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Domingo 31 del Tiempo Ordinario, Ciclo B

 


En el evangelio de hoy vemos lo fundamental para un cristiano: Dios y el prójimo

En la primera lectura tomada del Deuteronomio vemos lo fundamental para un judío (y para todo ser humano): «Escucha, Israel: El… Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».


En el evangelio de hoy un escriba viene y le pregunta a Jesús cuál es el mandamiento mayor. Jesús le repite las palabras de la primera lectura de hoy: el mandamiento mayor es amar a Dios. Pero además hay un segundo mandamiento, añade Jesús. A lo fundamental que es el amor a Dios, Jesús añade el amor a los demás, citando Levítico 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Los escribas eran reconocidos por ser muy entendidos en las Escrituras y por eso se les consideraba autoridades y se les consultaba sobre asuntos de la fe, de la misma manera que hoy día los fieles consultan a los párrocos y a los clérigos. Por eso cuando el escriba viene adonde Jesús es algo así como un párroco que viene a conocer al feligrés del que muchos hablan. 


El escriba confronta a Jesús de la misma manera que lo haría el párroco, con una pregunta de uno que es clérigo a uno que es laico y que anda predicando por su cuenta. Es lo que también interpretó el autor de la ilustración que acompaña estos apuntes.


Cuando Jesús le contesta el escriba citando el Deuteronomio y el Levítico, el escriba lo aprueba. El escriba es el que está autorizado a pasar juicio sobre el laico y su predicación y reconoce que Jesús ha contestado bien. Entonces Jesús le dice, «No estás lejos del reino de Dios». 


Eso que Jesús le dice es un llamado a la conversión, un llamado al escriba para que se convierta y entienda de qué realmente se trata la predicación de Jesús.


Jesús predica la observancia de la Ley (Mateo 5,17) y predica la consideración del prójimo en armonía con las Escrituras que ya proponían el amor a Dios y al prójimo. Pero la predicación de Jesús presupone un enfoque que se entiende en las parábolas; tal, la del Buen Samaritano (Lucas 10,30ss); así.


Lo que distingue a Jesús es el enfoque, que es un enfoque que reproduce la mirada divina de Dios. Jesús para los efectos dice, «Dios nos entiende» y de la misma manera debemos nosotros también entender.


Está el caso de la mujer adúltera. La Ley establecía que debía ser apedreada. Jesús no rechazó ni anuló la Ley, pero subrayó el perdón de Dios. Si el pecador muestra arrepentimiento y la intención de cambiar de vida, Dios perdona (Ezequiel 18,23; 33,11; Juan 3,17). Dios mismo pasa por alto la Ley, sin negar la validez de la Ley.


Para que la pecadora (y todo pecador) entrara al Reino de los cielos, sin embargo, debía como el fariseo entender esto de la Ley y el amor al prójimo. Debía entender que el que es perdonado debe entender que le toca a él también perdonar. Amar al prójimo es amar como Dios nos ama.


No basta con decirse católico para ser cristiano. No basta con decirse evangélico para ser cristiano. No basta con decirse que uno tiene fe. Ser cristiano es pertenecer al Reino. La fe que se expresa en el Reino no es la de la sola fe o la sola Ley. El Reino implica un compromiso de vida con Dios y el prójimo traducido a la práctica en la comunidad cristiana; algo que no es asunto de formalidades o de fórmulas, ni de identidades eclesiásticas o partidistas y partidarias. Para entender eso hay que remitirse a las parábolas y las narraciones de los hechos de Jesús. 

Invito a ver mis apuntes del 2018 sobre las lecturas de este domingo (clicar sobre el año). 



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