Ya terminaron las representaciones de la Pasión. Los soldados romanos colgaron sus armaduras y las Verónicas también guardaron sus mantos. Las cruces se pusieron a resguardo hasta el año que viene y en una esquina de la entrada del templo quedó la urna de cristal con el Cristo del Santo Entierro, eternamente sangrante y pálido.
Durante las pasadas semanas la cuaresma estuvo presente para los fieles, de muchas maneras. Durante las próximas semanas el tiempo pascual no estará tan presente. Si no fuese por las rúbricas litúrgicas obligatorias, quién sabe, ni se sabría que hemos entrado en el periodo de celebración pascual, también de 40 días, igual que la cuaresma.
Esos cristos dentro de la urna de cristal del Santo Entierro habían desaparecido de los templos católicos. Hace una década o algo más que los han vuelto a poner. Lo interesante es el motivo para eso. Desde el punto de vista de la jerarquía mayor (el Vaticano) hay que restaurar esas devociones populares que los teólogos de la liturgia en un momento designaron como desviaciones de las mejores expresiones de nuestra fe. Hay que restaurar ese devocionario, no por motivos teológicos (entonces habría que darle la razón a los liturgistas), sino por motivos políticos. Supuestamente el pueblo gusta de esas tradiciones y eso es lo que hay que darle, para que no abandonen la Iglesia católica romana.
Sin embargo, no se auspician o desarrollan tradiciones en torno a la celebración del tiempo pascual. El pecado, el autocastigo, el sufrimiento que nunca es suficiente, llama más la atención que la alegría del bautismo y el perdón y la resurrección. Decía una amiga, “En la iglesia católica, todos los domingos están en cuaresma”.
Lo que sucede es que, al olvidar la dimensión pascual del Cristo resucitado, el catolicismo olvidó algo muy importante del mensaje de Jesús. Por eso hay tradiciones cuaresmales, pero faltan las tradiciones pascuales.
Al no visualizar esto, muchos han pensado que catolicismo equivale a tradiciones católicas, irrespectivamente de los evangelios o de la predicación original de Jesús y los primeros cristianos. Por eso, unos asesores bien intencionados recomendaron instaurar una nueva devoción al modo tradicional en sustitución de la celebración litúrgica del segundo domingo de Pascua.
Se ha confundido el aggiornamento, la puesta al día de la Iglesia, con superficialidades modernas. Pasa lo mismo con los que confunden la santidad con la manera de vestir del monje; sabemos que “El hábito no hace al monje”.
La verdadera puesta al día de la Iglesia implica desarrollar nuevas tradiciones donde no las había antes, como en este caso de la celebración de los 40 días del tiempo litúrgico de Pascua luego de la cuaresma. Su propósito principal no es serle simpático, sea a los tradicionalistas, sea a los modernos, sino rescatar lo que había quedado olvidado, en este caso, el sentido de la Pascua, de la mano con la cuaresma.
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