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Domingo 17, Tiempo Ordinario, Ciclo C

Antônio Parreiras - Súplica

Primera Lectura
Génesis 18,20-32. Continúa la lectura del domingo anterior. En el versículo 18,16 antes del comienzo de la lectura de hoy los (tres) hombres se levantan (esta vez no especifica cuántos eran) para seguir su camino, en dirección de Sodoma. Abrahán les acompaña para despedirlos al salir. 
En este momento de despedida, Dios habla como una persona, no como tres individuos. “El clamor de Sodoma es grande y su pecado gravísimo,” le dice a Abrahán, “Ea, voy a bajar personalmente”. Va a investigar las acusaciones contra Sodoma y Gomorra. 
“Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abrahán permanecía parado delante de Yahvé.” Se ve que es un pasaje difícil de interpretar.
A continuación Abrahán corre y alcanza el grupo. En el resto de la lectura de hoy Abrahán se dedica a regatear con Dios a la manera árabe, pidiéndole que no destruya la ciudad si al menos encuentra algunos hombres justos (buenos) en ella. De esa manera va logrando que Dios acepte reducir el requisito de la cantidad de justos. Al comienzo Dios acepta que si encuentra cincuenta justos, no castigará la ciudad. Al final acepta que con encontrar diez es suficiente. “Partió Yahvé así que hubo acabado de conversar con Abrahán y éste se volvió a su lugar”. 


Como en el domingo anterior se dan por sentado algunos elementos del escenario que nosotros desconocemos. La acción se desarrolla sobre un trasfondo de sobreentendidos. Quizás eso explica la confusión entre Dios y los tres hombres. 
También, podría ser que el autor quería subrayar la maldad de aquellas ciudades, si estaba escribiendo luego de la terrible destrucción que se dio allí. Si fueron destruidas (quizás fue un terremoto, o una erupción de tipo volcánica) los de aquella época lo habrían atribuido a un castigo terrible enviado por Dios. 
Aparte de lo anterior vemos que, como los profetas, Abrahán puede hablar con Dios como quien conversa con un amigo. 

Es posible que Abrahán y sus contemporáneos también sentían perplejidad ante las grandes catástrofes, preguntándose cómo Dios visitaba a los humanos de manera tan terrible. También ellos se preguntarían, quién sabe, cómo es que pagan justos por pecadores. La ciudad sería destruída y bajo las ruinas quedarían calcinados y desmembrados lo mismo pecadores y justos.
Si Abrahán mediante sus ruegos podía detener la mano vengadora de Dios, entonces la situación se invertía. Los malvados se salvarían gracias a la consideración de los justos.
Tiene sentido pensar que Abrahán simboliza el papel del héroe redentor. Si por las torpezas de un rey podía llegar la desgracia (Dios castigaba a los reyes y con ellos a todo el pueblo), también por un héroe podía venir la buena fortuna. 
Ciertamente aquí se anticipa el tema del pasaje del evangelio de hoy. Dios responde a nuestras oraciones. Su voluntad puede ser influenciada. Claro, en el caso de Sodoma y Gomorra la intervención de Abrahán no trajo resultado. Sería un modo de decir que allí no pagaron justos por pecadores; o quizás nueve justos sufrieron las consecuencias de que no apareciera el décimo.


Salmo responsorial
Salmo 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8. Los versículos de hoy son una alabanza de agradecimiento a Dios, que escucha la súplica de los humildes y de los necesitados.

Segunda Lectura
Colosenses 2,12-14. En esta segunda lectura continúa el texto de la segunda lectura del domingo pasado. Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo y con él hemos resucitado. Con su sacrificio redentor, Cristo borró y descartó nuestros pecados. 
Este pasaje se da en el contexto de echar a un lado los dictados de conducta según la ley de Moisés para anunciar la libertad cristiana que llega con la fe en Cristo. “Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en Cristo”. Nosotros también resucitamos a la vida, luego de pasar por la muerte de los pecados. 
“Pecado” es lo que la ley establece, según lo que subraya San Pablo. Para poner un ejemplo laico de hoy día: estacionarse en lugar prohibido por la ley del municipio es un delito. Cuando esa ley no existía, no había delito. La ley crea el delito. 
Lo que no está cubierto por la ley, no es pecado. Pecado es lo que la ley define, lo que la ley dice. Lo que la ley ignora, no es pecado. Si la ley dice que hay que apedrear a la adúltera, es pecado no dejarla con vida. Si la ley ignora al hombre adúltero, lo pasa por alto, su conducta no es pecaminosa. 
¿Hay que circuncidarse? Es una operación muy dolorosa. La ley ordena hacerlo. El judío que no lo haga, está en pecado grave. ¿Y los que no son judíos? Esa era la cuestión que surgía cuando Pablo predicaba a los “gentiles”. 
Casi podemos oír a los predicadores judíos. “Qué bonito, qué fácil, resulta muy conveniente para esos cristianos decir que no están obligados por lo que dice la ley. Así cualquiera dice que tiene fe, con tal de no tener que cumplir con la ley.”
Vemos así la ansiedad de Pablo para subrayar que la fe y el bautismo cristiano anulan los requisitos de la ley. Jesús es más que Moisés, es Dios mismo que vino a echar a un lado los reglamentos y las leyes. Esa es la autoridad con que Pablo y los cristianos se declaran libres de la ley.
¿Somos pecadores? Donde no hay ley, ya no hay pecado. 
Recordemos que Pablo se está expresando con un género literario, un vocabulario propio de los fariseos y los letrados. Es un vocabulario propio de los abogados. Es una problemática propia de un tribunal de justicia. Otra cosa es la noción de la maldad de la que hablamos en el diario vivir.
En la noción de la calle todos somos malos, porque todos cometemos errores y esos errores pueden llegar a costar caro a otros a nuestro alrededor. 
Entre tanto Pablo repite el mensaje de los evangelios. Dios ya no es el juez que castiga, sino el papá que comprende y perdona, que no necesita ningún otro motivo para amarnos, que el mero hecho de ser nuestro padre. Queda claro en la parábola del hijo pródigo.




Tercera Lectura
Lc 11,1-13. La tercera lectura de hoy continúa la lectura del evangelio de San Lucas. Recoge el tema de la oración, que estábamos viendo. Jesús se ha retirado a orar y los discípulos le piden que les enseñe a orar, “como Juan enseñó a sus discípulos”. A continuación Lucas pone una versión del Padre Nuestro seguida por otras anécdotas y dichos de Jesús. 
“Pedid y se os dará…porque quien pide, recibe,” les dice Jesús. Es lo que luego los teólogos llaman oración de petición. Si pedimos encarecidamente, hasta con impertinencia, Dios nos lo concederá, aunque sea para librarse de nuestra insistencia. Se trata de una imagen, claro. 
“Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

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¿Cómo sería que Juan enseñó a sus discípulos a orar? Uno se pregunta qué tendría de peculiar la manera de orar de Juan. También, esto quiere decir que los discípulos de Jesús hablan de los seguidores del Bautista como un grupo aparte que no está con ellos. Por eso pareciera que los discípulos de Juan no estaban allí, siguiendo a Jesús una vez que el Bautista hubiese muerto. Esto podría significar que los discípulos del Bautista se distanciaron de Jesús, cuando Juan mismo desde la cárcel mandó a identificarlo, porque no sabía quién era. Puede que sólo después de la muerte y resurrección los del Bautista se unieron a los primeros cristianos y así surgió la tradición del bautismo como una celebración cristiana. 

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Como en el caso de la primera lectura y la súplica de Abrahán, se nos dice que podemos lograr lo que le pidamos a Dios. 
Al terminar habla de pedir y recibir el Espíritu Santo, sin más referencia a las demás cosas que podríamos pedir. Esto no cuadra con el hilo de lo que venía diciendo Jesús. Puede que haya resultado de una preocupación entre los primeros cristianos al ver que unos tenían carismas y otros no. Alguien lo intercaló entonces aquí como una exhortación a pedir recibir carismas. Esto es una idea mía. 
Algo está claro, sí. Jesús nos dice que Dios es un Padre que nos ofrece su amor incondicional, porque somos sus hijos. Dios no está lejos; está cerca, junto a cada uno de nosotros. Se compadece de nuestras miserias y nos ofrece su apoyo. 
“¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?”, dice Jesús en el evangelio de hoy. Gracias a Jesús, nos podemos dirigir a Dios con la familiaridad con que podemos hablar con nuestro Padre.

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Han pasado siglos desde que Jesús llegó y pasó como “Dios con nosotros”. Todavía hoy día hay gran necesidad de él. Hay pobres, muy pobres, desesperadamente pobres, en el mismo corazón de las grandes ciudades, rodeados por la abundancia moderna. Hay pobres en los continentes olvidados y en los rincones desatendidos del planeta.
También hay enfermos y hay quienes padecen del hígado, el páncreas, las tiroides o el cerebro y sufren a causa de alguna disfunción química que impacta su calidad de vida. El cáncer afecta a otros y están los que sufren de condiciones congénitas.
Están los que tienen una vida complicada por adicciones como el cigarrillo, el ron, otras sustancias reguladas por ley. Y siempre están los que sufren por los enredos naturales en que se desenvuelve toda vida humana. 
Toda vida sobre el planeta es frágil. Hay accidentes y así algunos quedan cojos, pierden un ojo, una mano. Por una tontería muere un hijo en la flor de la juventud, así.
Sea en el mundo de la Judea de Jesús, como en el mundo de hoy, siempre hay necesidad de orar y de esperar el socorro de Dios.

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La tónica de nuestros tiempos, la mentalidad o el escenario de trasfondo que es el horizonte de nuestro tiempo, no corresponde al de una sociedad agrícola como la de la época de Jesús. No significa que nuestra mentalidad es mejor que la de ellos. 
La idea del progreso fue eso, una idea solamente. La idea del progreso prevaleció en los últimos trescientos a quinientos años en el contexto de los descubrimientos, los inventos y la actividad económica de los europeos. Luego, con la arqueología, la historia y las investigaciones anejas, nos hemos dado cuenta de esto, que “progreso” es sólo una idea. Tanto judíos, romanos y europeos representan modos de vivir equivalentes en términos cualitativos. 
Hemos caído en cuenta de que nuestro “progreso” (industria, comercio, vida urbana) ha estado destruyendo nuestro hábitat. Estamos destruyendo la biosfera al punto que se puede anticipar nuestra propia desaparición por falta de oxígeno, para comenzar. El oxígeno es sólo un ejemplo entre otros elementos indispensables que ya están desapareciendo. 
No es que esto sea el resultado de la ausencia del temor de Dios. Eso es sólo un factor y hay otros elementos que también contribuyeron al entusiasmo del “progreso”. Nuestro cerebro salta a conclusiones rápidas de manera natural, porque eso nos permitió decidir frente a un ruido en la selva o una silueta que se mueve en la distancia. Saltar a conclusiones y reducir lo que vemos a una sola causa es algo natural, nos ayudó a sobrevivir. Hoy sabemos que no hay que simplificar.

Nos hemos dado cuenta de que el mismo cristianismo está a la raíz de la idea del progreso. 
En el mundo griego y romano el tiempo era circular, la eterna repetición de lo mismo. Las generaciones de los hombres son como las hojas de los árboles, dice Diómedes en La Ilíada, hace unos tres mil años. Todos los años los árboles florecen y echan hojas nuevas que brotan, crecen, se mueven con el viento, se marchitan y caen al suelo. En primavera comienza el ciclo de nuevo. El que hoy es un niño mañana será un padre con su niño y luego ese niño a su vez será un padre con su niño… Existe el destino, el inevitable ciclo de la naturaleza y de la vida. 
El cristianismo transformó, cambió esa idea. El tiempo judeocristiano es lineal, tiene un comienzo y tiene un fin. Ese final de los tiempos representa una perfección, la plenitud de los tiempos (Gálatas 4,4). El cambio histórico entre los griegos era una repetición de “más de lo mismo”; “lo mismo de todos los años”. A los griegos eso no los contrariaba. Era parte del ciclo natural, como desayunar todos los días y al final del día, acostarse, como todos los días. 
Para los cristianos el cambio histórico era cualitativo, o podía ser cualitativo gracias a la voluntad humana. Se podía pasar de una etapa inferior a una superior; el tiempo era lineal, no era repetitivo. Por eso la idea del progreso se dio “naturalmente” desde la mentalidad cristiana. El socialismo participa de la misma mentalidad, por eso socialistas y cristianos pueden darse la mano. 
No olvidemos que la realidad siempre es más complicada y más compleja que nuestras explicaciones, que por fuerza tienden a simplificar. 
En la Edad Media la sociedad siguió dentro del esquema del tiempo circular, sin que los europeos se dieran cuenta. Al faltar la jovialidad de las convicciones griegas y romanas, la eterna repetición se vio como una “fatalidad”. Este mundo se vio bajo una luz negativa. Con San Agustín se propagó el concepto de una realidad a dos dimensiones: la natural, y la sobrenatural. Habría “otro mundo”, el sobrenatural, el “más allá” de tipo platónico. Habría que “viajar”, “progresar” del aquí, al allá. 
Con el renacimiento y la modernidad los europeos comenzaron a vivir como si el “más allá” fuera menos importante ante la urgencia de perfeccionar este mundo, o al menos, vivir con más comodidad, digamos. El tiempo lineal como trasfondo a las inquietudes humanas afloró de esa manera. El cielo se podría construir “acá”.



Se puede decir que en la mentalidad de nuestro tiempo no hay necesidad de Dios, no hay espacio o lugar para Dios en el esquema de las cosas. En nuestros tiempos encontramos la manera de ganarle al “destino” mediante la tecnología y la ciencia. 
Rechazamos la vida, “este mundo”, algo que aprendimos con el cristianismo durante varios siglos. Antes invocábamos a Dios para que el destino cambiase. Ahora, buscamos soluciones con el recurso de las investigaciones y los laboratorios. Dios cambiaba el destino para nosotros. Ahora nosotros podemos cambiar el destino. En ambos casos no sentimos deseo de aceptar el mundo como lo encontramos. Se nos olvidó la sabiduría griega del “eterno retorno de lo mismo”.
Así, siempre estamos inconformes con el presente y dedicamos nuestros esfuerzos a lograr un futuro que sea otra cosa. Dios, quién sabe, uno de estos días ya no hará falta.  

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Ante la inmensidad del universo nos sentimos hormigas. Es lo mismo que pasa ante la inmensidad y la majestad de Dios. El equivalente de sentirnos hormigas es sentirnos incompetentes, torpes, imperfectos… pecadores. Ser cristiano lleva a despreciarse a uno mismo, en otras palabras. Los santos así lo han planteado, igual que los salmos. Ver salmo 8,5; salmo 144,3. En Hebreos 2,6-9 se recuerda esto mismo. Escoja usted su santo favorito, comenzando por Santa Rosa de Lima y encontrará este desprecio de sí mismo. Por eso algunos católicos conservadores cuestionan la noción de “humanismo cristiano”. Para ellos es una contradicción en los términos, un oxímoron.


Por contraste los griegos de la época clásica consideraban que la condición del humano era algo tan estimable, que los mismos dioses eran humanos. El sentido de lo humano estaba asociado con la dignidad, antes que la debilidad.¿Que si los humanos “padecían” de rasgos de carácter que llevaban a un destino particular? Los dioses también pasaban por eso y podían tener rasgos de carácter que podían ser virtudes y defectos a la vez. Ellos también estaban sujetos al orden del universo, un orden que ellos tampoco controlaban. 
Si amamos este mundo, aceptamos lo que este mundo ofrece. Juno es una esposa mandona, celosa y jeringa hasta más no poder, pero Zeus (Júpiter) sigue con ella sin jamás pensar repudiarla. Zeus obligó a Venus a casarse con Vulcano que es jorobado, cojo y feo. Por eso Venus cada vez que puede se va de paseo con Marte, que es guapo y fornido. Y así sucesivamente. Zeus no se cansa de Juno, ni Vulcano de Venus. La vida es interesante, vale la pena vivir.
Qué dioses más flojos, podrá decir alguien. Pero mírelo de otra manera, a la manera de ellos. Vivir en este mundo es algo tan magnífico y la condición del humano algo tan magnífico, que uno no querría vivir en ningún otro sitio. Los dioses gustan de vivir la vida, así como es, con sus luces y sombras. Los dioses no necesitan de otro mundo.
Esto es algo como el entusiasmo por algún proyecto. No vemos los sacrificios y sinsabores, cuando sentimos ilusión por alguna meta. Los griegos eran tan raros, que corrían en el estadio, sólo por la idea de llegar primero a la meta. Luego se ponían el premio de una corona de hojas de laurel, que cualquiera podía cortar en cualquier árbol por allí y que ya desde entonces se usaba para cocinar. Y al año siguiente, o tan pronto como a la hora siguiente, volvían a comenzar, a celebrar otra carrera hacia la misma meta. Ese es el deporte y el aspecto deportivo de la vida, que se quedó olvidado.
La vida está llena de sacrificios y sinsabores, como el entrenamiento para poder correr en una carrera en que de seguro uno no ganará. Pero como los atletas que van a competencias internacionales, ¡Qué orgullo poder decir que uno estuvo allí! Aunque uno haya llegado último en la carrera. 
Así los griegos amaban esta vida humana, sentían entusiasmo por la vida. Cuando no hay ilusión la vida es insoportable, cierto. Con el cristianismo medieval hemos pasado siglos maldiciendo “este mundo”, sin entusiasmo por la vida. 

Ensaye ahora el lector leer el siguiente pasaje en clave griega. “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su único hijo…” (Juan 3,16). Es decir, Dios consideró que este mundo era tan digno y bueno, como para hacerse humano él también. 

Claro, alguien podrá decir que uno puede amar al pecador porque quiere cambiarlo. Esa es una idea cristiana en tiempo lineal con insatisfacción con “esto” de ahora. Quiere decir que uno ama, no al de ahora, sino al que podría ser. Si el de ahora nunca llega a lo que podría ser (como el campeón malogrado) entonces no lo aceptamos, lo encontramos que ya no merece nuestro aprecio. Lo mandamos al infierno y decimos que es un pecador.
En el fondo eso que describo en el párrafo anterior no es auténtico cristianismo. El pasaje de Juan 3,16 tiene un sentido más apropiado, creo, si damos por sentado que Dios ama este mundo como es, al modo griego. Si él lo creó… y vio que era bueno (Génesis).
¿Adán y Eva lo echaron a perder? Cierto, los humanos intervenimos y complicamos las cosas, alteramos el orden. Caín mató a Abel porque fue víctima del pecado original. Si Adán y Eva no hubiesen pecado, Caín hubiese estado exento de celos asesinos. En el Génesis Caín fue condenado por Dios — porque ese era el modelo de un padre de aquel entonces, uno que castiga. Jesús nos vino a decir que eso no es así. Nos vino a decir que “Tanto amó Dios al mundo…”
Por eso Dios ama el mundo como es y nos ama como un padre ama a sus hijos. Nos ama, no por lo que podríamos llegar a ser, sino por lo que ya somos. Por eso nos escucha y no mira nuestros pecados.

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Siempre hay necesidad de rezar. Todos pasamos por situaciones desesperadas. Pero eso no quita que también busquemos soluciones por nuestra cuenta. 
Entre tanto tengamos fe que Dios es un Padre que nos escucha y nos da lo mejor a nosotros.



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