parábola del evangelio de hoy diciendo, «Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Al pensar esto recordemos que no sólo somos administradores de los bienes privativos de cada uno, sino que también somos administradores de los bienes de nuestra casa común, que es la sociedad en que vivimos y el planeta tierra en que estamos. Sabemos que los humanos hemos tenido una mentalidad de codicia y posesión que nos ha llevado a tragedias como la que vive el pueblo Palestino hoy por hoy, lo mismo que los migrantes en todo el planeta. Igual, sabemos de la codicia que ha llevado a la destrucción del medio ambiente y el desastre ecológico que hasta amenaza con la extinción masiva de nosotros mismos, los humanos. 

Invito a ver mis apuntes de años anteriores (oprimir sobre el año):


2016 — Reflexiones sobre las lecturas

2019 — Nuestra vida es como la de los pasajeros del Titanic

2022 — Los cristianos no salimos de este mundo en que estamos y vivimos, cuando ingresamos al reino de Dios. El reino es la dimensión de la fe con que vivimos nuestras vidas aquí, ahora. 


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