Uno no sabe qué pasa por la mente de los chimpancés o si el perro de casa alguna vez piensa sobre su vida de perro. Pero ciertamente los humanos pensamos sobre nuestra vida y sentimos que hay una diferencia entre lo que pudiera ser nuestra vida, y lo que es.
Esa diferencia se siente sobre todo cuando nos proponemos hacer cosas que requieren sobreponer grandes obstáculos. Y también se siente cuando simplemente estamos impedidos de hacer los trabajos más cotidianos, como subir una escalera. Pocos son los que se dan cuenta de la escalera como tal, como pocos piensan en el oxígeno que respiran. Pero los cojos y los tullidos tienen esta especie de bendición: ellos ven la escalera más que nadie. Los que se proponen llegar lejos con su vida también se dan cuenta de muchas cosas, mejor que otros.
Es en ese contexto que uno también puede leer la descripción de los tiempos mesiánicos: los ciegos, los cojos andan y muchos se regocijan al escuchar la predicación del Reino de Dios. No es algo que resultará de nuestro esfuerzo. A nosotros sólo nos toca estar preparados para cuando llegue. Entre tanto vivimos en la alegría de la esperanza que vendrá, que llegará, que se acerca nuestra liberación.
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