¡Resucitemos con él! Así se nos dice en diversas ocasiones en este tiempo pascual. Aprovecho para recomendar una versión en YouTube de la secuencia pascual, oprimir aquí (al principio aparecerán anuncios).
Pero en realidad, ya hemos resucitado con él. La mayoría de nosotros no nos dimos cuenta. Fue en el bautismo, el equivalente de la circuncisión judía. Mediante el bautismo fuimos incorporados al pueblo santo de Dios.
Claro, nuestra salvación no es algo mágico. El mago pronuncia un encantamiento y ¡zas!, se produce el milagro. Ya somos cristianos.
Esa era la mentalidad medieval, la mentalidad legalista que heredamos de los tiempos del Renacimiento. Por eso en España siempre quedaba la duda, cuando un judío se bautizaba por aquellos tiempos.
Por eso cristianos, cristianos de verdad, son los que se han encontrado con Cristo. Karl Rahner, el teólogo alemán, llegó a decir que en el futuro –hablaba de ahora, de nosotros– los verdaderos cristianos serían místicos. Pero un místico tampoco es alguien arrebatado; es alguien como Lutero, quizás con un vocabulario grosero, de temperamento impetuoso, pero… ya usted tiene el cuadro.
La celebración de cuaresma debe girar en torno al Resucitado, no al Crucificado.
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El cristianismo ha sobrevivido durante siglos con prácticas devocionales y litúrgicas separadas, por no decir desacertadas de ambos lados, en la liturgia y en las devociones privadas. Es lo que también encontramos en las variantes del cristianismo occidental, que también se quedaron con la obsesión con el Crucificado.
En la época de Lutero la experiencia de la fe ya no se asociaba a la misa y a la liturgia. Se asociaba a las devociones personales. Por eso fue que los «protestantes» se quedaron con la dimensión devocional, del encuentro personal con Cristo y no les hizo falta la oración pública de la Iglesia, la liturgia «sacramentalista», es decir, supersticiosa para la mentalidad moderna.
Pero en todo tiempo y lugar hubo la manera con que Dios llegó a todas esas personas que vivieron dentro de los esquemas del catolicismo romano tradicional, lo mismo que en los esquemas de las demás variantes del cristianismo. En los otros continentes también hubo desaciertos, como esta Madonna africana, que de africana sólo tiene el color de la piel.
Está el cuento del misionero que mandó a todas las mujeres de la aldea a taparse los senos. «Eso es como mandarnos a tapar la cara,» le dijeron. De seguro vieron el asunto de la misma manera que los occidentales vemos a las mujeres totalmente tapadas entre algunas tribus del desierto.
A pesar de esa especie de colonización mental Cristo llegó a muchas de esas personas en esos mundos más allá de Europa. En el siglo veinte, sin embargo, nos dimos cuenta de eso, que era una colonización mental. No hay que pensar a la europea para ser cristiano.
Para comenzar, Cristo no fue europeo, sino judío. Todavía nos cuesta trabajo quitarle el ropaje europeo –de las imágenes de ojos claros y pelo rubio, por ejemplo– al Señor para verlo en un contexto judío.
Ese es el reto que tiene el cristianismo y el catolicismo desde mediados de siglo veinte. Hay que desvestir nuestra fe, quitarle el ropaje occidental y encontrarnos con la verdad desnuda debajo del ropaje. Sólo de esa manera seremos justos también con los que no son occidentales, al permitirles a ellos mismos revestir la fe en sus propios términos. Hemos de reencontrarnos con el evangelio original, en la medida que se pueda.
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Un aparte: esto es algo que los seguidores de Frantz Fannon no visualizaron. La revolución tenía que seguir los lineamientos establecidos por el Kremlin, o por el patrón de los cubanos, así. No había tal cosa como «revolución» con apellido, porque se veía la revolución en términos absolutos, sólo que esto a su vez implicaba, sin decirlo, la manera de llevar y entender la revolución por los inteligentes de Moscú, o de la Habana. El Ché hablaba del «hombre nuevo» (quizás recordando a San Pablo). Pero en Cuba perseguían a los homosexuales y no creían en la liberación femenina, ya en boga para entonces. Y estaban pendiente de lo que pensaban en Moscú, como acá estamos pendientes de Washington.
Ese fue el pequeño error en el pensar de los seguidores de Paolo Freire y la «educación para la libertad». El campesino debía ser guiado a pensar por cuenta propia, pero para desembocar en una manera de pensar ya establecida de antemano.
Hablo de los seguidores según los he conocido, porque no soy experto en el pensamiento de Fannon y/o Freire.
La verdadera liberación es la que deja el futuro abierto a la persona, como Dios hace con nosotros. Esa es la verdadera libertad de la amada, para el amante.
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Como señaló Karl Popper, hay un conflicto intrínseco entre la libertad y la justicia. La justicia requiere orden y autoridad en la sociedad, para poder lograrse. Para lograr una sociedad justa hay que imponer eso, orden, autoridad. Eso implica coartar libertades.
Por esa razón hemos de admitir que la sociedad ideal no existe, ni puede existir. Lo que uno sí puede ponerse como meta es lograr un justo balance. Por eso fue que Winston Churchill dijo algo así como, «La democracia es un sistema malo. Pero es el mejor que conocemos».
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