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Domingo 32, Tiempo Ordinario, ciclo B

Viñeta del evangelio del domingo 32 Ordinario B
El artista Cerezo representa a un escriba encorbatado
en el episodio del óbolo de la viuda

La primera lectura está tomada del Libro Primero de los Reyes, capítulo 17, versículos 10 al 16. Cuenta el episodio de la historia del profeta Elías, cuando llegando a Sarepta se encontró una viuda recogiendo leña a la entrada de la ciudad. Entonces le pidió que le trajera agua en un jarro y cuando ella salió a buscarla, le gritó desde lejos que le trajera pan. 
La viuda entonces le dice que no tiene pan, nada, que estaba recogiendo leña para hacerse una última torta de pan con la poca harina y con el poco de aceite que le queda, para entonces tirarse al suelo con su hijo y morir. 
Elías le asegura que no será así, que Dios hará que la botija de aceite y el recipiente de harina estén siempre llenos hasta que pase la sequía que causa tal hambruna.
Parece que Dios dará ese beneficio a causa de la conducta de la viuda. Y así es como sucede.

El salmo responsorial enuncia el tema de las viudas necesitadas. Dios hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. Y sustenta al huérfano y a la viuda. Dios se acuerda de los necesitados, no los olvida, no los abandona.

La segunda lectura está tomada de la Carta a los Hebreos, capítulo 9, versículos 24 al 28. Continúa la lectura de los domingos recientes del Tiempo Ordinario. Hebreos subraya el sacerdocio de Jesús, que le hace mediador de la nueva Alianza. Cristo murió una vez y para siempre, sin que tenga que repetirse su sacrificio, como sucedía con los sacrificios del templo de Jerusalén. De igual manera que la muerte de un ser humano se da una sola vez, así también la muerte de Cristo, por la que quedaron quitados los pecados de “la multitud”.


La tercera lectura, el evangelio de hoy, continúa la lectura del evangelio de San Marcos, en el capítulo 12, versículos 38-44. Presenta dos pasajes, uno sobre los escribas y otro sobre el ejemplo de una viuda.
En los primeros versículos del pasaje del evangelio de hoy Jesús denuncia a los escribas. Dice que disfrutan de vestirse con amplio ropaje y que les hagan reverencias y honores. Gustan de ocupar los primeros asientos y devoran los bienes de las viudas so pretexto de largos rezos. Por eso recibirán una sentencia más rigurosa en su momento.
En los versículos siguientes el pasaje anterior se enlaza con otro pasaje en que Jesús alude al ejemplo de una viuda pobre, que se sacrifica para dar de lo mismo que ella necesita.

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Jesús recordará el episodio de Elías y la viuda de Sarepta en el evangelio de Lucas 4:25, “Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón.”
¿Qué decir de todos los demás en Sarepta, los que murieron de hambre, y de los que la pasaron horrendamente mal, y de los que tuvieron que emigrar con zozobra para alejarse allí? 
Si un barco se hunde, los que sobreviven dan gracias a Dios. ¿Qué pasó con los que se ahogaron? ¿Dios no se acordó de ellos?
Es lo mismo que encontramos en el personaje de Job, y de Jesús en la cruz en su pasión sacerdotal. ¿Cómo es que Dios no se acuerda del inocente que sufre?

La viuda pudo comer durante la sequía porque Dios se acordó de ella. Pero no porque ella fue buena antes de que Dios le mandara su bendición. Se le envió la oportunidad y ella la aceptó, y pudo haberla rechazado.
La viuda, igual que la Virgen María, estuvo predestinada desde siempre, fue escogida por Dios para rendir un servicio de buena fe en el esquema (la economía) de la historia de la salvación. 

Igual que la Virgen ante el anuncio del ángel, la viuda pudo haber seguido la mentalidad del sentido común y reírse repudiando las pretensiones de Elías. Una feminista de nuestros tiempos sabe Dios cómo le habría respondido. 
Eso no significa que ahora hay que mofarse de las feministas o de los que usan el sentido común. Hay que estar atolondrado para esas mofas. Es que lo normal es usar el sentido común y despertar a la realidad del machismo. Mofarse de eso no es normal.

Al hablar de la viuda y de la Virgen que respondieron al llamado de Dios, notemos que no tenían obligación alguna y que estaban en todo su derecho si reaccionaban con sentido común, o con sensibilidad de mujer indignada ante las pretensiones del machismo. 

De la misma manera, hay que enfocar adecuadamente a los rebeldes que en el sufrimiento humano encuentran un argumento contundente contra la fe (los horrores de los campos de concentración, las masacres de inocentes). Su reacción es normal.

Igual que la Virgen, nosotros también hemos sido predestinados, llamados a la fe. Pero no por eso hemos de entender, como los escribas y fariseos, que somos superiores. 
Nuestra “sabiduría” es otra. No es la misma sabiduría de los judíos o de los griegos. La sabiduría del cristiano se dan en otro contexto, el de la inseguridad de la existencia vivida, experimentada. No es una fe que se piensa. No depende de unas restricciones legales para demostrarla. Es una sabiduría viva.

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Los escribas eran los que sabían escribir en aquella sociedad agrícola, en que para la vida diaria no había necesidad de saber leer y escribir. Pero Jesús los describe como gente importante, y con dinero (no es lo mismo ser importante, que tener dinero).
Uno puede pensar que entonces se recurría a los escribas para asuntos importantes que sólo ellos podían resolver. En su trabajo servían de secretarios para los ricos y los poderosos, para transacciones a veces delicadas. Por eso podían chantajear a sus patronos. Y también tenían una red de conocidos que les convertía en personajes de influencia. Podían ser potentes cabilderos. 

Las viudas por su parte estaban entre los más pobres. Era una sociedad en que la mujer sólo cumplía el papel de esposa y madre. Si el marido moría y los hijos ya estaban criados, no había uso para ella. Tenía que depender de sus familiares. Para los efectos vivían de la caridad de los familiares y vecinos, como todavía sucede. 
De seguro hubo casos de viudas que no habían tenido hijos o de que se quedaron sin familiares y sin la simpatía de sus vecinos. Hubo casos de viudas literalmente desamparadas.

Basándonos solamente en el pasaje del evangelio hoy, parece que las viudas iban a los escribas para pedirles rezos y otros favores. Los escribas entonces les iban sacando, les iban “comiendo”, el poco dinero que tenían.
Cuando Jesús vio aquella viuda en particular que echó dos monedas en el arca de las ofrendas, la elogió porque su desprendimiento tuvo mayor valor que el de todos los demás que fueron a dar ofrendas. 

Así, en este episodio están los escribas a un lado y al otro lado, las viudas. 
Los escribas recuerdan esos predicadores que pareciera que sólo piensan en cómo sacarle dinero a la gente. Las viudas, tan necesitadas de apoyo emocional, son víctimas fáciles de tales individuos. Hay bastantes ejemplos de esto.
Está el pastor que se presentó a una entrevista de televisión con un reloj de oro y cadenas de oro y una sortija con un diamante, muy bien vestido y encorbatado. Cuando el presentador (Bill Maher) le cuestionó, él dijo que así era como había que vestir para que la gente lo respetara. ¿No recuerda esto a la razón para que los clérigos, obispos y cardenales se convirtieran en príncipes? Para que se le reconociera autoridad había que darle rango a la vista del pueblo y de los otros príncipes.
Está el caso de los secretarios de los papas que inicialmente eran diáconos. Pero cuando los papas se embarcaron en el camino de la política internacional (con criterios que no eran cristianos) se encontraron que los príncipes no respetaban a los diáconos que enviaban como embajadores. Por eso necesitaron que sus embajadores fueran al menos obispos y de ahí nació eso de ver al obispo, no como un pastor, sino como un funcionario institucional, como alguien con un rango militar.
Los obispos y cardenales llegaron a vestir con los mismos atuendos de condes, duques y marqueses, con capas de armiño y todo. Imagínese un campesino que alcanza el derecho a vestirse como el marqués de la comarca. ¿Quién paga eso? Los mismos campesinos con sus diezmos. Igual que hoy día los feligreses con sus diezmos mantienen el estilo de vida del obispo y del párroco y del pastor.
¿Quién sabe cómo se gasta el dinero de una parroquia, de una diócesis? ¿Se rinden cuentas? Se piden fondos para estructuras, ¿Se sabe cómo se gastan? Se hacen campañas para socorrer a los pobres. ¿Cuánto se gasta en qué y en qué?
Hoy por hoy se sabe que los organismos internacionales más corruptos no son las multinacionales, sino los organismos de ayuda humanitaria. Tal fue el caso del escándalo de socorro a los haitianos en años recientes. Se enviaron cientos de miles de dólares para hacer casas y luego al pasar revista no se sabía en qué se había gastado el dinero.
Finalmente, volvamos a enfocar en la viuda del pasaje del evangelio. ¿Significa que la viuda pierde su tiempo miserablemente con su sacrificio? Da de lo que le falta y no se da cuenta de que los mercaderes del templo, en este caso los escribas, lo que hacen es chupando de ella.
Pero Jesús lo sabía y quién sabe si ella lo sabía. Hoy día sabemos que el dinero que ponemos en la cesta del diezmo también contribuye a esas vestimentas caras y vistosas de los curas, los reverendos, los pastores. ¿Cuánto costará una sotana, sin entrar en lo que vale un cáliz, una casulla? ¿Cuántos pueden irse de vacaciones una vez al año a la manera de muchos sacerdotes? Pero la gente sigue poniendo su donativo todos los domingos, a veces por puro cargo de conciencia. Mientras más pecadores y pudientes, más donan. Eso lo saben los clérigos sin escrúpulos. Lo saben los que se criaron como campesinos y ahora tienen el placer de esquilmar a los ricos.
Jesús no se ocupa de eso. No subraya lo que van a hacer los escribas con el dinero, si para sí mismos o para los demás. Subraya más bien el gesto de la viuda. La viuda da el dinerito y allá los escribas con su responsabilidad. 
“Haz bien y no mires a quién.” El drogadicto pide ayuda para comprarse su droga o para comprar bebida para su alcoholismo. ¿Quién soy yo para juzgarlo? Lo que importa es que le ayude, que no me quede centrado en mi egoísmo y avaricia. Hay que ser generoso en perdonar y en dar limosna. Es lo que se menciona en los evangelios. Jesús no habla del aborto, pero sí habla del perdón y la limosna.

Aparte de eso, si pensamos en el mendigo alcohólico y en el zarrapastroso drogadicto como unos enfermos, entonces quizás podremos animarnos para organizar algo para ayudarles médicamente, antes que condenarlos según las leyes y “la justicia”.


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