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Domingo 2º de Pascua, Ciclo B

 


El tema de este domingo es la experiencia del apóstol Tomás, que dudó

Durante seis semanas observamos el tiempo litúrgico de cuaresma. Ahora entramos en el tiempo litúrgico de Pascua de Resurrección, durante otras seis semanas. Ambos tiempos litúrgicos se compensan y se relacionan entre sí, sobre todo en términos de la Semana Santa y esta semana subsiguiente de la Octava de Pascua. 

Este domingo es, como todos los domingos, celebración de la Resurrección, que es el eje de nuestra fe: Jesús resucitado. 

En este contexto fue un error establecer este domingo como solemnidad del Cristo de la Divina Misericordia, ya que es algo que corresponde al ciclo cuaresma-Semana Santa. En el ciclo de Pascua no corresponde pensar en nuestra necesidad de misericordia. El Resucitado ya es testimonio de que Dios no le da importancia a nuestros pecados; o que, en todo caso, nos ha dado la gracia y el perdón. 

Hemos renacido con Cristo en nuestro bautismo y por eso el eje de nuestra fe es la alegría del Resucitado. 

Ya no somos niños pecadores; somos adultos en la fe.

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En estos apuntes me apoyo en muchas lecturas y meditaciones a través de los años; de forma inmediata, la lectura de Gerhard Lohfink. La intención no es polémica, sino al modo de un compartir en diálogo entre cristianos. De la misma manera debió suceder entre los primeros discípulos. 

Valga citar a San Pablo en una de las confesiones más tempranas de nuestra fe, uno de los primeros credos, en 1 Corintios 15,3ss– 

«Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo.»


Si Jesús no resucitó, vana es nuestra fe, dirá San Pablo en el versículo 17 de la cita anterior. Pero si Jesús resucitó, como lo atestigua Pablo y hasta quinientos discípulos que lo vieron, entonces podemos reconocerlo como Verbo de Dios, Palabra de Dios, mucho más que un profeta humano.

Jesús mismo en el curso de su vida se presentó como «el Hijo del Hombre», por ejemplo. Es lo que encontramos cuando Caifás le preguntó la noche que fue arrestado (Marcos 26,64): 

"Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios." Dícele Jesús: "Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis 'al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo."' 

En el transcurso de su vida terrenal Jesús afirmó claramente su carácter divino como Hijo de Dios. 

Luego de su muerte terrible y humillante, los discípulos tuvieron que sentirse descorazonados. Yo, si me preguntan, hubiera sido uno de los que hubiera salido corriendo y no parar hasta volver a Galilea. Igual, hubiera sido uno que lo hubiera negado igual que Pedro, cuando lo confrontaron por su acento galileo. 

Pero entonces, no pasaron dos días (una semana, si usted quiere ser más «realista») sin que corriera la voz entre los discípulos y los más allegados: el Señor resucitó.

María Magdalena trae la noticia: ha visto al Señor.

Primero fueron las mujeres; pero pronto fue «Simón» (Pedro) y los demás. Es lo que confiesa San Pablo en la primera cita de esta reflexión. Si todos se hubiesen puesto de acuerdo, todos hubiesen dado la misma versión. Pero las versiones varían, como este testimonio de Pablo que omite a las mujeres. 

Si no hubiesen tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado, no se hubiesen llenado de valor para salir a predicarlo. Pueden haber dos o tres que quieran insistir en su versión, pero el miedo y la desilusión no hubiese permitido que eso pasara de ahí. Pero el hecho que fueron tantos y tan pronto, da qué pensar, de que realmente se encontraron con Jesús. 

Está claro que el testimonio original de los primeros discípulos está relacionado a la experiencia del encuentro con Jesús que llega a ellos como el Resucitado.

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Pongámoslo de esta manera. 

¿Qué lenguaje habla Dios? Dios no tiene «lengua», para tener un «lenguaje» en sentido literal. 

¿Pueden haber sonidos en la dimensión inmaterial? Para que haya sonidos tiene que haber materia. 

En cierto modo Dios es lo totalmente Otro. No obstante, sabemos que está ahí, más allá de nuestro horizonte.

En esto sigo a Karl Rahner. Desde que nacemos sentimos la inquietud por Dios, estamos a la escucha de Dios. 

Dios entonces nos habla, pero de manera figurada, aunque natural. 

La luz y el sonido nos llegan mediante la vibración de átomos, moléculas, campos de energía. 

Nuestro cerebro, nuestro sistema neurobiológico, capta las ondas materiales provocadas por la actividad de la materia. Hay dimensiones de esa actividad material que nuestro sistema neurobiológico no capta, excepto de manera inconsciente; en otros casos, no lo capta, punto. Ejemplo de esto son los sonidos de alta frecuencia de las ondas radiales, o los colores infrarrojos. 

Un ejemplo que escuché una vez en torno al tema de las dimensiones de la realidad es el siguiente. Supongamos unos habitantes en un mundo a dos dimensiones, que viven un mundo que es como un papel, totalmente plano. En ese mundo de dos dimensiones sólo hay largo y ancho. No hay altura. Si un lápiz de los nuestros atraviesa ese papel, ¿podrán captarlo los habitantes de ese mundo?

Esto es sólo un pensamiento que funciona como un intento para pensar a Dios.

Pero es algo que ilustra nuestra situación moderna. En la Edad Media, en el mundo de Dante, por ejemplo, Dios era parte de la totalidad de todo lo que hay. Materia y espíritu formaban un todo integrado. Ese es el atractivo de la visión aristotélica de las cosas, que Dante adoptó. El alma es un soplo que anima la materia. Sin materia, no puede haber alma; sin alma, la materia no existe, excepto como posibilidad a medio camino entre la nada y el existir. 

En esa visión Dios es el soplo que anima todo y que es «el amor que lo mueve todo, el amor que mueve el sol y todas las demás estrellas» (Dante, Paraíso). 

Dante y Beatriz en el Paraíso

Pero con la modernidad volvimos al mundo platónico: de un lado, la dimensión espiritual; del otro, lo material,  sin que haya manera de juntarlos. Descartes nunca pudo resolver el enigma de cómo una mente espiritual puede mover un cuerpo material. Hasta el día de hoy ese es el punto de arranque en los estudios de la neurobiología. Es inadmisible que unas células neuronales produzcan una mente inmaterial.

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¿Caerá un rayo del cielo, de la ira de Dios, por estar explorando estos temas? Ciertamente que no. Dios nos puso en este paraíso para que lo explorásemos. 

Entre tanto la tentación de volver a la síntesis de Aristóteles es grande. 

Mi opinión es esta: el lápiz y el papel pertenecen a la misma realidad total, a la misma totalidad. No es que pueda haber una coexistencia de distintas realidades, porque entonces no podemos hablar de una comunicación entre ellas, como en el caso de visualizar el interactuar entre cuerpo y alma, o entre cuerpo y mente; entre química corporal y neuronal, y emociones y visiones «espirituales». 

 Experimentar a Dios es algo así como encontrarse con el lápiz. Y, claro, cuando un habitante del mundo del papel se topa con el lápiz, no hay modo de saber de qué se trata. 

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Los humanos somos como náufragos en una isla. Vamos estableciendo nuestro vivir en la isla. Los animales no necesitan crear o establecer su habitación en el mundo. Nosotros nos sentimos náufragos y con necesidades estéticas, con un sentido de lo feo y lo bello, de lo correcto y lo incorrecto. 

Nos toma siglos llegar a separar lo que hay de verdad, de lo que es imaginación. Nos tomó siglos, aparentemente, distinguir entre espejismos y realidad. Es que la fantasía es la loca de la casa, por así decir. Las ideas y los conceptos, y todo el tinglado de nuestro saber son la manera de lograr ese esfuerzo de separar lo que «es», de lo que «no es». 

Uno no nace sabiendo. Por eso los bebés andan desorientados. Los adultos…andamos un poco menos desorientados.

El lenguaje es uno de los recursos que los humanos hemos elaborado para habérnosla con la desorientación en el mundo. El conjunto de prácticas sociales va de la mano con el lenguaje. Por eso, aprender un lenguaje es también aprender una mentalidad. 

Cuando decimos que Dios nos habla en la Historia de la salvación a través del pueblo Israel, ello impone entrar en la mentalidad judía de los tiempos de Jesús. Para escuchar a Dios, hay que entender lo que se traían Jesús y sus discípulos entre manos en su momento socio histórico particular. Jesús es Palabra de Dios. Esa Palabra tiene una diversidad de dimensiones, también.

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Dios llega a nosotros mediante la voz de los profetas y de toda la historia de la salvación. Por eso habría que decir que los cristianos seguimos siendo pueblo de Dios, junto a los judíos. En el cristianismo Dios termina hablándole a la humanidad. 

A Dios hemos de encontrarlo en la comunidad cristiana, de igual manera que lo encontramos en el pueblo de Israel y su historia. 

Entonces, podemos pensar la resurrección de varias maneras, entre otras posibilidades y maneras.

Podemos admitir que Jesús literalmente se le apareció a los primeros discípulos y, como en el caso de Tomás, que dudó, pudieron hasta palpar sus heridas.

Otros han propuesto una segunda versión. La experiencia del Resucitado pudo haber sido algo solamente psicológico, una experiencia de unos que entonces contagiaron a los demás. 

Preferiblemente, creo, debió ser una combinación de lo anterior: Dios habla de una manera encarnada, en la persona de Jesús, Dios y hombre verdadero. Esa manera encarnada se dio, como toda nuestra experiencia de la realidad, como una experiencia mental de cara a la circunstancia hecha de cosas. Así fue la misma experiencia del contacto físico con Jesús, a través de una experiencia mental de una realidad…realmente presente. Por eso Jesús ha seguido presente con nosotros, de tantas y tantas maneras, como Palabra de Dios.


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