No sé si mis lectores han seguido otros blogs u otros comentarios como en el New York Times sobre la formación de unos nuevos ordinariatos para los anglicanos que quieran pasarse al catolicismo romano sin abandonar su tradición anglicana como tal.
Recientemente me encontré una observación de que tal ofrecimiento del Vaticano confirma el misoginismo (hostilidad a las mujeres) y el prejuicio enraizado contra los homosexuales, análogo al prejuicio antisemita. El catolicismo romano invita a los anglicanos ultraconservadores a unirse a ellos, a partir del repudio del acceso de las mujeres y de los homosexuales al presbiterado.
Valga notar también que el Vaticano no reconocerá las órdenes sagradas, ni de los sacerdotes, ni de los obispos anglicanos que se muden a los nuevos ordinariatos, cuando acepten la oferta de convertirse al catolicismo romano. Esto alegrará a todos aquellos que favorecen “la línea dura” de Roma, es decir, la mentalidad extremadamente tradicionalista, para quienes las órdenes anglicanas no son válidas.
Entre tanto, continúan las conversaciones con la Sociedad San Pío X, en una larga serie de jornadas de intercambios entre representantes del Vaticano y de la Sociedad, sobre los documentos de Vaticano II y otros puntos parecidos. La Santa Sede no tiene problema con dialogar con los que han dicho reiteradamente que Vaticano II fue un concilio herético, mientras echa a un lado e ignora a otros (“liberales”) que nunca pretendieron romper con la Santa Sede y sí buscaron adoptar la inspiración del Espíritu Santo que representó el Concilio.
Claro, si pasamos de las consideraciones abstractas y pasamos a observaciones concretas, habrá que notar que el papa Juan Pablo II llenó los dicasterios del Vaticano con obispos y cardenales latinoamericanos y tercermundistas con poca capacidad cultural e intelectual. Son los que continúan dominando las oficinas del Vaticano, los mismos que dominan al mismo papa.
En una de las anécdotas del papa Juan XXIII se menciona que en una ocasión se le escuchó decir, “Nunca imaginé que un miembro de la Curia desobedeciera al papa”. Al menos en época de Juan XXIII esos curialistas, tan insolentes desde su extremo tradicionalismo, tenían más formación intelectual, cosa que se ha perdido desde entonces.
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