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Domingo 4º de Pascua, Ciclo B

 


Tradicionalmente este domingo está dedicado al tema de Jesús, el Buen Pastor

La primera lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos de los apóstoles capítulo 4,8-12. Es la continuación de la primera lectura del domingo pasado. Recordemos: Pedro curó a un paralítico a la entrada del templo de Jerusalén. Cuando la gente que estaba por allí se arremolinó para ver lo que había sucedido, Pedro aprovecha y anuncia el evangelio. Es un testimonio, para nosotros, que muestra lo que fue la primera predicación de los apóstoles. 

Como apuntado el domingo pasado, el contexto de aquel momento fueron las diferencias apasionadas entre los grupos que interpretaban la Ley y las tradiciones de Israel. Los más fanáticos entonces practicaban un chantaje moral sobre los líderes, igual que hoy día los fanáticos de Trump continúan poniéndole presión a los funcionarios electos del gobierno. 

Estaba Pedro (y probablemente otros discípulos de Jesús con él) predicando y hablando con la gente luego de la curación del paralítico, cuando llegaron «los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos». (Hechos 4,1) El evangelista pareciera implicar que en este caso fueron los saduceos, los que instigaron el arresto.

Al comienzo del pasaje de la primera lectura de hoy Pedro entonces está frente al Sanedrín, dando testimonio de nuevo. Allí también está el paralítico que ahora está curado. En el versículo inmediatamente anterior (4,7) los líderes preguntan (el evangelista los nombra por su nombre propio a cada uno): «¿Con qué poder lo habéis curado?». Ahí entonces comienza la lectura de hoy.

Pedro les contesta, «…sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros.»

De esa manera se anticipa lo que luego Pablo dirá en Filipenses 2,9: «Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre». Se cumple también lo que Jesús encomendó a sus discípulos en Lucas 10,9 (igual, Marcos 10,1): «curad los enfermos que haya en ella, y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros.»". Y más tarde, cuando los discípulos vuelven, «Regresaron los setenta y dos alegres, diciendo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre."» (Lucas 10,17)

Pedro continúa su testimonio frente al Sanedrín: «Él es 'la piedra que' vosotros, 'los constructores,' habéis 'despreciado y que se ha convertido en piedra angular.' Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos."»

De esa manera también se anuncia el tema del evangelio de hoy, del Buen Pastor. No hay otra manera de llegar al Padre sino por Jesús. Él es la puerta para el redil. 


El canto responsorial canta versículos del salmo 117,1.8-9.21-23.26.28-29. Cantamos en reacción a la primera lectura: «Dad gracias al Señor porque es bueno…mejor es refugiarse en el Señor, que fiarse de los hombres». Este es el salmo que citó Pedro en su predicación: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». 

Hemos de tomar este texto, no como una expresión de venganza y sentimientos de altanería, junto a un desprecio por los judíos. Nosotros también podríamos contarnos entre aquellos que no llegaron a captar a Jesús como Palabra del Padre. Hemos de reconocer que, si hemos podido ver en Jesús el Nombre sobre todo nombre, ha sido por la gracia de Dios que ha querido salvarnos. Nos corresponden sentimientos de agradecimiento y no de soberbia. 

Por eso el salmo termina de nuevo, «Dad gracias al Señor porque es bueno». 

La segunda lectura corresponde a la Primera Carta de Juan 3,1-2. Se hace eco de los sentimientos indicados en los párrafos anteriores. «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!»

El evangelio de hoy está tomado del evangelio de Juan 10,11-18. Dice Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas». 

Nos puede resultar natural y espontáneo, como ha sucedido a través de la historia, el visualizar el tema de este domingo en términos de los intereses o las tendencias personales de diversos grupos y personas. Así, podría estar, por ejemplo, la interpretación del Buen Pastor de los que piensan que el único rebaño es el de los católicos y que Jesús se refería sólo a la iglesia católica romana. También puede estar el Buen Pastor de los que necesitan sentirse acogidos en los brazos de Jesús, algo más típico de las iglesias occidentales separadas de Roma.

En nuestro caso, veamos el tema del Buen Pastor en términos de los evangelios. Recordemos que Jesús anunció que vino a reunir las ovejas perdidas de la casa de Israel y que aun llegó a negarse a socorrer a una mujer sirofenicia en una ocasión. (Mateo 15,24; Marcos 7,27)

Veamos el pasaje del evangelio de hoy como una continuación del tema con que terminó la lectura del evangelio el domingo pasado. Veamos esto en el contexto de nuestro tiempo pascual.

El domingo pasado el evangelio terminó en Lucas 24,46, cuando Jesús le recuerda a los discípulos lo que él ya les señaló varias veces en vida, que el Cristo debía padecer, para que se cumplieran las Escrituras. El domingo pasado también vimos que esta idea del Siervo Sufriente que vendría a rescatar a su pueblo fue parte de las tradiciones rabínicas y de algunos grupos de entre los fariseos, en particular.

Este domingo, al Jesús llamarse «Buen Pastor» (una de las pocas veces en que se atribuye un título), indica que eso es así porque está dispuesto a dar su vida por las ovejas. Por eso él es nuestro pastor; porque dio su vida para salvarnos, para inaugurar el Reino de Dios entre nosotros. 

En el evangelio de hoy, además de proponerlo en la primera línea, vuelve y lo reitera en las siguientes afirmaciones. «Yo soy el buen Pastor…yo doy mi vida por las ovejas.»

Y más adelante, «Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla».

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Los estudiosos nos señalan que Jesús nunca se apropió del título de «Mesías», sino que fueron otros los que se lo atribuyeron. Pero Jesús sí se proclamó «Hijo del Hombre». Este título tuvo un largo abolengo en las tradiciones rabínicas, desde tiempos de la vuelta del Exilio. A su vez, se relaciona al mismo título de una figura que circuló en el ambiente religioso-cultural de caldeos, egipcios y otros grupos de aquellos tiempos en que los judíos estuvieron en el Cautiverio babilonio. No tenemos suficiente información, nos dicen los estudiosos, para ir más allá de confirmar el hecho. 

Entre los judíos surgió la idea de relacionar al Hijo del Hombre con la restauración del paraíso perdido, de modo que el Hijo del Hombre sería el Nuevo Adán. Es lo que se ve, por ejemplo, en Daniel 7,13. El Hijo del Hombre vendría, como en la tradición asociada al profeta Elías, a inaugurar los últimos tiempos en que todo caería de nuevo en su sitio según el plan de Dios desde toda la eternidad. El Hijo del Hombre traería la llegada de los tiempos mesiánicos, «el Reino de Dios».

En ese sentido es que también encontramos en San Pablo el concepto de «Nuevo Adán». 

En la carta a los Romanos encontramos un pasaje muy curioso, ya que habla de Adán como figura de Cristo. Vemos en la carta a los Romanos, 5,12.14: «…como por un solo hombre 'entró el pecado en el mundo' y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron;…con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir» (énfasis suplido). 

Esto es, Adán pecó y fue así… ¿figura de Cristo? Obviamente, que no en el sentido del pecado. Adán fue figura de Cristo en cuanto el hombre que inaugura una nueva situación para la humanidad. Por eso San Pablo más adelante confirma en Romanos 5,19: «En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos».

Nótese que en diversos lugares de los evangelios se subraya que Jesús llegó a ser lo que es para nosotros por razón de su obediencia incondicional al Padre. Es lo que precisamente encontramos en el evangelio de hoy en la cita final ya presentada arriba: «Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla»; por eso es que puede ser nuestro auténtico Pastor.

Así, Jesús se presentó como el Hijo del Hombre, que Pablo reconoció como el Nuevo Adán. 

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Otro apunte, sin apartarnos demasiado de la observancia del tiempo pascual: En mis apuntes de Semana Santa este año recordé que el bautismo no es un ritual supersticioso de magia, para poder borrar la mancha del pecado en el alma del bebé. Para los primeros cristianos fue un ritual de iniciación en el seno de la comunidad, en un ritual comunitario. Fue la señal de la conversión de vida (como en el Bautista), declaración de fe en Jesús (como en Pablo y Hechos) por la que recibimos el Espíritu Santo que a partir de entonces determina la orientación de nuestras vidas. 

El contexto de lo que entendieron los primeros discípulos puede verse en las siguientes remisiones.

Joel 3,5 – Y sucederá que todo el que invoque el nombre de Yahveh será salvo

Juan 6,47 – En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna

Hechos 16,29-31 – El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: "Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?" Le respondieron: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa." 

Romanos 10,9 – si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo

1 Juan 4,15 – Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.


La idea del bautismo como un ritual para limpiar almas es algo derivado de la mentalidad germánica posterior, en la Edad Media. Por esa razón el Concilio Vaticano II determinó revisar el concepto de los sacramentos y más adelante, en los años subsiguientes, se  revisaron los rituales y la pastoral de los sacramentos. En ese sentido se instó a que no bautizaran bebés en privado.

Para algunos católicos tradicionalistas es difícil aceptar que los albigenses y los anabaptistas del siglo 13 tenían razón, que el bautismo debe ser asunto de adultos. Eso no debe tomarse como implicando que todo lo que los albigenses y los anabaptistas propusieron fue correcto. Ni tampoco debe aprobarse la persecución feroz que se hizo contra ellos.

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Vemos que hay necesidad de dejar atrás la mentalidad de coporación multinacional en la iglesia católica, como lo intenta hacer nuestro Papa Francisco. 

En 1966 los altares se cambiaron de tal manera que el sacerdote presidiera de cara al pueblo. Eso provocó alarma en muchos devotos, igual que el uso del español. Lo que se debió hacer (es fácil juzgar después) fue efectuar una transición gradual con una catequesis popular. 

Lo cierto es que todavía se necesita esa catequesis popular, sobre lo que es el Concilio Vaticano II. 

El bautismo inaugura nuestra entrada al Reino de Dios en que no vivimos para nosotros mismos, sino para los demás y en que la expresión de nuestra fe es de por sí, esencialmente, una expresión comunitaria. No somos cristianos en la soledad, sino que lo somos como parte del Pueblo de Dios. Y eso que es una idea, se concretiza en la parroquia como una comunidad de siete días a la semana. 

Véase el ejemplo de las comunidades de los hermanos cristianos no católicos.

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Y es cierto, que en nuestro tiempo de pandemia, después del 2019, se ha hecho muy difícil ese sentido comunitario de la fe cristiana.

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Un último apunte: estoy de acuerdo que la democratización de las iglesias, o de la Iglesia romana, implica un gran riesgo. En la España del primer tercio del siglo 20 se preguntaban si estaba bien dejar que los campesinos votaran y decidieran con su fuerza numérica. En las pequeñas comunidades cristianas también es un riesgo, dejar que feligreses fanáticos tuviesen la oportunidad de dominar la conversación, por así decir. Pero ese es el precio que habría que pagar. Es como el derecho a no ser obligado a confesar. Más de un criminal se ampara en ese derecho, que es el precio a pagar para que no haya confesiones a base de torturas.

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El lector también puede ver mis publicaciones sobre el Concilio Vaticano II asicomo sobre la historia y teología de las prácticas litúrgicas.

El lector también puede consultar con los apuntes correspondientes al 4º Domingo de Pascua, Ciclo A, como en los apuntes del año pasado y años anteriores: 

Domingo 4º de Pascua, Ciclo A: 2020;

Domingo 4º de Pascua, Ciclo C: 2019

 Domingo 4º de Pascua, Ciclo B: 2018;

 Domingo 4º de Pascua, Ciclo C: 2016;   

 También están unos apuntes con motivo del Domingo 4º de Pascua, Ciclo B: 2015.


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