Debería decir “Fiesta de la Revelación de Dios en el bautismo de Jesús”. Es porque en las Iglesias orientales se celebra como parte de las Fiestas de las Teofanías, es decir, de las Revelaciones.
Las Fiestas de las Teofanías son tres: el Nacimiento, el Bautismo en el Jordán, el milagro de las bodas de Caná.
En Belén Dios se revela en cuanto Hijo encarnado, Dios y hombre verdadero. Lo manifiestan los ángeles y los pastores.
En las bodas de Caná, Dios se manifiesta en la divinidad de su Hijo que se ve en el milagro y revela la alegría futura en las bodas celestiales, en el banquete celestial.
En el bautismo en el Jordán, Dios se manifiesta en la humanidad de su Hijo y revela la venida del Espíritu Santo, que evidencia que Jesús trae la misericordia de Dios, el perdón de los pecados, el bautismo del Espíritu, para todo creyente que se vuelva a él.
El bautismo en el Jordán recuerda que Dios no mandó a Cristo para que condenara el mundo, sino para que ofreciera la salvación, el perdón de los pecados. En vez de condenar el aborto, por ejemplo, habría que mostrar el camino de la salvación según los evangelios. Por algo Jesús condenó a los fariseos que eran como los ciegos guiando a los ciegos, porque no habían visto la luz.
El solsticio de invierno en diciembre marca la noche más larga del año. Es como la medianoche del año solar. En ese momento los adoradores del sol celebraban la fiesta del sol invencible, que eventualmente triunfaría sobre las tinieblas y traería el amanecer con el equinoccio de primavera en marzo y los días largos del verano. Los cristianos decidieron celebrar la verdadera luz que viene al mundo y que se ha revelado en Cristo, que se confirmará en la resurrección.
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