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Una reflexión sobre los publicanos


En el oficio de lectura anglicano estadounidense se celebra hoy, igual que en la Iglesia católica romana, la fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Pero el evangelio es escogido de un pasaje distinto del que se lee en la misa de la Iglesia romana. Tomado de Mateo 21:23-32, presenta a Jesús intercambiando palabras con los sacerdotes del templo. Al final del pasaje Jesús les dice, “Les aseguro que los que cobran impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos.” Y es que “Juan el Bautista vino a enseñarles el camino de la justicia, y ustedes no le creyeron; en cambio, esos cobradores de impuestos y esas prostitutas sí le creyeron. Pero ustedes, aunque vieron todo esto, no cambiaron de actitud para creerle.”

Se ve que el traductor de esta versión cambió “publicanos” por “cobradores de impuestos”. Todavía hoy día los que cobran impuestos para el gobierno son personas con una mala imagen. Algunos parecen rastreros, pusilánimes, guiñapos de seres humanos, seres indeseables. Pasa lo mismo con las prostitutas.

Y Cristo se juntaba con esa calaña que es como hoy día, cuando el obispo se sienta a la mesa de un banquete con los políticos, que también muchos de ellos son seres indeseables. Los fariseos (nosotros) nos escandalizamos de que un supuesto buen cristiano se junte con tales personajes y coma y beba bueno y eche chistes con ellos. (Eso no quita que el obispo pueda ser también un fariseo.)

Claro, Jesús se refería, no a todos los cobradores de impuestos, ni a todas las prostitutas, sino a aquellos que le creyeron a Juan el Bautista, según el pasaje citado. Para creer en el Bautista habría que haber cambiado de actitud. Entonces, Jesús se juntaba con aquella calaña “pescando” a ver quiénes estarían dispuestos a cambiar de actitud, lo mismo que hacía con los fariseos y con todo el mundo.

Otra consideración es que los publicanos eran millonarios, ya que eran unos corruptos. Pero esos millonarios tenían más probabilidad de entrar en el Reino, que los fariseos. Entre tanto, en otro pasaje resulta que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el Reino.
Y la pieza que también se queda en el aire es que en esta película los fariseos somos nosotros, los que nos consideramos gente de religión, cumplidora de la ley de Dios.



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