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Domingo 6º del Tiempo Ordinario, Ciclo B

 


El tema de este domingo es la curación de un leproso

La primera lectura para este domingo está tomada del Levítico 13,1-2.44-46. El pasaje describe cómo debían manejarse los casos de personas con lepra. Si a alguien le sale una erupción en la piel se presentará al sacerdote para ser examinado. El pasaje de la lectura de hoy omite el procedimiento para examinar a la persona y salta directamente al versículo 44: «Se trata de un hombre con lepra: es impuro.» Entonces, continúa la lectura de hoy, «andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.» 

Al estar también nosotros en medio de una epidemia podemos entender el miedo al contagio que motivó el trato a los leprosos desde tiempos remotos. En otros lugares del Levítico y el Deuteronomio hasta se dispone cómo determinar si las manchas que podían aparecer en la ropa y en las paredes pudieran corresponder a lepra. 

Nos dicen los médicos hoy que la descripción de la «lepra» en los capítulos 13 y 14 del Levítico en realidad es de psoriasis. Pero de todos modos lo que aquí interesa es el concepto, la idea, que se tenía de una persona enferma, al punto que había que separarla del grupo. Esto es algo análogo al planteamiento del Jesús histórico y el Jesús de nuestra fe. Lo que importa sobre todo es el Jesús de la fe. Si vamos a la historia, es para entender mejor nuestra fe. Pero volvamos a los «leprosos» del Levítico.

Lo que preocupaba no era la enfermedad como tal, sino «la impureza». La persona se marginaba, no por el peligro del contagio, sino por su condición de impureza. Es algo análogo al caso de la mujer en los días de su menstruación. En los días de la regla mensual, la mujer se consideraba impura (por razón del flujo de sangre, siendo la sangre sagrada). En esos días debía separarse del resto del grupo y ni tan siquiera podía cocinar, por ejemplo, porque todo lo que entrara en contacto con ella se volvía impuro. Ver el capítulo 15 del Levítico, los detalles de los extremos de las ideas que se tenían al respecto. Al terminar los días de su regla mensual, la mujer entonces debía presentar dos tórtolas para ser sacrificadas por el sacerdote, «[Ella] tomará para sí dos tórtolas o dos pichones y los presentará al sacerdote a la entrada de la Tienda del Encuentro. El sacerdote los ofrecerá uno como sacrificio por el pecado, el otro como holocausto; y hará expiación por ella ante Yahveh por la impureza de su flujo» (Lev 15,29-30).

Ahí notamos que la mujer es marginada y considerada seriamente impura, pero no por ser contagiosa. Las mismas medidas, por cierto, aplican al hombre que tuviera flujo (como en la gonorrea). 

  1. Por tanto, el enfoque no es en la persona como enferma, sino en la persona dentro de la condición de impureza.
  2. La impureza es algo independiente de la persona en su voluntad y pensamientos; es también algo transitorio que va y viene.
  3. Para la persona que ya no está en la condición de impureza hay unos rituales de purificación y satisfacción ante el Santuario, una vez pasa la afección.
  4. Nótese que la impureza se asocia a la noción de pecado, por lo que se ofrece una de las dos  tórtolas en el caso de la mujer; mientras que en el caso de la «lepra» la purificación implica un ritual más elaborado pero siempre dentro del mismo concepto. Ver Levítico 14,13.19. 

Nuestra noción de pecado es subjetiva, personal. Es porque somos modernos; en la modernidad prima la idea de que somos como unas mentes espirituales que habitan un cuerpo material. «Yo soy una cosa que piensa,» dijo René Descartes en su momento (siglo 17).

Pero los antiguos –griegos, babilonios, israelitas, suma y sigue– no pensaban de la misma manera. Los dioses eran caprichosos, como la naturaleza misma. Lo inesperado siempre estaba a la vuelta de la esquina. Tal fue el caso de Job, como vimos el domingo pasado. Hoy estás bien; mañana puedes tener tiña en la piel, o un flujo de sangre. Lo mismo pasa hoy día, si vamos a ver. 

Esa tiña, ese flujo, son evidencia de que el mundo no está bien. Quizás ese es el pecado del que hablan junto a la noción de impureza. Aquí conjeturo yo; quién sabe cuál era el empate que ellos establecían, que estoy seguro ha sido esclarecido por los estudiosos. 

Entonces, aparecerá Jesús en ese contexto. Sus curaciones son señal de que tiene autoridad sobre el orden de las cosas. Jesús vino a poner orden. Por eso exorciza, echa fuera los demonios. Eso es señal de que «el pecado» ya no tiene poder. 

Subrayo que se note, que «pecado» e «impureza» aquí no tienen que ver, ni con enfermedad contagiosa, ni con culpabilidad personal, moral. 

Confieso mi limitación. Aquí habría que investigar el sentido de pecado e impureza entre los israelitas, además de la conexión de eso con la idea de los demonios.


El salmo responsorial canta los versos del salmo 31,1-2.5.11. «Dichoso el que está absuelto de su culpa,» cantamos. De esa manera evocamos la alegría de la salvación que anuncia Jesús. «Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero»


La segunda lectura continúa la primera carta de San Pablo a los Corintios 10,31-11,1. «Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.» Pablo nos exhorta a estar imbuidos de un solo sentir, «no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven». Nos exhorta a seguir a Cristo, pensando más en los demás, que en nosotros mismos. Entre todos los cristianos debe imperar la conciliación y la hermandad, a pesar de las diferencias naturales que tienen que haber entre todos. 

El evangelio de hoy está tomado de Marcos 1,40-45. Un leproso se acerca a Jesús y le pide que lo cure. Se arrodilla y le dice, «Si quieres, puedes limpiarme.» Entonces Jesús siente lástima y le toca diciéndole, «Quiero: queda limpio.» Y al momento queda sano. Entonces Jesús añade, «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Es lo que dispone el Levítico en el capítulo siguiente al de la primera lectura de hoy. 

Pero el leproso, ahora sano, no puede contenerse y se lo cuenta a todo el mundo y se corre la noticia y por eso mucha gente viene a buscar a Jesús, que, curiosamente, se aleja huyendo de ellos, «al descampado», es decir, a las soledades.

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La lepra en tiempos de Jesús y el SIDA hoy día, lo mismo que el COVID, son afecciones que no tienen que ver con la condición moral de la persona. Son cosas que pasan independientemente de nuestra voluntad, como la regla mensual femenina de la menstruación. Los israelitas pensaban lo mismo, según nos aseguran los estudiosos, tanto del lado cristiano, como del lado rabínico. 

Sólo que el sentido bíblico de las afecciones de la piel, como también tantas otras afecciones (haber nacido con cierta imperfección, por ejemplo) lleva a ver estas cosas como resultado de la intervención del mal en el mundo, del demonio\los demonios. De esa manera estas afecciones (ser gago, ser bizco, ser cojo, descubrirse con gonorrea, así sucesivamente) no se ven como enfermedades, sino como «impurezas». La mujer no es moralmente culpable de tener la regla mensual, pero es un hecho –según la Ley, y los rabinos– que en esos días está «impura». El remedio es el mismo: se le indica lo mismo que al «leproso», que deba estar separada de los demás y que todo el que la toque incurrirá impureza también. Por eso no puede cocinar durante esos días, porque la comida será «impura». Que la mujer tenga que padecer eso, según la mirada bíblica, es resultado del mal en el mundo, como apuntado.

De esa manera la impureza está asociada al pecado, pero no como una falta moral personal. En ese sentido, cuando Jesús aparece curando la lepra y en el caso de la mujer que padecía un flujo de sangre durante años, está señalando el fin del sometimiento humano a los demonios que promueven el alejamiento de Dios y que promueven la impureza. 

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En el pasaje del evangelio de hoy continuamos viendo el anuncio de la llegada del Reino mediante las curaciones que efectúa Jesús en su recorrido por Galilea. 

  1. Nos dice la Biblia de Jerusalén en su nota al calce a Marcos 1,41 que los estudiosos conjeturan que hubo una narración más antigua, que sirvió de base al pasaje del evangelio de hoy. Es que los leprosos no circulaban libremente por Galilea, según lo dispuesto en el Levítico, como en el pasaje de la primera lectura de hoy. 
      • Según la versión más antigua –nos dice la nota al calce– Jesús se habría rehusado a curar al leproso y lo habría regañado por andar mezclado entre la gente normal. Marcos aparentemente «completa» o «corrige» esa versión al decir que Jesús se compadeció del leproso y entonces lo tocó. «Sintió lástima de él», dice Marcos. 
  1. Pero parece que Jesús no quería que el curado le dijera a los sacerdotes que se había curado gracias a la fuerza del Espíritu que tenía Jesús. 
    1. Quizás, quién sabe, era porque el leproso estaba violando la ley, al entremezclarse con la gente para llegar hasta Jesús. Eso hubiera querido decir entonces que Jesús hubiera sido cómplice en su delito. 
      • Esto no tiene lógica, pero el vulgo no razona con buena lógica al momento de las habladurías, sobre todo si no les consta que Jesús fuera la causa de la curación. 
    1. También está el hecho de que Jesús lo tocó para curarlo. 
      • Tocar a un leproso implicaba incurrir en impureza.
      • Eso explicaría el relato original en que Jesús se rehusó a curar al leproso y lo regañó.
      • Y también podría explicar que Jesús no quería que el leproso contara lo sucedido: Jesús lo había tocado y Jesús así incurrió en impureza. 
      • Esto, por cierto, también explica el relato de la mujer que padecía un flujo de sangre (probablemente cáncer) y que se dijo a sí misma que con tocarle la orla de su manto sería suficiente para curarse. Ella no podía esperar que él la tocara, ya que según la Ley era impura por el flujo de sangre (Marcos 5,30). 


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Los milagros que Jesús realizó, como la curación de este leproso, dependen de que nosotros tengamos una gran fe en Jesús. Pero también dependen de que tengamos los pies bien en tierra. ¿Para qué pedir sanación si uno no le tiene tanto amor a este mundo? Si quieres sanarte es porque deseas vivir como se supone que uno viva. Se supone que uno está para vivir aquí, en este mundo. 

Y eso es lo mismo que quiso Dios al crear el mundo, que vivamos y disfrutemos de este mundo. Eso también es lo que ponen en evidencia los milagros de Jesús. 

El mundo no está como Dios lo propuso con su creación. Ese es el mal, que las cosas no marchen como deben ser. Una evidencia del mal son las enfermedades. Entonces Jesús cura, siempre que tengamos ese inmenso deseo de que las cosas corran como se supone que corran, como se supone que sean. Las curaciones son señal de la llegada del momento en que Dios interviene con la historia. Ha llegado el Reino de Dios. 


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