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El precio del trabajo



Lo más natural del mundo es asumir que el producto del trabajo tiene un valor intrínseco. Es en ese contexto que muchos entienden la idea de “la justa remuneración por el trabajo”.

Pero eso es como cuando en la época medieval pensaban que una planta tenía poderes mágicos de fortalecer el corazón porque sus hojas tenían la forma de un corazón. O como cuando se creían que con desangrar un poco a la gente, le curaban la fiebre. Al desangrarlas las personas se ponían pálidas y frías y entonces los médicos se decían, “Este remedio es lo indicado”.

Y hoy día algo parecido se da cuando los gobiernos establecen una política de control de precios y piensan que con eso se va a lograr justicia para los pobres, como en Venezuela.
Igual que el remedio de la sangría medieval, el control de precios o la imposición de unos salarios fijos en realidad lo que logran es empeorar la economía de un país. Como no es posible controlar todos los precios, los gobiernos tienden a fijar su atención en los artículos de primera necesidad, como el pan y la leche. Además, el intervenir con estos productos se ve bien en términos de imagen pública, sobre todo entre los pobres, que configuran el grueso de la población.

Pero, precisamente, como no se pueden controlar todos los precios, las víctimas de esa política de precios son los ganaderos, por ejemplo, o los panaderos y sus suplidores. Cuando sube el precio de la harina o del alimento del ganado, o cuando los veterinarios se ven obligados a subir sus honorarios frente al alto costo de la vida; cuando sube el costo de la electricidad o de la gasolina y de la transportación y así sucesivamente... los ganaderos y los panaderos se quedan pinchados. 

Pero entonces esto tiene un efecto dominó, porque si los productores de harina quieren venderle a los panaderos, tendrán que por fuerza bajar el precio y eso les hunde a ellos también en la miseria. Lo mismo con los demás suplidores. El veterinario, por ejemplo, que utiliza productos farmacéuticos del extranjero, tendrá que dar su servicio casi gratis, si quiere poder compensar lo que le cuestan esos productos farmacéuticos. Y así sucesivamente.

Además de todo eso, los panaderos y los ganaderos se hundirán más en las dificultades económicas si se les impone pagar un salario alto a sus trabajadores.
A la larga, todos terminan en la pobreza.

Pero es que el valor del mercado no es el mismo que el valor intrínseco de las cosas, o del esfuerzo y trabajo de una persona. El valor del mercado se rige por unas leyes propias, como la naturaleza se rige por unas leyes propias. Apenas estamos descubriendo esta dimensión de la realidad y por eso nuestros economistas se equivocan a menudo. Pero por lo menos sabemos que controlar los precios o imponer salarios fijos empeora la situación. 

Mejor que muchos tengan la oportunidad de vivir más o menos bien, al estilo de la clase media, mientras toleramos a los millonarios, antes que hacer que todos vivamos en la pobreza.

Mejor es la medicina del médico del siglo 19 que la del brujo supersticioso del siglo 21. Lo mismo podemos decir de la economía.

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