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Primer domingo de Adviento, Ciclo C


El techo de esta iglesia ilustra la idea del "más acá" y, a través de la ventana, el "más allá".








La primera lectura para este domingo está tomada del libro del profeta Jeremías, capítulo 33, versículos 14 y siguientes. Dios, por boca del profeta, anuncia que no se ha olvidado de su pueblo. Vendrá el día, dice, en que hará que aparezca un descendiente legítimo de David, “que hará justicia y derecho en la tierra”. Todos se alegrarán porque Dios se acordó y entonces reinará el orden y la ley. 
Como en otras ocasiones, podemos ubicar este pasaje en el contexto del Cautiverio del pueblo judío en Babilonia y la desaparición de los reinos de Israel (Reino del Norte) y Judá (Reino del Sur). Con la desaparición de esos reinos pareció que Dios se había olvidado del pueblo hebreo. También desapareció la dinastía del rey David, que Dios había prometido que reinaría para siempre (e.g. salmo 131).
Visto con óptica de cristianos, Dios favoreció, ocasionó, que hubiese un “resto” de Israel, unos sobrevivientes que durante y después del Cautiverio en Babilonia se fueron a la “Diáspora”, a la Dispersión. Fueron ellos los que mantuvieron viva la propia identidad de pueblo. Así la Historia de la salvación pudo tener continuidad.
Además, fue gracias a la Diáspora que el cristianismo pudo propagarse a través de las comunidades judías, a todo el mundo conocido en aquel entonces y para aquella gente.

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El salmo responsorial para este domingo subraya la fidelidad de Dios con nosotros. Dios nos enseña sus caminos y nos guía en nuestro caminar. Dios nos deja saber lo que espera de nosotros y lo que él nos dará a cambio. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad.

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La segunda lectura de este domingo corresponde a un pasaje de la Primera Carta a los Tesalonicenses, capítulo 3, versículo 12 al capítulo 4 versículo 2. El autor, Pablo, escribe teniendo presente que el retorno de Cristo está a la vuelta de la esquina, por así decir. Este pasaje es del tiempo en que los primeros cristianos oraban, “Maranatá”, “Ven, Señor Jesús”. Todos esperaban la llegada del Señor acompañado de todos sus santos, para poner fin al mundo presente.
Valga decir que de acuerdo a los estudiosos las epístolas a los Tesalonicenses son los documentos más antiguos del Nuevo Testamento, anteriores inclusive a la misma redacción de los evangelios.

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El evangelio de hoy, la tercera lectura, corresponde a un pasaje del evangelio de Lucas, capítulo 21, versículo 25 y siguientes. Es un pasaje particular que pertenece al género apocalíptico, el género literario bíblico que habla del fin de los tiempos y profetiza lo que ha de suceder cuando se cumpla lo que anuncia, por ejemplo, Jeremías en la primera lectura de hoy. 
Pero a diferencia de lo que encontramos en la primera lectura, en la tercera lectura de hoy, en este pasaje del evangelio, se respira miedo, aprehensión, ante lo que va a suceder, que puede sobrevenir en cualquier momento. 
¿Cuántos no han salido de su casa tranquilamente y más tarde han tenido un accidente que les cambió la vida para siempre? Así llegará el día terrible en que el “Hijo del Hombre” vendrá “con gran poder y majestad”.

Se puede ver una especie de crescendo de la primera lectura, a la segunda lectura, al evangelio de hoy. La primera lectura anuncia el día que llegará en que Dios cumplirá las promesas que hizo a los reinos de Israel y de Judá. El profeta Jeremías dice que vendrán días alegres en que aparecerá un descendiente de David que garantizará la justicia sobre la tierra.
En la segunda lectura, sin embargo, el autor, San Pablo, exhorta a sus destinatarios a que se comporten como buenos cristianos, que practiquen el amor entre sí y hacia los demás. De esa manera, cuando Jesús, el Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, podrá venir a nuestro encuentro sin tener necesidad de llamar la atención sobre cosa alguna. En otras palabras, nos debemos conducir como buenos cristianos en todo momento, no sea que el Señor nos sorprenda “fuera de base”. Hay que vivir como si en cuestión de minutos llegará el Señor.
Jeremías anuncia buenas noticias, motivo de gran alivio para los que pensaban que Dios se había olvidado de su pueblo. San Pablo, sin embargo, presenta la llegada de Jesús en majestad como algo que puede ser desagradable para muchos que pudieran ser sorprendidos y sin estar en condiciones de recibir al Señor.
El evangelio sigue la misma línea de la segunda lectura, pero en un escenario aún más terrible. “Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad,” dice. Con todo, también dice, “Cuando empiece a suceder esto…se acerca vuestra liberación”. Pero enseguida vuelve: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio…”. Igual que en la segunda lectura nos dice: hay que estar siempre en vela. No nos podemos descuidar.

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Para la visión griega o helénica el tiempo no es lineal, sino que es circular. De la misma manera que se repiten las estaciones del año y continuamente se repiten la noche y el día, y se repite el ciclo de los niños que llegan a adultos que se casan, producen retoños, envejecen y los retoños a su vez llegan a adultos en una eterna repetición, así es toda la realidad, toda la naturaleza. Es círculo de repeticiones.
A diferencia de los helénicos, para los judíos el tiempo era lineal. La idea del fin del mundo corresponde a la idea judía y cristiana de la realidad y del tiempo.
Pero el tiempo lineal era parte de una realidad total, más grande, más allá del tiempo lineal en que estamos. Esta síntesis quizás se la debemos a los cristianos helenistas judíos de los primeros siglos. Ciertamente la encontramos en San Agustín.
Para esta visión cristiana la realidad es una y Dios y nosotros estamos contenidos en ella.
La realidad se desdobla en la dimensión eterna y la dimensión en el tiempo.
En la dimensión eterna todo es siempre lo mismo y todo es perfecto. No hay cambios. Cuando algo es perfecto, no necesita cambiar.  Como nada cambia, no hay tiempo, no hay temporalidad.
En la dimensión en que estamos nosotros, hay cambio. Como no hay perfección, las cosas cambian y evolucionan. El tiempo va asociado a los cambios. Y los cambios indican una trayectoria hacia la madurez, hacia la perfección. 
El tiempo tiene principio y fin, la evolución va hacia el perfeccionamiento de las especies, de las cosas.
El tiempo está identificado con la realidad de “este mundo”, que se distingue de la realidad del “otro mundo”. 
Cuando en su evolución dentro del tiempo lineal las cosas cambien hasta llegar a su perfección, su plenitud, en griego, su “Pleroma”, entonces el tiempo no tendrá razón de ser y “este mundo” desaparecerá al confundirse con la dimensión del eterno. 

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Hoy toda esa visión contrasta con lo que la ciencia no sólo “plantea”, sino que lo dice con razones, al modo con que Galileo vio que la tierra se mueve. Se dice que, ante la realidad no tener esperanza alguna de convencer al tribunal de la Inquisición, admitió ante ellos que la tierra no se mueve y es el sol el que se mueve durante el día. Pero que, al salir por la puerta decía por lo bajito, “Con todo, se mueve”. Es lo que sabemos, que la tierra se mueve y el sol está fijo; una cosa son las apariencias y otra, la realidad. Es lo que hemos aprendido con la ciencia moderna, no al modo teórico, sino “a las malas”, al chocar con la realidad.
Para una hormiga hay montañas por donde camina. Así también para nosotros el suelo parece plano, aunque en realidad sea ovoide y se mueva. 
Está el cuento de la mariposa que nació en día lluvioso y no podía salir a volar por los campos. El mundo es un lugar triste, dijo, hablando sola. Una tortuga que estaba cerca le dijo que también habían días soleados. Pero la mariposa murió sin ver días soleados. 
Así podemos pensar que la evolución de las cosas tiene una dirección. Pero puede que Dios quiso que hubiese mal y bien, días soleados y otros lluviosos, en una mezcla de tiempo lineal y el tiempo circular de la eterna repetición de lo mismo, quién sabe. 
Por eso, para el cristiano, la actitud de Job es clave: no sabemos, pero “Dios sabe lo que hace”. 
Por eso la señal de una persona peligrosa es que piensa que sabe.

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El lector puede consultar también otras de mis reflexiones sobre esta época del año litúrgico con una búsqueda a través de la etiqueta o "label" de "Adviento".


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