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Santo Tomás Apóstol y la resurrección


Hoy sábado 3 de julio el calendario católico romano celebra solemnemente la fiesta de Santo Tomás Apóstol. Él no estuvo en la primera aparición de Jesús a los apóstoles y una semana más tarde, cuando se presentó Jesús ente ellos y estando Tomás allí, el Maestro le invitó a que se adelantara y le tocara para que confirmara que, en efecto, se trataba de él, resucitado. Tomás, según el evangelio (Juan 20:25), le tocó y dijo, “Señor mío y Dios mío”.

Si no fue cierta la resurrección, nuestra fe es una pérdida de tiempo, nos dice San Pablo en (I Cor. 15:14). Si no creemos en el Resucitado, no tiene sentido nuestro cristianismo. Por otro lado, el concepto de la resurrección puede tomarse en un sentido figurado, no literal, algo que también ha sido sostenido por teólogos católicos (cierto, hace unas décadas atrás, antes que el Vaticano “pusiera en su sitio” a los “liberales”.

La idea de la resurrección no física, sino conceptual, entiendo que se enseña de rutina en muchos de los seminarios no católicos. Cierto, eso no valida esa posición, ya que la opinión de muchos no es suficiente para garantizar la verdad de una idea (en un tiempo muchos creían que la tierra era plana y que los bebés venían de París). Pero sí demuestra que en los seminarios no católicos hay una fe más viva en algunos seminarios católicos. Unamuno decía que “fe que no duda no es verdadera fe” (El sentimiento trágico de la vida).

Para dudar hay que pensar en posibilidades alternas y en mundos alternos. Exploremos brevemente qué significa la posibilidad de que la resurrección de Jesús no haya sido literalmente física. ¿Qué decir entonces de los testimonios de los evangelios y de la aseveración de San Pablo antes citada?

En un momento dado, y hasta ahora, el Vaticano adoptó la posición apologética de tratar de demostrar intelectualmente la verdad de la resurrección, con argumentos como “el testimonio de la tumba vacía”. Esto es, buscó justificar la fe literal en la resurrección desde la perspectiva positivista de la misma modernidad que a la misma vez pretendía denunciar como herética (el papa Pío X dijo que el modernismo es el compendio de todas las herejías en su encíclica Pascendi).

Pongamos entonces entre paréntesis, también, la posibilidad de probar intelectualmente la fe, al modo de examinar los textos bíblicos y los testimonios antiguos como una manera de proceder. Esto de poner entre paréntesis las propios certezas es lo que practica en filosofía el método fenomenológico. Los filósofos pueden romperse la cabeza tratando de probar la realidad de la silla en que están sentados (o del cheque de sueldo que reciben) y esto es proceder a la manera positivista. Yo ponía a mis estudiantes a hacer ese ensayo que también es aleccionador, de todos modos.

El fenomenólogo dice, “¿Pero duda usted de veras que la silla está ahí?”. Es lo mismo que hizo Einstein cuando discutía con los físicos de la mecánica cuántica, que proponían que no era posible establecer si el objeto estaba ahí o no, o si estaba en dos lugares a la misma vez, como los espíritus tradicionales. Le preguntó a su amigo mientras paseaban en Princeton, “¿Pero duda usted si esa luna que estamos viendo está ahí?”

Entonces, el fenomenólogo se dedica a ver cómo se da la experiencia de la silla en que estoy sentado o de la luna que estoy viendo. Pero el enfoque no es el de la ciencia positivista, sino el de analizar desde la misma experiencia, a la misma experiencia en cuanto tal. Temprano en el siglo 20 mi maestro Ortega y Gasset escribió un ensayo sobre “Conciencia, objeto y las tres distancias”. Su acercamiento fenomenológico fue muy distinto al acercamiento de un Manuel Kant, que también investigó la experiencia que se da en el pensar, pero a la manera positivista. Valga apuntar que el fundador de la fenomenología fue Edmundo Husserl.

Uno puede filosofar sobre el pensar al modo científico positivista y en el proceso se olvida o cae en la ignorancia de lo que es el proceso de pensar mismo, lo que es tener la experiencia del pensar desde la perspectiva del sujeto. Lo mismo puede suceder con la experiencia de la fe en la resurrección.

En el proceso de conceptualizar la fe al modo positivista, uno puede olvidarse o pasar por alto lo que es la experiencia de la fe viva, la fe que duda y que al confirmarse como fe se da como un encuentro personal con Dios. En el proceso de la apologética o la defensa intelectual de la fe, uno puede perder la fe real, la de verdad. Los funcionarios del Vaticano de mediados de siglo 20 que buscaron la condena de la “nueva teología” (y hasta el día de hoy) parecen ignorar esto. Al menos es lo que parece confirmarse en periódicos como El Visitante, Our Sunday Visitor o el canal de televisión EWTN de la Madre Angélica. Parecen seguir el ciego principio político de los partidos, de que no se puede dudar de sí mismo, porque eso es darle artillería al enemigo. Se concibe la propia fe como un estado de guerra, como una posición diplomática.)

Pero volvamos a Santo Tomás apóstol y la fe literal en la resurrección física. Ante esto un pensador crítico puede reaccionar al modo positivista: la resurrección fue una invención, un cuento que se ha perpetuado. La narración de los evangelios fue una construcción de los tiempos apostólicos, en que los apóstoles estaban vivos.

Frente a eso la apologética tradicional puede buscar argumentos para refutar esa posición y para convencer a este tipo de personas. Pero piénselo el lector. Eso es como tratar de convencer al filósofo de que la silla en que está sentado es real, o al científico de que la luna que ve es real. Lo mismo puede decirse de toda la experiencia cotidiana. En la experiencia cotidiana las cosas existen, y ya. Lo mismo ha de decirse de la fe.

Por eso, en vez de comenzar por el hecho de la resurrección, comencemos por el hecho fenomenológico en nuestra propia vida: la propia experiencia de nuestra fe. Ese es el Jesús de nuestra fe, el verdadero resucitado. Véanse los escritos de SS Pablo VI en los años posteriores al Concilio Vaticano II y véase allí el hilo conductor: predicamos al Cristo de nuestra fe. No predicamos primordialmente al Cristo de los evangelios (aunque eso también) o el Cristo de la Tradición (aunque eso también). Lo principal es el Cristo de nuestra fe, de la fe que ya “tenemos”, que ya “vivimos”.

Por eso fue que los abogados de la “nueva teología” convencieron a los padres del Concilio Vaticano II y se logró consignar en los documentos del Concilio que no hay dos Fuentes de la fe (Escritura vs Tradición) sino una sola, la que se da en el encuentro personal con el Señor. "El que me ve a mi, ve al Padre" (Juan 14:9)

Para comentarios directos a mí: cjramosm@gmail.com.



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