En el evangelio de hoy Cristo nos llama a seguirlo incondicionalmente. Habla de los que se corrompen con las ambiciones y pasiones de “este mundo”: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?”
Jesús se refiere a los que se ciegan con las preocupaciones del dinero y de la ambición y eso les lleva a vivir un infierno en vida.
Es fácil despreciar a los que se ciegan con el dinero y la ambición. Eso es lo que hacían los fariseos. En la medida que lo hagamos, estaremos siendo fariseos nosotros también.
Es como despreciar a la mujer caída o a la mujer de vida libre, o al hombre de vida libre. Habrá más de un cristiano que adoptará la actitud de decir , “Qué ignorantes, qué débiles, qué frívolos”... o cosa por el estilo. Eso es lo mismo que hacían los fariseos y somos fariseos en la medida que lo podamos hacer nosotros también.
Pero esa no fue la actitud de Jesús frente a la mujer pecadora. Luego, hay que entender las palabras de hoy en ese contexto.
Y es que el evangelio también se refiere a cada uno de nosotros. ¿Es posible evitar el sexo? ¿Es posible evitar entrar en el juego social de los intercambios económicos y de la carrera vocacional? ¿Es posible evitar tener que comer?
¿Es posible evitar cooperar con las compañías multinacionales y comprar sus productos que son posibles a tan buen precio gracias a la explotación y las condiciones de trabajo de los trabajadores y trabajadoras de los países pobres?
Casi todas las pelotas de béisbol (quizás todas) se fabrican en unas fábricas en México bajo condiciones terribles de calor y en un ambiente que recuerda las fábricas de Manchester del siglo 19. ¿Cómo contrasta eso con cada pelotero millonario que las maneja? Pero... ¿Es posible evitar utilizar esas bolas? ¿Debe por eso el pelotero dejar de jugar?
Es como preguntar, ¿Es posible dejar de comer porque los vegetales sobre nuestra mesa son producto de la explotación y las terribles condiciones de trabajo de los trabajadores pobres?
Así, podemos decir que todos somos culpables y es inevitable “contaminarse” con el dinero y la ambición. Los que merecen que les tengamos pena son los que, ingenuos, desprecian a los que se enredan en “las cosas de este mundo”. Es hora de abandonar el puritanismo.
A mi modo de ver, Jesús los que nos pide es estar conscientes de esta realidad que describo y no dejarnos cegar por las pretensiones o la ambición y el dinero. La ambición y el dinero son como nuestro cuerpo, la realidad que habitamos (por eso Ortega y Gasset decía “Yo soy yo y mi circunstancia”). El mundo de los negocios y de la carrera vocacional es como el cuerpo en que vivimos.
En términos morales Jesús nos dice que no dejemos que nuestra realidad nos ciegue y que nos aparte de las virtudes cristianas: el amor al prójimo y la buena voluntad, sin negar esa realidad.
No podemos evitar nuestras debilidades que son tan parte nuestra. Por eso Jesús nos llama a confiar en él con más razón al darnos cuenta que por nuestra cuenta es fácil caer en los excesos. La fuerza y la gracia para ser justificados y para vivir en la paz de él la da él mismo.
Esto no es todo lo que se puede decir sobre esto, pero hasta aquí llego. Estoy seguro que el lector podrá añadir otros pensamientos y hasta corregirme.
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