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Domingo 5º de Pascua, Ciclo B

 


El tema de este domingo es Jesús, la Vid y nosotros, los sarmientos

Celebramos la primera predicación de nuestra fe en este tiempo, en este ciclo litúrgico de Pascua. Esta fe en Jesús se expresó desde un principio en la forma concreta de una comunidad de fe, en el seno del Pueblo de Dios, peregrinante hacia la Nueva Jerusalén. Somos rebaño del Señor como vimos el domingo pasado, con el tema del Buen Pastor. Hoy nos vemos en la imagen de la vid (Jesús) y los sarmientos (nosotros). Veamos ahora los detalles de la primera lectura de hoy.

La primera lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos de los apóstoles capítulo 9,26-31. El contexto es el de la conversión de San Pablo. Recordemos que Pablo partió de Jerusalén a Damasco con la encomienda de perseguir a los cristianos. Pero camino a Damasco, tuvo la experiencia del encuentro con Jesús Resucitado y se convirtió en el apóstol de la fe que antes perseguía. 

Pablo comenzó su labor de evangelización en Damasco y entonces volvió a Jerusalén, y ahora los de la comunidad cristiana no se confían de él. Ahí comienza la primera lectura de hoy: «Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús».

Pablo entonces entra a formar parte de la comunidad de Jerusalén, a vivir entre ellos y a compartir con ellos. Recordemos que en ese momento los cristianos eran un grupo de judíos entre otros grupos de judíos. 

Nos dice la primera lectura que los judíos helenistas, o judíos griegos, se molestaron con Pablo y comenzaron a tramar su muerte.

Una manera de visualizar la situación podría ser la siguiente.

  1. Previo a la destrucción del Templo en el año 70 después de Cristo, hubo una pluralidad de grupos en Jerusalén con inquietudes mesiánicas. Esto es, hubo grupos que creían que Israel se levantaría, derrotaría a los extranjeros (los gentiles) y se alzaría como el punto de referencia para todas las naciones. 
  2. Entre esos grupos estaban los fariseos y los cristianos, como también otros más, según nos aseguran los estudiosos. El domingo pasado, por ejemplo, Pedro compareció ante el Sanedrín, a instigación de los Saduceos, como vimos. Los Saduceos no creían en la resurrección de los muertos.
  3. El texto de hoy nos habla de «los helenistas» y en otras versiones, de «los griegos». 
    1. ¿Quiénes eran aquellos «helenistas»?
      • Estaban los que no eran judíos de nacimiento, conversos a la fe.
      • Estaban los que eran judíos sólo de nacimiento, pero culturalmente eran helenistas y muchos de ellos no manejaban otra lengua que el griego.
    1. Probablemente fue con ese grupo que Pablo logró conversiones, para lo que entonces era la secta judía de los cristianos. 

Entonces surgió la controversia en torno a las propuestas de Pablo. Podemos pensar, digo yo, que el meollo de la cuestión giró en torno a la necesidad de circuncidarse, aparte de los preceptos dietéticos en torno a la comida.

    1. Ya desde mucho antes los israelitas tenían una tradición de invitar a los extranjeros (no judíos) a la conversión. No se tomaba la fe israelita como algo racial, sino como eso, como una fe, un entrar al Pacto con Dios ofrecido a los israelitas. 
    2. La circuncisión era algo ineludible, era la señal física de haber entrado en la Alianza con Dios. 
      • «Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero, de modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna.» (Génesis 17,13) Así, la invitación a entrar a la Alianza con Dios incluyó originalmente a los esclavos.
    1. Con el tiempo, las conversiones se dieron sobre todo entre los que cumplían funciones de servicio. Esto les permitía participar de los festivales judíos, como la Pascua.
      • «Si un forastero que habita contigo quiere celebrar la Pascua de Yahveh, que se circunciden todos sus varones, y entonces podrá acercarse para celebrarla, pues será como los nativos; pero ningún incircunciso podrá comerla.» (Éxodo 12,48)
    1. Pero ya desde temprano, en el Deuteronomio) también habrá consciencia de que se trata de algo más que un formalismo físico: 
      • «Circuncidad el prepucio de vuestro corazón y no endurezcáis más vuestra cerviz» (Deuteronomio 10,16)
      • «Yahveh tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, a fin de que ames a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, para que vivas» (Deuteronomio 30,6)
    1. La propuesta de Pablo, de que no era necesario circuncidarse para entrar al Pacto con Dios, no proponía una «nueva fe» aparte y distinta de la fe israelita. Proponía un énfasis particular, pero no algo diferente y distinto a la fe judía. 
    2. La disputa de Pablo con los «helenistas» podría verse como algo así como las diferencias entre católicos orientales y católicos occidentales; o, también, entre anglicanos y católicos romanos; entre anglicanos y calvinistas, y así. 
    3. La reflexión de hoy, entiendo, debe llevarnos a entendernos como Pueblo de Dios en el sentido más amplio, más universal. A fin de cuentas todos somos hijos de Dios.

Resulta curioso, la disposición a la violencia que vemos en los grupos de judíos al momento de la primera predicación del evangelio. Lo que nos describe la primera lectura de hoy evoca una imagen de fanáticos al estilo de los terroristas islámicos de nuestro tiempo. 

Notemos esta violencia dirigida a Jesús, a Esteban, a Pablo, de judíos contra judíos.

  1. A Jesús lo hicieron crucificar 
    1. por blasfemo a la vista de algunos de aquellos grupos; una blasfemia es decir o hacer algo impío, algo que es claramente un desafío y una ofensa a Dios; 
    2. la blasfemia de Jesús fue decir que él, siendo el Hijo del Hombre, era «Señor del Sábado» (Marcos 2,28); con autoridad para perdonar pecados (Marcos 2,5ss); que él era algo mayor que la realidad del Templo (Mateo 12,6); y decirse «Hijo del Hombre» ante Caifás (Marcos 14,63).
  2. A Esteban lo apedrearon 
      • por blasfemo, probablemente por declararse creyente en Jesús como el Hijo del Hombre;
  1. Al momento de su conversión Pablo iba camino a Damasco 
      • para perseguir cristianos. 
  1. Cuando Pablo llega a Damasco ahora convertido al cristianismo, los judíos (lo no cristianos, entendemos) 
    1. buscan apresarlo a él, entonces. 
    2. Pablo tiene que salir a escondidas (lo bajaron en una canasta por una ventana del muro de la ciudad). Dicen que no hay peor cuña que la del mismo palo.
  2. Ahora en Jerusalén los judíos helenistas planifican matarlo; al punto que Pablo también tendrá que irse de Jerusalén.


Cristianos y fariseos y helenistas y otros grupos coincidían en muchos puntos, como el de la interpretación de Isaías 53 y de Daniel 7. Sólo que no reconocían a Jesús como el punto de referencia de esos textos. 

La blasfemia de los cristianos no consistía en rechazar la Ley y los Profetas. Tampoco fue que ellos descartaran la Promesa, la Alianza, o la Nueva Alianza, que ya era entendida así, como «nueva» desde tiempos del profeta Jeremías. 

Es decir, que el distanciamiento de los cristianos en aquel momento no era el de una religión nueva y distinta, sino el de una convicción dentro del mismo judaísmo que creía en la llegada de los tiempos mesiánicos.

Para algunos de entre los que rechazaban a los cristianos, lo que proponían los cristianos era una idolatría, el culto a la persona de Jesús. 

Igual, también sabemos que hasta hubo un grupo entre los judíos que consideró el mismo templo como una idolatría y para ellos su destrucción fue una expresión del juicio de Dios.

Y para muchos otros de entre los judíos, además de los cristianos, la destrucción del templo fue una revelación apocalíptica: Dios rechazaba fulminantemente el templo, algo que vemos en los evangelios.

Los cristianos ciertamente practicamos el culto a Jesús, pero no nos parece que eso sea idolátrico, o blasfemo.

Nos dice la lectura de hoy que los hermanos de la comunidad decidieron sacar a Pablo de Jerusalén y enviarlo a Tarso. Esto fue antes de la destrucción del templo. 

Entre tanto la Iglesia seguía creciendo, asistida por el Espíritu Santo.


El salmo responsorial canta versículos del salmo 21,26b-27.28.30.31-32. Cantamos y alabamos a Dios por habernos hechos partícipes de la resurrección. «…alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre,» cantamos, «Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos». 


La segunda lectura corresponde a la Primera Carta de Juan 3,18-24. «Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad,» nos dice. En el refrán tradicional también encontramos esa verdad: «Obras son amores y no buenas razones». Nuestras obras, nuestra conducta, debe ser un reflejo de nuestro encuentro con Dios. Por eso nuestra fe se traduce en obras, de la misma manera que el fuego emite luz. De esa manera lo resume el apóstol: «Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.»

El evangelio de hoy está tomado del evangelio de Juan 15,1-8. «Yo soy la verdadera vid,» dice Jesús al comienzo del evangelio de hoy, «y mi Padre es el labrador». Si combinamos esta afirmación con otro de los dichos de Jesús, «por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7,16), tendremos el cuadro completo de lo que nos dice este pasaje del evangelio de hoy. 

«Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros,» continúa Jesús. Nosotros somos los sarmientos y si permanecemos en la vid participamos de la misma vida de Jesús, vida del Espíritu. Por eso es inevitable que demos buenos frutos. 

En el evangelio del domingo pasado Jesús se presentó como el Buen Pastor. Hoy se nos presenta como la vid, cuyo tronco da vida a los sarmientos, que somos nosotros. En ambos casos dependemos de Jesús para nuestro alimento, para nuestra vida misma. Jesús es nuestro pastor; es la savia de la vida espiritual; es el Camino que nos muestra el rostro del Padre.

Así podemos distinguir a los falsos profetas, en que no producen buenos frutos. Y así podemos distinguir a los que no están con Jesús, en que se secan y tampoco producen. El sarmiento no puede dar fruto por cuenta propia. Tiene que estar entroncado con la vid, que es Jesús. 

Ya estamos limpios al haber escuchado las palabras de Jesús (como afirmado en la cita segunda, «Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí…»). Escuchar a Jesús equivale a recibir al Espíritu Santo; por eso es que también decimos que la Escritura es tan alimento eucarístico como el pan eucarístico (ambos nos alimentan en el contexto de la eucaristía comunitaria) y por eso en la liturgia mostramos nuestra veneración correspondiente.

«Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará,» dice Jesús al final del pasaje del evangelio de hoy.

El lector puede continuar esta meditación.


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