En estos días he estado trabajando una nueva publicación sobre la Inquisición en Italia. La idea es que a través de la persecución de herejes es posible poner en evidencia el hecho de que en Italia y en España sí hubo una buena cantidad de luteranos y calvinistas y otros grupos reformadores, incluyendo los antitrinitarios que fueron más de los que uno hubiera pensado.
Es interesante cómo hay personas que se prestan para perseguir y torturar a los que se consideran un peligro para la sociedad. En la década de 1970 se supo de tantas torturas en Hispanoamérica contra los movimientos de izquierda y desde entonces me he preguntado en qué pensarán los que asumen el papel de torturadores o también, los que se prestan para ser los verdugos. En Italia, por ejemplo, hasta el día de hoy es un insulto agresivo que a alguien le llamen “verdugo”, “boia”.
Una vez un amigo me dijo que lo de ser torturador o verdugo era simplemente un trabajo para muchas personas, una manera de “ganarse las habichuelas”. Bueno, eso lo puedo admitir, está bien, del que torturaba y mataba a nombre de los inquisidores y también es curioso cómo muchos tenían una curiosidad morbosa que le hacía sentir una atracción y un deseo por ir a ver la quema de herejes, o la horca, o cuando les cortaban la cabeza. Pero no me parece que los inquisidores mismos asumieran que su trabajo eran tan sólo... un trabajo, para ganarse la vida.
Quizás podemos distinguir a los inquisidores que estuvieron motivados por firmes convicciones religiosas que a su vez les llevaba a pensar que estaban colaborando con Dios en la persecución contra los enemigos de la verdadera religión y que eran una amenaza pública al bien de las almas y de la sociedad. Esa probablemente fue la misma mentalidad con que Calvino y Zwingli y otros también persiguieron a los que profesaban unas doctrinas “falsas”.
Luego podemos pensar que hubo otros entre esos inquisidores que no estaban bien de la cabeza y que eran sádicos o en algún modo perversos y que simplemente les daba placer condenar y fastidiar a las personas. De seguro que de igual manera que hubo muchos que derivaron un placer morboso de presenciar la quema de herejes o su decapitación, también hubo inquisidores que derivaron un placer morboso en ver los acusados dominados por el miedo y luego ver y escuchar sus gritos y quejas por el dolor de las torturas y de cómo en su humillación terminaban dispuestos a abjurar de las ideas que tan firmemente habían sostenido antes, o que estaban dispuestos a traicionar hasta a sus esposas, sus hijos, hasta sus madres.
Ambos tipos de inquisidor fueron peligrosísimos, sea porque unos eran unos fanáticos ciegos, sea porque estaban mentalmente desajustados. “Nada peor que un mediocre con iniciativa”, dijo alguien una vez y en este caso, “Nada peor que un loco o un fanático con iniciativa”.
Algunos cristianos, de hecho, se parecen al tipo de inquisidor que se creía que cumplía la voluntad de Dios al cumplir con su tarea como interrogador y como juez de los que traían ante el tribunal. Son los que en otro modo de decirlo, piensan y actúan como fariseos. Y por eso se sienten orgullosos de sí mismos.
En la medida que seamos fariseos y no nos demos cuenta, para esto, es la cuaresma.
La cuaresma es época de conversión de vida, de ayuno, de limosna, y de misericordia o benevolencia. Para empezar a visualizar la conversión habría que ver hasta dónde somos fariseos y no nos damos cuenta.
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