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Domingo 15, Tiempo Ordinario, Ciclo C -- El Buen Samaritano

Cuando tomé esta foto, parecía mujer. Luego, no estoy tan seguro.

Primera Lectura
Dt 30,10-14. Escucha la voz del Señor, tu Dios, dice Moisés. (En cierto modo todo los seres humanos estamos “a la escucha de Dios”.) ¿Cómo escuchar la voz de Dios? “…guardando sus preceptos…lo que está escrito en…la ley,” dice Moisés, “conviértete al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma”.
El precepto que Dios manda no es algo extraño, “no es cosa que te exceda ni [es] inalcanzable”. El mandamiento de Dios está muy cerca de nosotros, en nuestro corazón y en nuestra boca.

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La Palabra de Dios está en nuestro corazón, en nuestro interior. Nos acompaña en nuestra peregrinación, constantemente.
En la traducción del Deuteronomio que usamos en la liturgia de hoy, en vez de decir “la Palabra”, dice “el mandamiento de Dios”. La Biblia de Jerusalén en la traducción de este mismo pasaje pone “Palabra”. 
El traductor de la versión que se usa hoy en la liturgia de seguro pensó que cuadraba mejor “mandamiento”, ya que está hablando de la Ley de Moisés y sus indicaciones (preceptos) específicas. 
Visto de ese modo, el pasaje está diciendo que la Ley no es algo extraño, artificial, que viene de afuera, traído por los pelos por así decir. La Ley no es algo impuesto desde afuera, sino que responde a nuestro íntimo sentido de lo correcto, del “mandamiento” que está muy cerca de nosotros, en nuestro corazón y en nuestros labios. 


Salmo responsorial
Hoy el comité de liturgia de la parroquia puede escoger entre dos pasajes de salmos.

Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37. 
Estos versículos expresan la oración de uno que se siente golpeado por la adversidad y se mantiene confiado en Dios. Probablemente corresponde a la época del Cautiverio en Babilonia, lo que conjeturamos cuando dice, “el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos”; “reconstruirá las ciudades de Judá”. Este salmo nos lo apropiamos en términos de las situaciones desesperadas, cuando confiamos que para Dios nada es imposible.

Sal 18,8.9.10.11.
Estos versículos son una alabanza de la Ley. La ley del Señor es perfecta y alegra el corazón, es descanso del alma, da luz a los ojos. Los mandatos (preceptos) del Señor son más preciosos que el oro y más dulce que la miel. 


Segunda Lectura
Colosenses 1,15-20. Como Pablo no conoció a Jesús en vida, habla de Cristo, imagen de Dios. Tiene presente que lo conocemos a través de los ojos de la fe. Igual, nosotros. 
Los apóstoles compartieron con Jesús en vida. Pero aun compartiendo la mesa con él no podía ser fácil “verlo”. Desde la intimidad de la fe llegamos a ver a Jesús. En cierto modo eso fue más fácil después de su muerte en cruz. Por eso Pablo habla más directamente de nuestra experiencia de fe, porque no lo conoció en vida. 
Todo fue creado por medio de él, por él y para él y todo se mantiene en él, nos dice Pablo. Él es el primer nacido de todo lo creado y es también el primer nacido de entre los muertos. Dios quiso que en él residiera toda la plenitud y por él reconcilió consigo a todos los seres.
Cristo es la cabeza del cuerpo de la Iglesia e hizo la paz entre todos y Dios, por la sangre derramada en la cruz. 

De esa manera Pablo vuelve a expresar lo que es la Ley para los cristianos, lo que es el “Nuevo Testamento”, o el Nuevo Pacto. 
En el “Antiguo Pacto” Dios se comprometió a ser el protector de los hebreos, al modo con que un hombre asume obligaciones con una esposa. De igual manera el pueblo (la esposa) debía serle fiel mediante el cumplimiento de los mandamientos. Si el pueblo no cumplía los mandamientos, Dios lo abandonaba y caían en manos de los enemigos. Era un pacto; si uno cumplía, el otro estaba obligado y si no cumplía, el otro ya no tenía obligación. 
Pero con Cristo ya no hay obligación de las partes, porque el sacrificio de la cruz eliminó la necesidad de que haya un pacto. Cristo para los efectos nos incorporó a todos en la cruz; él es la cabeza y nosotros somos su cuerpo. No se necesita nada más.


Tercera Lectura
Lc 10,25-37. El pasaje del evangelio de hoy narra la parábola del Buen Samaritano en el contexto de la pregunta de un letrado, un estudioso de la Ley, sobre qué hay que hacer para llegar al cielo.
“Cumplir la ley,” hubiera sido la respuesta que el letrado esperaba de Jesús. Quizás ya él sabía que Jesús no pensaba de esa manera. Querría, quién sabe, saber más de la posición de Jesús.
La respuesta de Jesús no necesariamente niega que haya que cumplir la ley, sino que podría ir dirigida a cómo vivir según la ley. A la pregunta del letrado sobre qué dice la ley, Jesús contesta, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.”
¿Quién es mi prójimo?, pregunta el letrado y esto da pie a la parábola. 
Jesús habla de un hombre atacado por unos asaltantes que lo dejan medio muerto. Entonces pasan un sacerdote, luego un levita, y siguen de largo. Pero llega un samaritano que lo recoge y lo salva. ¿Quién se portó como alguien que es un prójimo?, pregunta Jesús en otras palabras.
El letrado contesta, “El que practicó misericordia”. 

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Amar al prójimo es ponerse en los zapatos del otro, entenderlo, tratarlo de acuerdo a esa comprensión. Y sabemos que comprender, comprender, eso nunca se da del todo. Por eso a los que tienen los pies en tierra ni se les ocurre tratar a los demás con soberbia, de manera “farisaica”.
La contestación espontánea a la parábola deriva del sentido íntimo de decencia que se supone tiene cada uno. No se necesita ser cristiano para saber que dejar a un desgraciado de lado mientras se prosigue para no buscarse complicaciones es algo que no está bien. Cuando la Ley es auténtica nos parece simple sentido común. Es porque la Ley, la Palabra, va acompañando nuestra vida en nuestro corazón.
Si el sentido de decencia es universal, ¿cómo decir que ser un buen prójimo es algo específicamente mosaico, luego cristiano? 
Podemos decir que el sentido de decencia es universal, pero es como los instintos, que inclinan pero no obligan. Algunos tienen más sentido de simpatía con los demás y otros son fríos al punto de rayar en el autismo (los autistas no tienen sentido de cómo piensan los demás). Algunos son más comilones que otros, más mujeriegos que otros, más impulsivos que otros, así sucesivamente. Algunos no se pueden estar quietos y necesitan ayudar a todo el que se le cruce al frente. 
En alguna medida todos nos compadecemos del que cae en desgracia. Otra cosa es salir a ayudarlo. Algunos encuentran esto más fácil y otros no tanto. Un deambulante pide en la calle y algunos le dan limosna. ¿Qué tal llevarlo a casa, bañarlo, darle ropa para que se ponga, zapatos y comida, curarle las llagas y darle medicina para el camino? 
Es más fácil ir al templo que rescatar a ese pobre infeliz. Es más fácil indignarse ante los pecados de los gobiernos (sobre todo si tienen que ver con sexo) que organizar y montar albergues para los necesitados. 
Esa es la diferencia que representa la ley mosaica: evitar hacerle daño al prójimo. Y la diferencia de la actitud cristiana: hay que salir a dar socorro a los necesitados.





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