Nos podemos imaginar los primeros discípulos celebrando el aniversario de la resurrección – un año más tarde, diez años más tarde… ¿Se detendrían ellos a meditar sobre los sufrimientos del Señor con todos sus detalles? No. Recordarían la alegría de la resurrección. Recordarían que él sigue con nosotros y nos acompaña y nos inspira a vivir la vida según el estilo de vida de un cristiano.
Luego de cuarenta días de Cuaresma celebramos cuarenta días de Pascua. Es la idea. En Cuaresma nos preparamos para renovar nuestro bautismo y renovar nuestras promesas bautismales. Es como si nos volviéramos a bautizar. Y ahora es como un borrón y cuenta nueva, porque para eso nos redimió Cristo. Ahora se trata de celebrar.
Desde toda la eternidad Dios nos destinó a la felicidad del Paraíso. Aun cuando Adán pecó, Dios decidió que se cumpliría lo que él había decidido desde siempre. Y es una feliz culpa, porque si no conociéramos la cuaresma, no sabríamos apreciar la Pascua. Si no pasamos por este valle de lágrimas no sabríamos apreciar el Paraíso.
Saber que lo que nos espera es el Paraíso hace que las dificultades de esta vida puedan sobrellevarse sin tristeza. Hay muchos tropiezos y muchos vericuetos en nuestra peregrinación en este mundo. Pero cuando uno sabe que Dios resolvió nuestra salvación, entonces no hay para qué desesperarse. El fracaso no es una opción. El fracaso no es una posibilidad.
Cristo ha triunfado sobre el pecado y sobre la muerte. Esa alegría pascual orientaba la vida de los primeros discípulos. Que sea así también con nosotros.
El tema del evangelio de ese domingo es la transfiguración de Jesús El domingo pasado contemplamos a Jesús como ser humano en este mundo, que fue sometido a las tentaciones igual que nosotros. Fue tentado con el hambre (las necesidades biológicas), el orgullo (necesidades psicológicas) y la tentación de cuestionar o retar a Dios (tentaciones de lógica y teología, como preguntarse si Dios se acuerda de nosotros, cómo es que existe el mal). Esto último se implicó cuando el diablo le dijo que se tirara desde lo alto del templo, que en la Escritura está dispuesto que Dios enviará sus ángeles para protegerlo y Jesús le dijo que no se debe tentar a Dios. En todo eso se implica lo que debe ser la actitud de todo cristiano, que es la que Jesús nos presenta, la de confiar en Dios, en medio de la sobriedad (el manejo juicioso de nuestras necesidades biológicas) y la sencillez de un corazón que no es vanidoso ni engreído. Este domingo contemplamos a Jesús en su divinidad. Igual que vi...

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