El tema de este domingo es Jesús, que viene a curar nuestras heridas
La primera lectura para este domingo está tomada del libro de Job 7,1-4.6-7. Recordemos la historia de Job. Era un hombre rico, dueño de terrenos y ganados. También tenía una bella familia con muchos hijos. Para los efectos representaba el hombre feliz. Había sido premiado por ser una buena persona, por haber practicado y haber vivido en el temor de Dios. Entonces vino Satán y se le presentó a Dios y le dijo (en otras palabras), «Así cualquiera teme a Dios y se mantiene haciendo el bien, cuando todo le va bien en la vida. Cuánto te apuesto a que si me dejas hundirlo en la desgracia te maldice».
Vale apuntar que la palabra «Satanás» en el libro de Job equivale al «ángel acusador», o al «ángel haciendo funciones de fiscal del pueblo». De esa manera se está diciendo que Satanás no es otro que Dios mismo, que se decide a poner a prueba la fidelidad de Job.
Efectivamente, los rebaños de Job se enferman y mueren; algo parecido sucede con sus hijos e hijas; en una palabra, cae en la desgracia. Entonces, para colmo, Job se enferma y se le desarrolla un padecimiento de la piel parecido, parece, a la lepra. Pronto se ve rechazado por todos y tiene que irse a vivir al muladar.
Valga apuntar también que esto ha sido una costumbre en todos los pueblos: aislar a los enfermos porque pueden contagiar a uno, además de que los enfermos apestan.
En ese contexto podemos apreciar a Jesús el que vino a curar a los enfermos, que no tuvo reparo en tocar, sanar a los que acudieron a él.
Y en ese contexto es que se nos da la primera lectura de hoy. Job se lamenta de su vida miserable. Piensa que los días del ser humano son como los del que «está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero». Sus días son un tormento continuo, como los de un esclavo que no tiene soberanía sobre su vida. Así es como se siente más de un enfermo. Por eso, «al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba». Los días pasan veloces y van pasando sin que llegue el remedio, sin que haya esperanza de algo mejor. «Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha,» le dice Job a Dios.
Es como pedir que termine de matarlo. ¿Para qué venir al mundo durante un breve espacio de tiempo, si uno no puede disfrutarlo? ¿Para qué vivir? Si eso lo puede decir uno que está sano, con más razón lo dirá uno en la situación de Job. Qué tal los que están hundidos en la pobreza, la miseria, desde que nacen.
Uno puede pensar que este es también el panorama en que vive un enfermo terminal en un hospital, ya frente al momento en que la enfermedad terminará con él.
Pero en cierto modo esto somos todos nosotros. Desde que nacemos ya estamos viviendo de cara a la muerte.
En algún lugar de sus escritos Unamuno tiene una observación sobre la resurrección de Lázaro. Imagínese usted: se murió y ahora lo despiertan para seguir viviendo en medio de las mismas vainas de este mundo.
Es como el que dijo que le gustaría que su perro fuese con él al cielo, pero no la suegra. Pues bien; como veremos en el evangelio de hoy, Jesús le curó la suegra a Pedro.
Por siglos el cristianismo ha servido de excusa para repudiar «este mundo» a favor del «paraíso». Pero los judíos no pensaban así. Jesús, judío al fin, no pensaba así.
Hay que darle la vuelta a este asunto, es decir, pensarlo.
El salmo responsorial canta los versos del salmo 146,1-2.3-4.5-6. Cantamos al Señor, que sana los corazones destrozados. Es que Dios «venda sus heridas [nuestras heridas]. Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre».
Queremos decir, Dios lleva cuenta de cada átomo del universo, de cada una de las estrellas. Con mayor razón Dios se acuerda de cada uno de nosotros. «Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida.»
¿Es que hay dos mundos, el de Dios y el de nosotros?
Eso es lo que llevó a muchos en la historia a pensar que, si hay dos mundos (el de nosotros y el de Dios), entonces este mundo debe de ser el de Satanás, el del diablo, el del mal. Pero sucede que nosotros no merecemos estar en el mundo de Dios. Por tanto estamos condenados a quedarnos acá, en el mundo de Satanás.
Ahora bien; como apuntado, Satanás es un invento que no es bíblico. Además, la idea de que hay dos mundos tampoco es bíblico. Eso es un invento de Platón y los griegos. Los judíos no veían las cosas de ese modo. Ese no es el modo bíblico de ver las cosas.
Dios está en este mundo con nosotros: eso es lo bíblico. «El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados,» cantamos al final del salmo responsorial de hoy. Es lo mismo que cantó la Virgen alabando a Dios cuando quedó encinta con Jesús.
La segunda lectura está tomada de 1Corintios 9,16-19.22-23. Dice San Pablo, «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» Esto es: no se hace predicador para darse aires de importancia, para sentirse orgulloso de sí mismo. Tampoco lo hace para ganarse la vida. Dice, «Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde [gratuitamente], sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.»
Para Pablo la predicación del evangelio es una encomienda de Dios y eso es todo. No lo hace como una iniciativa propia, o una iniciativa interesada. Y entonces, «siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles [los más que pueda]».
De esa manera Pablo también da testimonio de su encuentro con Dios por medio de Jesús Nuestro Señor. Es la misma experiencia de todo discípulo.
El evangelio de hoy está tomado de Marcos 1,29-39. Continuamos la lectura del evangelio justo en el versículo donde nos quedamos el domingo pasado. Jesús sale de la sinagoga y va con Santiago y Juan (los hijos del Zebedeo) a casa de Simón y Andrés (los pescadores que reclutó a la orilla del lago).
Le dicen a Jesús que la suegra de Simón (Pedro) está en cama con fiebre. Jesús va a verla, la toma de la mano y la levanta, ya sin fiebre. Como un reflejo de la mentalidad de la época, la suegra entonces se pone a servirles. Para los fanáticos del celibato, aquí vemos que Simón estaba casado. A su vez, no se menciona su esposa, ni a sus hijos.
Nos dice el evangelio que al anochecer le trajeron «todos los enfermos y endemoniados» y «la población entera se agolpaba a la puerta». Expulsó a muchos demonios, nos dice. Es posible que se veían todas las enfermedades como evidencia de la posesión del demonio.
El evangelio también dice algo que se confirma en otros pasajes y en los otros evangelios: «los demonios lo conocían, no les permitía hablar». Es decir, que a los comienzos de su predicación Jesús sólo cura y expulsa demonios, sin dejar que se hable del asunto (e.g. Marcos 3,12). En cierto modo pasa lo mismo que con la segunda lectura de hoy. El Espíritu impulsa a actuar y predicar para comunicar ese Espíritu a los demás.
Marcos también nos cuenta algo que encontramos confirmado en otros pasajes y en otros evangelios: Jesús sale a orar «en descampado», es decir, que sale a orar en la soledad. Entonces Simón y los compañeros discípulos van a buscarlo para decirle que lo necesitan, que vuelva a predicar, a curar, a expulsar demonios (en otras palabras).
El pasaje de hoy termina así, «…recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios».
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Jesús comienza su ministerio, el anuncio de la llegada del Reino, curando y expulsando demonios. Comienza su ministerio con un mensaje de alegría, un mensaje alegre.
Jesús no sale diciendo que Dios necesita el sacrificio de su Hijo para que pueda haber una reconciliación entre su estar ofendido y la humanidad pecadora. No sale diciendo algo así como que aquí vine para que me crucificaran y síganme para que los crucifiquen a ustedes también. No salió por los caminos de Galilea a decir que el camino a Dios tiene que pasar por el sufrimiento.
No; Jesús salió diciendo «Alégrense porque el Reino de Dios ha llegado» (Mateo 11,5). Que los enfermos se curan es señal de que ha llegado la época feliz en que Dios se acuerda de nosotros. Nosotros estamos como Job y ahora Jesús llega para sacarnos del muladar.
Estar enfermo y estar poseído del demonio es la esclavitud. Ser curado y quitarse de encima al demonio equivale a la liberación. Jesús se presenta asociado a la liberación. Es una liberación en que dependemos de Jesús y no de nuestros propios medios.
De nuestra parte, lo que nos corresponde, es reconocer en Jesús al que nos trae la liberación. Esa es la fe que Jesús espera. Pero también, Jesús cura sin esperar a que la persona lo pida.
Quizás, quién sabe, si habrá sido que por eso mismo Jesús pide a los liberados que no salgan a gritar que Jesús los curó y los liberó del demonio. Eso, quién sabe, sería vulgarizar, abaratar, el don de la gracia. También podría llevar a seguir a Jesús sólo por los milagros, por el bien que reporta seguirle. Esto falsificaría la relación con Jesús.
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Aparte de lo anterior, está el hecho de la mentalidad judía de Jesús y su tiempo. El reino de Dios no es algo «espiritual», interior. Es un hecho que se da de manera concreta, en los gestos y los…hechos mismos. Entrar al reino de Dios es formar parte del grupo de los discípulos, de los seguidores.
Ahí está el ejemplo de María Magdalena, de la que Jesús expulsó siete demonios (Marcos 16,9: «Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.»). Nadie dijo que fue prostituta; sólo que estuvo afligida de enfermedades, las que hayan sido. Ella le salió al encuentro y él la tocó. A partir de entonces entró a formar parte del grupo de los seguidores.
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La vida vale la pena vivirla, sobre todo cuando se la dedica a algo excitante para uno. Y eso es todavía más satisfactorio si uno forma parte de un grupo cristiano, como la parroquia. Pero no como un grupo de formalidades, al modo de ir a misa los domingos y nada más, sino como un grupo también dedicado a compartir como hermanos en la fe. Esto puede implicar, también, trabajar por un mundo mejor en el espíritu cristiano.
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