El pecado de Satanás fue la soberbia. El obispo de Arecibo demostró la soberbia que caracteriza a algunos líderes católicos en Puerto Rico y Estados Unidos. Para ellos es más importante lo que ellos piensan que la obediencia a la voluntad de Dios y a su representante en la persona de los que tienen autoridad en la Iglesia.
Es natural que entre humanos haya diferencias de opinión, diferentes modos de ver los asuntos. En el caso de la Iglesia, se trata de una institución humana que va guiada por la inspiración del Espíritu. ¿Cómo diferenciar entre qué ideas son de inspiración divina y qué ideas son preferencias humanas?
Desde los primeros tiempos el criterio del consenso entre los hermanos fue un criterio seguido y desde el primer concilio de Jerusalén así fue. En ese concilio los apóstoles dieron su aprobación a los planteamientos de San Pablo y en su decisión se pronunciaron al modo de, «El Espíritu Santo y nosotros…» (Hechos 15,28).
El equivalente del Concilio de Jerusalén en nuestros días ha sido el Concilio Vaticano II. El obispo de Arecibo es conocido por sus ideas afines al sector conservador de los obispos de Estados Unidos. El papa el año pasado denunció la rebeldía de esos católicos estadounidenses, particularmente a través de su estación de televisión.
Las diferencias entre tradicionalistas y «progres» luego de Vaticano II se vieron en el caso de Mon. Marcel Lefebvre y el papa Pablo VI. Las posiciones de Lefebvre se remontaron a las posiciones del catolicismo antimodernista y militante del primer tercio del siglo 20. Todavía a comienzos de la década de 1960 tales líderes argumentaban en contra de la evolución de la especies y afirmaban que Moisés fue el autor de todo el Pentateuco.
En vísperas del Concilio el papa Juan XXIII anotó en su diario que se sorprendía de cómo miembros de la Curia socavaban su autoridad y le desobedecían, cosa insólita en la mentalidad de todo católico devoto. Quizás por eso más tarde el papa Pablo VI se lamentó de los vahos de Satanás que se sentían en el Vaticano, cuando se sabe de esos personajes que le socavaban desde dentro sus esfuerzos encaminados a poner la Iglesia al día.
Está el caso de cuando del Vaticano salió una prohibición de bailes como parte de la liturgia. Esa misma semana un grupo africano bailó frente al papa Juan Pablo II en una liturgia pública. El comunicado de prohibición no salió del papa, sino de sus subalternos. Entre tanto el papa Juan Pablo excomunicó fulminantemente a Lefebvre como cismático, en 1988.
Uno puede disentir, pero al modo inglés. Los ingleses hablan de «la leal oposición a Su Majestad». Disentir no es faltar a la lealtad, sobre todo en la Iglesia. Pero el disentir debe ser llevado desde la perspectiva de la humildad de la fe. De otro modo, uno se convierte en cismático.
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